La intelectualidad de izquierda en tiempos de coronavirus

La intelectualidad de izquierda en tiempos de coronavirus

Muchos advirtieron con antelación que un mundo como el actual no era viable, ni equilibrado. Sin embargo, fueron ignorados y hasta hoy empiezan a ser escuchados

Por: JOHN ALEXANDER ALBA RIVEROS
abril 08, 2020
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La intelectualidad de izquierda en tiempos de coronavirus
Foto: Pixabay

Pocos años después de la caída del muro de Berlín, la cortina de hierro y la URSS, un sector reducido y consciente de la intelectualidad especializada en ciencias sociales de tradición marxista denunció los riesgos del capitalismo en su fase imperialista (capitalismo monopolista).

En tal caso, pongo de relieve que a inicios de 1990 se agudizó el desmantelamiento del Estado de bienestar (iniciado en 1973 en Chile), reinvirtiendo la pirámide keynesiana. Los Chicago Boys, bajo el paraguas de Milton Friedman, ofrecieron ríos de leche y miel a aquellos países que por la razón o por la fuerza impusieran una economía de mercado enarbolando la siguiente premisa: el mercado hasta donde se pueda y el Estado hasta donde se necesite. Esto implicó la desregularización de los flujos de capital y la privatización de cuanta empresa pública fuera posible.

En este contexto, cientos de millones de trabajadores fueron despedidos y sus empleos fueron transformados por causa de la tecnología y el hambre de la acumulación. El pleno empleo, el transporte subvencionado, la salud y la educación universal pasaron a ser temas de viejo cuño, apenas dejaron de ser derechos y se convirtieron en servicios. Ante este panorama dejó de ser necesario mantener prerrogativas a la clase obrera habiéndose disuelto la amenaza del comunismo, urgía eso sí, aumentar la tasa de ganancia empresarial a costa de lo que fuera. Por consiguiente, pocos tuvieron cómo solventar sus necesidades, como cubrir sus medios de subsistencia.

Al Estado le comenzó a bastar con recaudar impuestos y administrar chatamente seguridad y justicia. Encarecieron los servicios médicos, se acabó el sueño que afirmó que la educación es fuente de movilidad social, se multiplicó la pobreza multimodal y la miseria. Ya nada era como antes, ya el Estado no tenía compromisos, obligaciones, amigos o ciudadanos, solo intereses.

En la medida que fueron pasando los años, los sindicatos se fueron debilitando mientras que el capital privado logró expandirse a escala mundial, tomó incalculable poder, se hizo billonario alcanzando cifras mayores al PIB de cualquier nación oprimida (el 0,02% de la población mundial hoy amasa mayor fortuna que el 40% restante). El Estado de bienestar fue sustituido por asistencialismo (chantaje económico miserable para la población más vulnerable), se acabó con la centralidad del trabajo, se mercantilizó la educación, y se pauperizó la vida.

Se advirtió con antelación que un mundo como el actual no era viable, no podía serlo, no era equilibrado, no podía salvarse, no tenía cómo. Los cultores de Adam Smith, David Ricardo, Hayek y Fukuyama llamaron mentirosos a quienes nunca creímos en las bondades del capitalismo, hoy la vida y las distintas crisis inmobiliarias, financieras, y pandémicas nos están dando la razón.

Hoy la escasa intelectualidad habla del asunto. Slavoj Zizêk plantea dos opciones diametralmente opuestas para salir de la encrucijada en la que nos encontramos, comunismo o barbarie, es decir o cambiamos el orden de cosas o desaparecemos prontamente como especie. Byung Chul Han acusa como derrotero barbarie o sociedad de control, que en otras palabras sería, aquí nada va a cambiar, no hay alternativa. Atilio Borón sospechaba un tímido regreso al Estado de bienestar, lo que tampoco puede ser entendido como solución. La academia derechizada poco o nada manifiesta, se conforma con recibir paliativos del sistema y lanzar salvavidas de cuando en vez a ésta inminente y a veces agobiante crisis civilizatoria.

Adenda. Hay que oponer resistencia para que el camino propuesto por Zizêk sea una realidad. Hay que ser pesimistas en el uso de la razón y ser optimistas en la voluntad decía Gramsci.

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