La insoportable levedad
Opinión

La insoportable levedad

Todo lo que yo sé del otro me lo dicen las imposturas digitales que nos gobiernan. Todo lo que yo quiero que se sepa de mí, lo expongo como carne viva

Por:
diciembre 15, 2018
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Cuando los calendarios de fin de año obligan a las reflexiones y críticas (incluidas las autocríticas) por la costumbre humana de medir todo, de cuantificar todo y de reducir la vida a tiempos y números; suele uno extraviarse en un bosque denso y contradictorio de levedades. Las mismas levedades que imponen estos tiempos de prisas sin sentido y urgencias de hojalata.

¿En qué momento perdimos la noción del “peso” y escogimos la levedad de lo fútil?

Todo lo que yo sé del otro me lo dicen las imposturas digitales que nos gobiernan. Todo lo que yo quiero que se sepa de mí, lo expongo como carne viva frente a los zamuros virtuales que olfatean a la próxima carroña.

¿De quién es la velada intención de convertirnos o ya somos, en unas levedades imprecisas y cambiantes?

El retorno a la caverna parece ser nuestra única salvación.

Volver a la caverna implica un ejercicio de desconexión automática de todo aquello que no le aporta peso a la levedad de la existencia y también es intentar rescatar del “san alejo” todo aquello que nos convirtió en “erectus sociables”.

 

El inventario de necesidades de volvernos sociables en la vida real
pasa por la dolorosa comprensión de que una cosa son los mundos digitales
y otra cosa es la justificación de lo humano como esencia

 

 

El inventario de necesidades de volvernos sociables en la vida real pasa por la sentida y dolorosa comprensión de que una cosa son los mundos digitales configurados a partir de cosas inventadas para satisfacer intereses muy particulares; y otra cosa es la justificación de lo humano como esencia y patrón de supervivencia, a partir de los saberes, sabores, olores y sensaciones que solo se logran frente al otro o a los otros.

Peso antes que levedad no implica un fardo imposible de cargar. Significa entre otras cosas, un retorno a los lazos que nos unen, pero también nos diferencian por el tipo de nudo que inventamos para mantenernos caminando en hordas inextinguibles.

El retorno a la familia de antes, la que se hablaba y acariciaba en la penumbra de la precariedad y en la abundancia de las historias comunes, esas que se cuentan una y otra vez, y se gozan como si fuese la primera versión que se escucha.

Volver a la comunidad que no requiere grupos digitales para convocarse, sino el llamado de la selva que todo lo comunica y lo transmite entre bejucos y lianas de noticias y rumores que unen a las viejas tribus de la comarca.

Es un doloroso y sufrido paso. El pasado como futuro inevitable.

Coda: “Uno jamás pierde de vista su celular. Su ropa deportiva tiene un bolsillo especial para contenerlo, y salir a correr con ese bolsillo vacío sería como salir descalzo. De hecho, usted no va a ninguna parte sin su celular (ninguna parte es, en realidad, un espacio sin celular, un espacio fuera del área de cobertura del celular, o un celular sin batería). Y una vez que usted tiene su celular, ya nunca está afuera.” Zygmunt Bauman. Amor Líquido. (2003).

 

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