La Imprenta Patriótica y el poder de Antonio Nariño

La Imprenta Patriótica y el poder de Antonio Nariño

Por los 250 años del nacimiento del prócer, la Biblioteca Nacional presenta una exposición sobre sus ideas

Por: Alexander Chaparro Silva
octubre 10, 2015
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La Imprenta Patriótica y el poder de Antonio Nariño
Foto: Archivo Museo Nacional Samuel Monsalve

Debido a sus importantes actividades como comerciante y como librero, Nariño fue, como pocos de sus contemporáneos, un gran conocedor del inmenso poder de la palabra impresa. Así, con el propósito de contribuir a las «luces del Reino», atender un creciente mercado conformado principalmente por jóvenes estudiantes y profesores universitarios, y mejorar su propia fortuna económica, Nariño decidió fundar un taller de imprenta en la capital virreinal, el primero de carácter particular del que se tenga noticia en la historia colombiana.

No son muy conocidos los pormenores de la adquisición de la imprenta por parte de Nariño.  Sabemos que importó los cajones de letras en 1791, y que vinculó a Diego Espinosa de los Monteros y a sus primeros empleados en marzo de 1793, cuando ya estaban listos los chibaletes, las mesas y la prensa, elaborados por artesanos locales en Santafé. Nariño estuvo a la cabeza del taller tipográfico por cerca de un año medio, entre abril de 1793 y agosto de 1794. Durante este tiempo gozó de relativa autonomía para imprimir y pocas veces necesitó de la licencia oficial debido a que contaba de antemano con la anuencia y la confianza de las autoridades virreinales.

La importancia de la imprenta de Nariño tiene que ver más con el acontecimiento cultural que representó en su momento para la Santafé de la época, que con el volumen de impresos estampados, aunque ciertamente este no fue nada desdeñable. La Imprenta Patriótica dio a la luz, además de  varios impresos menores y otras obras que no han llegado hasta nosotros por diferentes avatares del tiempo, algunas oraciones religiosas, un par de libros importantes, 70 entregas del Papel Periódico de Santafé de Bogotá y, por supuesto, los célebres Derechos del hombre y del ciudadano, que causarán tantas penurias, aunque también algunas satisfacciones, al santafereño.

El trabajo del taller de Nariño era visto con mucho entusiasmo por los grupos más ilustrados del virreinato y por un sector importante del gobierno real, que veían en la máquina tipográfica del santafereño una herramienta fundamental para difundir la afición por la lectura y por los libros en los neogranadinos. El entusiasmo no era para nada injustificado, pues eran ampliamente conocidas las difíciles condiciones de operación de las imprentas en todo el continente. La escasez y carestía de papel, las limitaciones técnicas de las mismas prensas y el analfabetismo rampante, amén de las contrariedades con el sistema de correos, ciertamente hacían que emprender una empresa de esta naturaleza fuera, por decir lo menos, muy arriesgado. Riesgos todos, que un Nariño visionario, decidió asumir cuando abrió paso de manera decidida al arte de Gutenberg entre nosotros.

Las razones que llevaron a Nariño a llamar su taller tipográfico «Imprenta Patriótica» no han sido muy exploradas. Para muchos estudiosos de su vida y obra, que este haya decidido bautizarla así, era una manera soterrada de clamar por la Independencia del Nuevo Reino de Granada de la Corona española. Sin embargo, es necesario matizar la anterior afirmación y subrayar que para este momento no existe ningún antagonismo irreductible entre los bríos patrióticos de la empresa nariñista y la fidelidad debida al monarca. El amor a la patria de Nariño convivía sin problema en el marco de la monarquía española, aunque ciertamente clamara por reformas importantes en campos sensibles como la administración fiscal y de justicia. No está de más recordar aquí la tríada que organizaba la cultura política del periodo: Dios, Rey y Patria.

No obstante lo anterior, la Imprenta Patriótica será expropiada a Nariño con motivo del juicio seguido por la traducción y la publicación los Derechos del Hombre y del Ciudadano y será trasladada de la Plazuela de San Carlos a la Biblioteca Real, donde funcionará con algunas intermitencias. En 1796 será vendida a Nicolás Calvo y empezará labores un año después. Pasarán mucho tiempo antes de que Nariño vuelva a tener relación con el mundo de la imprenta, y con ella, consiga el protagonismo político que con toda justicia inmortalizará su nombre en la historia de nuestro país.

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