La Habana, un destino que no pierde encanto ni con el paso del tiempo

La Habana, un destino que no pierde encanto ni con el paso del tiempo

La ciudad es versátil: se ajusta a diferentes presupuestos y es apta para todos los gustos. Una invitación a visitarla, además de una guía que podría ser útil

Por: Alejandro Castro Romero
junio 18, 2019
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La Habana, un destino que no pierde encanto ni con el paso del tiempo
Foto: Pixabay

El túnel de La Habana pasa por debajo del mar, atravesando la bahía del mismo nombre. Fue construido entre 1957 y 1958 por una empresa francesa, bajo la dirección de un ingeniero cubano. Pasando la Avenida del Puerto, llegamos junto con mi esposa a una glorieta donde se encuentra la parada de las guaguas, los buses de transporte público cubanos. Nos sentamos en unas sillas, donde varios cubanos esperan el transporte para el este de la ciudad. Al lado nuestro, está una joven cubana, a la que saludamos y nos responde con cortesía. Se llama Mara. Nos cuenta que es profesora, pero que ahora no está trabajando, que está estudiando algo relacionado con el turismo, porque es en lo que se puede aspirar a ganar algo más de lo que devenga un cubano normalmente. La gente que tiene que ver con el turismo tiene otro nivel de vida y se puede dar algunos gustos que otros cubanos no. Al saber que venimos de Colombia nos pregunta por el café colombiano y reconozco con un poco de vergüenza que no sé mucho del tema, pero que me gusta tomarlo. Ella nos cuenta que la paga que recibe cuando está trabajando como maestra es muy poca y no alcanza para comprar algunas cosas que le gustaría. Le contamos que en general no nos ha parecido costoso hacer turismo en Cuba, por ejemplo, le contamos de un helado muy rico, que viene dentro de la cáscara del coco, y que se compra por solo 2 CUC (el CUC es la moneda que manejan los extranjeros y se llama peso convertible, equivale generalmente a un dólar, o 24 pesos cubanos). Ella nos dice que para un trabajador que gana 30 dólares al mes, gastar dos en un helado no resulta muy sabio. Luego, no es que esté prohibido que lo compre o algo así, sino que definitivamente un cubano sensato no va a invertir dos días de salario en helado. Le decimos que algo muy bueno que hemos visto es que los niños se ven muy bien, felices y estudiando, y eso es algo fundamental en cualquier sociedad. Ella está de acuerdo, la situación no es tan extrema y si bien hay gustos que de pronto es imposible darse para el promedio, no hay gente con carencias básicas.

Llegamos a Cuba el 23 de mayo, con la flaca, que es mi esposa, por recomendación de un primo que ha viajado muchas veces a la isla y que con su esposa son enamorados de Cuba. Las instalaciones del aeropuerto Internacional José Martí son muy malas, así como el trato del personal de migración. Se nota que en Cuba, como en todo lugar, el poder nos hace daño. La mayoría son mujeres, pero son bastante déspotas para dirigirse al turista y no brindan la información adecuada. Parece que desconocen la importancia que el rubro del turismo representa para la isla, más aún cuando el monito gringo ha estado apretando cada vez más a la mayor de las islas de las Antillas. Desde 1990, el turismo superó a las exportaciones de azúcar, como principal fuente de divisas, pero este renglón de la economía cubana se ha visto duramente golpeado por el bloqueo americano.

Afortunadamente, este fue el único momento desagradable en nuestro viaje, solo se repitió, aunque en menor manera, cuando otra vez en el aeropuerto nos encontramos con otra funcionaria, que sin mediar explicación, nos puso a hacer fila en la aerolínea que no era y luego ya en el avión de regreso tuvo un altercado mucho más fuerte con una pasajera por el tema del tamaño de una maleta o algo así. Fue un tema de gritos y shock nervioso de la pasajera.

Habíamos alquilado una habitación, en una casa en la vieja Habana, cerca de todo, para poder conocer sin gastar mucho en transporte. Dentro de los servicios que nos ofrecieron los anfitriones estaba el de un taxi que nos llevaría a la dirección de la casa sin inconvenientes. El taxista, un hombre de unos cincuenta años, nos contaba el drama que, según él, era poder ser autónomo en Cuba. Él había hecho un viaje y dejó a su hijo encargado del taxi, para lo cual tuvo que adelantar una serie de trámites burocráticos, dentro de los que le habían informado, que alguno ya no era necesario. Resulta que su hijo al estar trabajando en el taxi, lo detiene la policía y le piden el mentado comprobante del trámite que supuestamente no era necesario hacer. Al no tenerlo, lo multan y le impiden trabajar. Le digo que algo que de todas maneras tiene fregados a los cubanos es el injusto bloqueo de los gringos, pero él me dice con su tono fuerte de cubano, "¡¡es peor el bloqueo interno que el externo!!”.

Ya en la casa, donde nos vamos a hospedar, tuvimos un caluroso saludo por parte de nuestros anfitriones. Una pareja de cubanos, de mediana edad, que nos hace sentir lo que sería una constante en nuestra visita, el calor humano de los cubanos. Es lo más hermoso de la isla, el abrazo sincero y la calidez no se siente impostada. Nos ofrecen un mojito cubano, cóctel elaborado con ron, hierbabuena y gaseosa de limón, muy sabroso. La habitación, en el primer piso, sencilla pero confortable y muy limpia, con baño privado. También nos brindan el acceso, al tercer piso, donde queda la cocina, el comedor y una terraza muy bonita con vista a La Habana Vieja, decorada con antigüedades reales. Las casas alrededor contrastan con la casa donde estamos por su deterioro. Creo que una de las razones del deterioro de la arquitectura en esta zona de La Habana se debe a que siendo construcciones monumentales es muy complicado realizar un mantenimiento adecuado. Le expreso esto a nuestro anfitrión y él me dice que también es culpa de los habitantes, que son muy negligentes, porque el gobierno les ha aportado materiales y ellos no hacen las reparaciones. Siento que nuestro anfitrión es una persona que está de acuerdo con el gobierno cubano, aunque fue extremadamente cuidadoso de expresar opiniones al respecto, evade el tema de una forma muy elegante. Su esposa en cambio se mostró más franca y un día de los últimos de nuestra estadía hablamos del tema de Fidel. Ella cerrando la ventana y hablando pasito me decía que estaba convencida de que el destino de Cuba hubiera sido otro si Camilo Cienfuegos hubiera sido el presidente y no Fidel. Camilo era mucho más humano, pensaba más en la gente, en su pueblo, me dice, en un tono nostálgico. Le pregunto qué le pasó a Cienfuegos y me dice que murió en un accidente aéreo, pero que siempre quedó la sospecha de que no fue un accidente, sino una forma de despejar el camino.

Nuestra primera salida nos lleva, con la guía de nuestros anfitriones, a la Plaza Vieja. Por el camino, que no fue más de siete cuadras, empezamos a descubrir esa Habana de casas deterioradas pero con gente sonriente y alegre. Los niños juegan en la calle y los adultos se reúnen para hablar en las entradas de las casas. El cubano habla con todo el cuerpo, manotea, grita, parece que estuviera a punto de entablar pelea, pero luego suelta una carcajada estruendosa y con eso concluye la discusión. Prácticamente la isla no tiene internet, la única manera de conectarse para la mayoría es comprar una tarjeta que te da conexión por una hora y vale un CUC. Pero solo hay Wifi en un parque que se llama Parque de Cristo, cerca de Floridita. Eso puede constituir un inconveniente, pero viendo el lado bueno permite lo que hace rato perdimos por acá, la posibilidad de interactuar con otras personas a la antigua, mirándose a los ojos y sintiendo la calidez del otro, eso que perdimos al sumergirnos en los medios digitales. Por otro lado, lo negativo de esta poca conectividad con el mundo está en el hecho de la falta de información, diferente a la que proveen los medios oficiales. Pero, por esa escasa conectividad, aun los niños juegan en la calle y los adultos conversan en las calles, la gente camina mirando a su alrededor, apreciando la proximidad de los otros, algo ya casi perdido en nuestro mundo hiperconectado. Pero bueno, esta es la visión del turista, faltaría ver qué tanto estar desconectados puede afectar a los cubanos. En la Plaza Vieja tomamos algunas fotos y cenamos un sándwich en un lugar, no recuerdo el nombre, ubicado en esta plaza, al pie del café el Escorial. Dos sándwich y dos jugos por 13 CUC. Estaban muy buenos, aunque algo que hay que aclarar, es que Cuba no es un destino gastronómico, los cubanos preparan lo mejor que pueden con lo que se consigue. Pero la comida para un colombiano promedio es buena. De allí, caminamos hasta la Plaza de San Francisco y llegamos al malecón. En la Plaza de San Francisco está una de las casas más bonitas que vi, no por su estilo arquitectónico, sino por su color amarillo intenso, que contrastaba con el azul del cielo. Tiene cuatro pisos, un balcón en el segundo y puertas azul marino. Allí funciona algo que se llama “Encanto de mujer”, una especie de boutique que ya estaba cerrada. Caminamos por el malecón hasta llegar cerca del faro del Castillo de los Tres Reyes.

Cada calle de La Habana tiene algo por descubrir, cuando no es una perfumería con frascos antiguos y muy hermosos, es una droguería con todos los elementos que se utilizaban en las boticas antiguas, la Johnson, pero hay una, aún más evocadora, aunque menos conocida, que se llama Taquechel. Estas droguerías aunque ofrecen algunos productos a la venta, no hay nada que uno no encuentre a un mejor precio en Colombia. Lo verdaderamente atractivo de estos lugares son sus frascos en porcelana, donde se almacenaban los ingredientes para atender las recetas de los médicos, la báscula para pesar los elementos, el mortero en cobre. En la Johnson, por ejemplo, tienen exhibido un libro donde anotaban todas las recetas que elaboraban cada día. Está abierto en el once de febrero de mil novecientos diecinueve y trae anotado por columnas el número consecutivo de la receta, el nombre del facultativo, la fórmula con sus cantidades y el precio de la receta. Las dos quedan por la Calle Obispo, la calle más popular de La Habana Vieja.

La Calle Obispo va desde la Plaza de Armas hasta el Floridita. Es la más bulliciosa y concurrida de La Habana. Recorriéndola se pasa por lugares —aparte de las farmacias que mencioné— como el hotel Ambos Mundos, donde se hospedaba Hemingway, que queda en el 153 de Obispo; Etecsa, la empresa de telecomunicaciones cubana (allí se puede adquirir la tarjeta para usar internet); ferias de artesanía; salones de belleza; licoreras y en una esquina hay una heladería que se llama Soda Obispo, venden el rico helado de coco,que les había mencionado por 2 CUC. Al final de la Calle Obispo está el bar Floridita, donde cuentan que se inventaron el daiquirí. Este vive lleno de turistas que, aparte de tomarse el cóctel, quieren una foto junto a una estatua de Hemingway.

Otro lugar de visita obligada se llama la Bodeguita del Medio, allí preparan el mojito cubano, que finalmente no resultó tan bueno como el que nos hizo Rolando, nuestro anfitrión. Dice él que la razón es porque no maceran la hierbabuena con un poquito de ron. Pero es que Rolando es todo un experto en el tema del ron y los puros cubanos. Nos contó una anécdota, de una ocasión, en que lo invitaron a un hotel de una gran cadena en Cuba (Ocean, creo que se llamaba), de aquellos, “todo incluido”. El primer día se acerca a la barra y ve en la estantería un ron llamado “Havana Club, Selección de Maestros”, que es elaborado a partir de la experiencia de los maestros roneros cubanos. Se dirige al barman y le pide un trago de ese ron. Este le pregunta si lo quiere con hielo o puro, Rolando, con la suficiencia de quien conoce, le dice que no, que eche unos cubos de hielo en una copa y los gire, para enfriarla, y luego saque los hielos y sirva el ron. Mientras todo esto ocurre, un huésped los observa y mira cómo Rolando cierra los ojos y disfruta el trago, como una ambrosía. En seguida el huésped le dice al cantinero que le sirva lo mismo que está tomando este señor y después de probarlo le dice a Rolando: "¿Usted puede creer que llevo cuatro días acá, he estado tomando varios licores y hasta ahora vengo a probar esta delicia? Y el problema es que ya me voy". Rolando, sonriendo, le replica:"tranquilo, caballero, que yo acabo de llegar y me voy a tomar muchas copas de este ron, a su salud amigo".

Mi primo nos dio un itinerario para recorrer los lugares más significativos de Cuba, lo que resultó muy bueno, pero en momentos no muy conveniente para nuestro bolsillo, pues resulta que él está como 34 estratos más arriba que nosotros y aunque de buena fe nos sugirió algunos lugares y medios de transporte, que se salían de nuestro presupuesto. Por ejemplo, nos mandó a un sitio llamado O'Reilly 304, un restaurante donde nos tocó hacer reservación. Bueno pero muy costoso, 37 CUC los dos almuerzos. Para cuadrar nuestra economía, descubrimos un sitio, cerca al Floridita, por la Avenida de las Misiones, antes del Museo Nacional de Bellas Artes, donde comimos unos ricos frijoles negros, acompañados por chuleta de cerdo, arroz blanco, ensalada y una especie de papa, y de sobremesa un jugo natural, todo por solo 5 CUC para los dos. Por la noche allí mismo comíamos pizza mediana y jugo para dos por 2,50 CUC.

Otro ejemplo de la versatilidad de presupuestos que puede tener la visita a Cuba está en el transporte. Mi primo nos aconsejó, para ir a las playas del este o para ir a la Casa del Che, tomar un almendrón, que son los convertibles viejos que el ingenio de los cubanos ha transformado en taxis turísticos. Cobran 30 CUC por viaje. En cambio, la chica cubana que conocimos en la parada del autobús nos indicó que, por ejemplo, para ir a la Casa del Che podíamos tomar unas barcazas que salen del puerto cerca a la iglesia Ortodoxa Griega y cobraba solo un CUC. En la casa del Che le preguntamos a un vigilante cómo podíamos llegar a las playas del este, por ejemplo Santa María, de una forma económica (los almendrones nos llevaban mínimo por 20 CUC). Nos indicó una parada de las guaguas muy cerca. En la parada pudimos disfrutar de la compañía de unos niños, dos primitos, que le contaron a mi esposa que cuando grandes querían ser marineros. Mientras tanto yo conversaba con un anciano que había sido guardia de prisión y me contó cómo era la vida en las prisiones cubanas. También nos indicó cuál guagua coger y no se fue hasta que la tomamos. La guagua nos cobró un peso cubano, o sea como 0,24 CUC, por llevarnos a nuestro destino. En resumidas cuentas, ahorramos más de 19 CUC y nos ganamos las historias de los cubanos que encontramos, su amabilidad y sinceridad.

Ya habiendo aprendido a viajar con poco presupuesto, nos fuimos para el Vedado. Un taxi colectivo nos cobró un CUC por persona. Viajamos con otro pasajero, que al ver que éramos turistas muy amablemente nos fue sirviendo de guía, indicándonos los lugares más importantes por los que pasábamos. Nos bajamos cerca a la heladería Coppelia, allí también hay zona Wifi y un cine llamado, Yara, donde estaban exhibiendo Aquaman y los sábados y domingos Humor con Kerekete. A media cuadra queda el Hotel Habana Libre, con una galería de arte cubano en el primer piso. Salimos de allí, para buscar el Callejón de Hamel. En el camino nos encontramos con la universidad de La Habana y ahí una estudiante que conocimos mientras caminábamos nos explicó cuáles eran los edificios de cada facultad. Además, nos llevó a un lugar llamado Bar- Restaurante El Bodegón de Teodoro, donde hacen un cóctel muy cubano, pero no tan conocido como el daiquirí o el mojito, llamado negrón. Un cóctel relacionado con la santería y la revolución. Elaborado con ron, coca cola, trozos de lima, miel, hielo picado y lo que le da un sabor particular, hojas de albahaca. El Bodegón de Teodoro, ubicado en la avenida San Lázaro, a 200 metros de la universidad, con mesas cubiertas con manteles a rayas blancas y rojas, es el lugar donde según nos cuenta nuestra guía se reunía Fidel cuando era estudiante universitario y desde allí partían las protestas en contra de la dictadura de Batista. Actualmente es lugar de reunión de los estudiantes de la universidad de La Habana.

Caminamos hasta el Callejón de Hamel y presenciamos una mezcla de baile y religión, un rito orisha que solo se puede ver los domingos después del mediodía. El callejón está decorado con murales del pintor cubano Salvador González Escalona y están plasmados los orígenes de la cultura cubana y su fuerte influencia africana. En medio de los murales, se pueden leer frases como: “El pez no sabe que existe el agua”. De allí tomamos un taxi, que nos llevó por 5 CUC, hasta el Parque Lennon, donde se encuentra una estatua de tamaño natural del Beatle; nos tomamos las fotos de todo turista sentados junto a Lennon, tratando de ser lo más originales. Caminamos por la calle sexta y nos encontramos con otro recomendado de mi primo, el restaurante Plan B. Queda por la sexta entre 23 y 21, comimos sándwich de lechón, a 3,50 CUC, y jugo natural a 0,75 CUC, delicioso, muy bueno y, como nos gusta, económico. De ahí volteamos por la avenida 23 hasta llegar a la Avenida Paseo. Desde allí ya se veía la Plaza de la Revolución, hacia donde nos dirigimos, disfrutando la arquitectura que en esta zona de La Habana es muy hermosa.

La Plaza de la Revolución, inmensa, con el monumento a José Martí, y al frente en el edificio del Ministerio del Interior, la imagen del Che Guevara, a unos metros en el edificio del Ministerio de Comunicaciones, la imagen de Camilo Cienfuegos. El lugar estaba muy solitario, quizá por ser domingo. A las tres de la tarde, teníamos cita donde una cubana, amiga de mi primo, donde él se hospeda cuando visita La Habana. Es un edificio de apartamentos. Nos recibe una mujer madura, rubia, con la sonrisa hermosa de todos los cubanos. Le entregamos el presente que envía mi primo, una libra de café Juan Valdez, que ella recibe con mucha gratitud. Alrededor de una deliciosa taza de café cubano nos empieza a expresar el respeto y admiración, casi que devoción, que siente por Fidel y la revolución. Está muy informada, sabe mucho más que nosotros, de muchos temas, pero todos en torno a la política nacional y la internacional que afecta a la isla. Menciona varias veces, como fuente de información, Telesur. No puedo evitar pensar que sería bueno que tuviera otras fuentes de información para darle un panorama más claro. Con su claridad mental e inteligencia podría lograr una versión mucho más centrada de lo que viven, pero igual es una persona brillante. De un momento a otro aparece en el vano de la puerta una anciana luminosa, hermosa, nos saluda calurosamente y nuestra anfitriona nos la presenta como su madre. Tiene 94 años y goza de muy buena salud. Dice ella que aún sale a hacer mandados, sin problema. Terminamos la visita con abrazos llenos de calidez y sinceridad. Partimos a conseguir transporte para La Habana Vieja.

Cuba es para diferentes presupuestos, pero para todos los gustos. Creo que para todos, Cuba es alegría, es fraternidad latina, es calor humano, es lucha contra las adversidades externas e internas. Pienso que lo que ha triunfado a través de los años no es un modelo social (respetable y criticable en muchos aspectos) sino el carácter de un pueblo. Un pueblo que prácticamente siempre ha estado sometido, desde la llegada de los españoles, con sus cuentas de colores y sus mentiras, y ha pasado de mano en mano, de amo en amo. Los gringos aprovecharon su guerra de independencia de la corona española para inmiscuirse en la isla, lo que ya presentía Martí cuando escribió en el prólogo de los Versos sencillos:

“El horror y vergüenza en que me tuvo el temor legítimo de que pudiéramos los cubanos, con manos parricidas, ayudar el plan insensato de apartar a Cuba, para bien único de un nuevo amo disimulado, de la patria que la reclama y en ella se completa, de la patria hispanoamericana”.

Cuando uno va a Cuba, ya no es el mismo. Cuando uno habla con un cubano descubre la esencia de nuestro ser latino, del estallido de colores que somos, y que el resto hemos ido diluyendo, en el gris del consumismo bárbaro que nos ha inculcado nuestro vecino del norte. Cuando uno va a Cuba, descubre que la felicidad es una decisión y no la acumulación de objetos. Cuando uno va a Cuba, descubre un pueblo, que somos todos, y que, como el poeta Martí afirma en el prólogo de sus Versos sencillos, los latinos a veces somos la ola que revienta contra la roca, pero también sabemos ser el susurro de la abeja merodeando las flores.

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