La guerra que manejan los medios de comunicación
Opinión

La guerra que manejan los medios de comunicación

Por:
julio 08, 2015
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Interesante —además de importante— la entrevista de Humberto de la Calle a los medios de comunicación.

Al fin y al cabo son esos medios masivos de comunicación los que además de fijar las agendas de lo que mueve a la sociedad son los que determinan la visión u opinión que la ciudadanía acaba teniendo sobre los temas.

Lo que es destacar de lo dicho por el Dr. de la Calle, más que el contenido podría ser el contraste entre su tono y su actitud y lo que trasmiten los titulares y los ‘voceros de la opinión’ en lo que presentan.

A comenzar porque en sus respuestas el alto negociador tiene por objetivo informar más que alinear o intentar adhesiones a determinadas posiciones. Por eso la condición impuesta o exigida de que lo que dijera no fuera una ‘exclusividad’ o una ‘primicia’ de un medio, sino un mensaje de divulgación abierto a todos, sin distingos de a cual corriente de pensamiento —o en este momento, política— pertenezcan.

Mientras los medios se dedican a exacerbar nuestra emotividad mostrando la maldad o perversidad de las Farc, de Uribe o de Santos, el jefe de las negociaciones nos argumenta —y les argumenta a ellos— con la lógica racional de quien busca hablar a la cabeza y no a las entrañas del interlocutor.

Del contenido de sus declaraciones lo que merece énfasis es lo que hasta ahora era relativamente desconocido y en todo caso minimizado. No solo revela una capacidad de diálogo entre las partes que contrasta con la dimensión que se da en la prensa a lo que puede distanciarlas, sino puntualiza que se ha llegado incluso a que los voceros de la guerrilla acepten los principios de culpabilidad, responsabilidad y derecho a un castigo por sus actuaciones como lo contemplaría la Justicia Transicional (reconociendo además su participación en el narcotráfico).

Semejante afirmación merecería más despliegue que todos los titulares y recuentos sobre los daños causados por los derrames de petróleo, o las estadísticas sobre secuestros, o los tuits de Álvaro Uribe. Pero no es eso lo que vende o ‘da rating’.

Un amigo me contó que alguna vez en el Consejo de Dirección del periódico The Guardian se cuestionó que todas las noticias y en especial los titulares giraran alrededor de catástrofes y malas noticias. Sacaron entonces una edición con una primera página con ‘Buena la salud de la Reina’, ‘se mantiene bueno el clima en el país’, ‘normales y estables los mercados financieros’, etc. Por supuesto cayeron las ventas y la gente optó por comprar periódicos diferentes.

Lo que mueve las ventas es lo que llama la atención de la opinión, y eso es lo escandaloso, lo truculento; y en ese sentido la Paz no mueve tantas emociones como las acciones de guerra, y mucho menos unas conversaciones que no se cristalizan en resultados inmediatos.

Y un ataque de Álvaro Uribe —tanto por ser él como por su contenido— despierta, ya sea a favor o en contra, más pasiones que cualquier exposición sobre los progresos o las dificultades en las negociaciones. Y así se fija la obligación o necesidad de contrarrestar ese cuestionamiento con una aseveración que probablemente polariza más no solo a la opinión pública sino también las posiciones en la mesa de La Habana.

Lo que hace la insurgencia, la oposición o el gobierno no son en sí mismos suficiente vehículo para multiplicar las ventas. Los medios lo maximizan porque ellos no solo no son neutrales sino tampoco —y sobre todo— son inocuos, inocentes que solo registran hechos pero no los generan o promueven. No toman posición por la guerra, pero sí dependen de que las noticias sean llamativas para la opinión, y llamativo son los actos belicosos y no los gestos de conciliación.

Y al igual que por eso poco se conoce sobre la realidad de las conversaciones de Paz, poco también se entiende que los actores del conflicto armado tienen un diálogo no aparente a simple vista pero más determinante que el que se publica en los medios.

En este ‘diálogo’ la declaratoria de ‘tregua unilateral’ fue una invitación a un acto recíproco por parte del Gobierno; poco se vio que así lo trasmitieran los medios a la ciudadanía. La respuesta del Gobierno fue un ‘no’ que, sin ser categórico (sí disminuyeron parcialmente las ofensivas militares), no se manifestó en nada concreto. La muerte de los soldados en el Cauca fue en cambio presentada como una segunda propuesta guerrillera de ‘entonces sigamos la guerra’. La  respuesta (independientemente de si esa fue o no la intención de ese ataque) fue en cambio tan categórica —y tan apoyada por los medios con sus titulares— como fue posible en el sentido de  ‘sí: aceptamos esa propuesta’.

Es que, contrariamente a lo que el Gobierno parece creer o trata de convencer al mundo, las dos partes tienen culpabilidad en esta guerra; y el Estado no solo por su incapacidad de crear una sociedad justa y responder a las necesidades ciudadanas, sino también por su convicción de que la guerra es una alternativa no solo posible sino válida.

Pero más responsabilidad y culpabilidad tiene los medios que (en alguna forma igual que los vendedores de armas) explotan la guerra en función de sus intereses.

 

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