De la guerra en los campos a la guerra cultural

De la guerra en los campos a la guerra cultural

"La violencia armada de grupos insurgentes estimulados por el marxismo y la lucha de clases ya no es viable en ningún lugar del mundo"

Por: Luis Eduardo Carreño
febrero 05, 2016
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De la guerra en los campos a la guerra cultural

Es claro que la guerra en Colombia llegó a un agotamiento. Me refiero obviamente al conflicto binario entre el Estado y quizás el movimiento guerrillero más antiguo del mundo, las Farc. Sobre los demás grupos u organizaciones armadas ilegales como las renacidas Autodefensas, las BACRIM y otras guerrillas de menor trascendencia, no se puede aún formular alguna proyección a futuro, ya que por ahora están por fuera del proceso de paz que se realiza desde hace un tiempo en Cuba y que busca, de una vez por todas, la "estabilidad nacional".

Lo realmente importante es aceptar que el conflicto bélico parecer tomar hoy un nuevo giro. Las Farc, brazo armado de la izquierda marxista-leninista en Colombia durante muchos años, han tomado otra estrategia renunciando así a las armas, al reclutamiento forzado y  a las actividades de financiación por medio de secuestros, narcotráfico y extorsión. Está el anhelo y el deseo, después de más de medio siglo de "Foquismo" en busca de la utópica revolución comunista, de crear un nuevo campo de batalla. Ese campo de batalla es el campo cultural, es el campo de la sociedad civil. Allí es donde las Farc, dejando atrás ese pasado violento e ineficaz que no lo llevó a nada, pretende organizarse como cualquier otro partido político siguiendo el sendero de la lucha constitucional por el poder. Lucha constitucional que buscó junto a la Unión Patriótica pero que culminó en el ya conocido magnicidio político hacia la izquierda en general.

La violencia armada de grupos insurgentes estimulados por el marxismo y la lucha de clases ya no es viable en ningún lugar del mundo. Tal vez sea Vietnam el último rincón del planeta donde triunfó un ejército clasista ante los deseos del poder económico. Hồ Chí Minh y miles de campesinos explotados vencieron primero las fuerzas de ocupación japonesas. De la misma manera harían retirar a la potencia mundial estadounidense para sumarse a los aliados del bloque soviético en eso que se llamó la guerra fría. En esos años el clima mundial era complejo pero cargado de esperanzas para las nuevas generaciones. En América Latina, como en África y Asia, la situación era palpable. Se debatía que modelo económico y social se debía seguir. Ser una dictadura del proletariado o ser una “dictadura del mercado. Todo estaba sobre la mesa y los ejemplos estaban en los diarios. Había que ir entonces a la praxis. El socialismo, como cualquier cambio social brusco, no era un camino por el cual se llegaba pacíficamente. Ya lo había dicho alguna vez Danton, “las revoluciones, amigo mío, no son un camino de rosas. Los bolcheviques en Rusia, el Maoísmo en China y el Movimiento 26 de Julio en Cuba demostraban que la transformación se hacía a través de las armas. Eran ejemplos de victoria para el comunismo y se estudiaban en muchas universidades como hechos históricos pero también teóricos. La Revolución Mexicana y hasta las campañas de San Martín y Bolívar (para nada comunistas) eran enaltecidas como luchas contra la opresión. Comienzan a aparecer figuras como Guevara (médico de una de las mejores casas de estudio de Sudamérica) desafiando al sistema, al orden social y a la inequidad. Los jóvenes de los años 60 y 70 mostraban un espíritu desafiante y de cambio ante un mundo inhumano. El movimiento cultural del “Mayo francés”, fuertemente reprimido por la policía parisina, y las protestas en Ciudad de  México que desencadenaron la “Masacre en Tlatelolco” en una plaza universitaria, eran sucesos que hacían crecer la efervescencia.

En Colombia la situación no era distinta. Tantas historias de abuso, explotación, pobreza y magnicidios de grandes políticos como Gaitán que se atrevía a desafiar a las clases dirigentes,  generaba en las clases subalternas una ira incontenible. Muchos jóvenes como Iván Márquez o Alfonso Cano, estudiante de antropología de la Universidad Nacional, deciden hacer la revolución por las armas y sumarse a la larga batalla que ya daban las guerrillas rurales de “Tirofijo” y el cura Camilo Torres en las montañas del país.

Los Montoneros y el ERP en Argentina, Los Tupamaros de un tal “Pepe” Mujica en Uruguay, la VAR Palmares de la que formó parte la hoy presidente Dilma Rousseff en Brasil y otros tantos movimientos como el Sandinismo en Nicaragua, reflejaban la realidad continental. Desafortunadamente la guerra frontal era lo único viable para estas guerrillas y los gobiernos. Estaba en juego una lucha ideológica de dos  voluntades de poder. Alguna “verdad”, como diría Nieztche, se impondría y esa “verdad” que lograra ganar la batalla sería LA VERDAD. La “amenaza roja” socialista o el “orden y la libertad republicana”. Esa era la cuestión. Recordemos que en Chile Salvador Allende dio un ejemplo al mundo de acción política. Por primera vez, en 1970, un partido de orientación marxista llegaba al poder sin disparar un solo tiro. Las medidas económicas que tomó el presidente fueron una ofensa para la economía capitalista y fue derrocado tres años después por Augusto Pinochet y la mano negra de la CIA norteamericana. Los “Chicago Boys” comenzarían entonces a restablecer el orden económico del país y desde la secretaría de Henry Kissinger se iniciaba la famosa “Operación Cóndor” que derramó tanta sangre en los países latinoamericanos y que tuvo estrecha relación con la Escuela de las Américas.

Las Farc, como movimiento marxista, deseaban realizar la tesis ideológica de la revolución de una forma muy ortodoxa. Tal cual como la había postulado Karl Marx (por medio de la conciencia de clase, la lucha violenta entre éstas y el derrocamiento del Estado burgués). Una visión y una estrategia muy radical que posteriormente entró en contradicción con lo que realmente era. Hay que recordar las camionetas blindadas de lujo, por allá en los años 2000, cuando se negociaba con el ex presidente Pastrana la paz. También los campamentos de la época con el reciente internet y otras comodidades del primer mundo que hacían pensar un poco la misión de la guerrilla. ¿Era un movimiento por la emancipación o será que ya el narcotráfico y las inhumanidades como el secuestro habían corrompido al “ejercito del pueblo”? Después, salían a la luz los combates que tenían las AUC y los bloques guerrilleros por controlar zonas de cultivos que no eran precisamente de papa. La gente ya no lo veía (y al parecer nunca los vio) como los héroes y libertadores. Los colombianos ven como héroes de la patria al Ejército Nacional y al “gran colombiano”, aquel que recuperó al Estado y su función primordial, que en términos de Max Weber, es tener el monopolio de la violencia física legitima dentro del territorio. No más “zonas de distención”, no más territorios al margen de la ley. No más micro-Estados dentro del Estado. Esto fue la llamada “Seguridad Democrática”, recuperar el control del país a cualquier costo, más allá de los falsos positivos y la censura y persecución política al pensamiento crítico, además de las medidas económicas antipopulares que hoy tanto duelen.

¿Por qué si unos y otros (Estado y guerrilla) hicieron tanto daño a los colombianos, toleramos más las violaciones a los derechos humanos por parte del gobierno y aborrecemos las de los guerrilleros? Esto es algo que no vio Marx, ni vio Rosa Luxemburgo, ni tampoco Manuel Marulanda y Raúl Reyes. Esto lo vio un revolucionario marxista pero heterodoxo, distinto, reflexivo y no tan pasional.  El italiano Antonio Gramsci creó el concepto de hegemonía para poder explicar la dominación cultural de la sociedad además de la dominación económica que ya había postulado el marxismo materialista en el siglo anterior.

Para hacer un breve repaso, el marxismo ortodoxo postulaba la idea de que la sociedad era como un edificio (para hacerlo más claro) con una estructura económica donde estaban las relaciones de dominación materiales. Allí estaban los dueños de los medios de producción (patronos o capitalistas) y los que no tenían nada más que su fuerza de trabajo (empleado asalariado). Estas relaciones de dominación económica eran avaladas y aceptadas solo porque existía una súper-estructura legal que legitimaba esta desigualdad social. Allí estaba la ley, el gobierno y las fuerzas armadas que garantizaban el orden y defendía los intereses de los grandes señores. Había entonces que tomar conciencia de clase, armarse y derrocar ese Estado burgués que solo representa los intereses de unos pocos. Esta visión, muy infantil e inexplicable hoy en día, era la postura que tomaron todas las organizaciones guerrilleras por los años 60 y 70. No había otra alternativa que la guerra frontal.

Gramsci, quien murió bajo el fascismo de Mussolini, fue mucho más allá y dio una explicación que hoy recoge frutos en todo el mundo. Inclusive el partido PODEMOS en España o el SYRIZA en Grecia se autodenominan partidos Gramscianos. No quieren desafiar al Estado por la vía armada y violenta. Quieren desafiarlo por la vía de la cultura, por medio de las mismas herramientas con que ha contado la clase dirigente a través del tiempo, por medio de las prácticas sociales y de las instituciones como la Iglesia, la educación y los medios de comunicación. Todo esto genera un pensamiento  hegemónico, una identificación de intereses que no son propios pero que comparto y acepto por adoctrinamiento social, por años de una cultura impuesta que se naturaliza y se vuelve sentido común.

¿De qué sirve tomar el poder del estado, cambiar las relaciones económicas y socializar todos los medios de producción por la fuerza, si el pensamiento del hombre común tiene arraigada la cultura contraria? Apenas Las Farc tomen por la armas la Casa Nariño, derroten al ejército y vuelvan a Colombia un país comunista, la sociedad colombiana saldrá a las calles y exigirá el revocamiento del gobierno guerrillero. A éstos no les quedará más que irse de palacio o imponer por la fuerza su ideología, ya que no cuentan con el armamento cultural, solo poseen e armamento bélico. Solo podrán dominar. No podrán crear hegemonía.

Todos los movimientos guerrilleros se tendrán que dar cuenta que los cambios se realizan atacando a la cultura, a esa misma que crea el sentido común y naturaliza la pobreza y celebra la competencia. Hay que crear entonces un nuevo pensamiento, entablar una batalla por la conciencia de los hombres y no por el cuerpo de éstos. No puedo solamente dominar, tengo que generan un conceso y una aceptación en el otro. Es así como en España, va a ser posible la independencia de Barcelona, no ya por medios violentos, guerrilleros y dictatoriales. Se realizará por medios constitucionales, por medio de un referendo.

En Colombia se tiene que tomar este camino. Dejar las armas y tomar el espacio público, ese que es de todos. Que ha sido monopolizado por los medios privados de comunicación, propiedad de los hombres más ricos del país y que dicen que pensar, que odiar, que aceptar y que no tolerar. También  hay que tomar las aulas y enseñar sobre las condiciones sociales en que se viven. No solo reproducir conocimiento matemático y funcional, sino un conocimiento político y social. Tomar conciencia de lo que somos de una postura de paz, sin imponer al otro lo que queremos que sea. Las Farc claramente podrá ser un partido político si se llega al proceso de paz que tanto se anhela, sin embargo es obvio que las Farc no representa los intereses de ningún colombiano. Son tan malos y corruptos como la clase política que le propone la tegua. La nueva organización tendrá que venir de esas nuevas clases subalternas de las que habla Gramsci. Esas que realmente no tuvieron vos durante largos años de guerra. Esas que piden un país más igualitario, con mayor calidad de vida y mejor condiciones históricas para  una verdadera paz.

 

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