La familia que lleva más de 40 años al frente de la empresa que blinda los carros presidentes en Colombia y otros países

Santiago Mejía, fundó Armor International en 1984; hoy, bajo la dirección de sus hijos, blinda desde vehículos oficiales hasta flotas presidenciales en varios países

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diciembre 14, 2025
La familia que lleva más de 40 años al frente de la empresa que blinda los carros presidentes en Colombia y otros países

Era un taller de fabricación de carpas de fibra de vidrio en Bogotá fue donde Santiago Mejía empezó a darle forma a algo que no sabían entonces que se convertiría en un referente de seguridad en Colombia: Armor International. Por aquellos días, finales de los años setentas y principios de los ochenta, la violencia en el país no era solo un tema en las noticias, sino una realidad palpable. Las personas salían de su casa sin saber si regresarían. La vida de Santiago, como la de tantos colombianos, estaba marcada por el miedo, pero también por el instinto de supervivencia.

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Santiago observaba, con inquietud, cómo la violencia crecía alrededor suyo: secuestros, extorsiones, y los temidos ataques de los carteles de la droga, que hacían del país un lugar en guerra. Fue un día cualquiera, mientras reparaba una camioneta, cuando una idea tan simple como compleja pasó por su mente: ¿por qué no proteger a la gente de la violencia?

Las cabinas y defensas para vehículos que había construido hasta ese momento no tenían otra intención más que la de dar confort a quienes disfrutaban del campo o de los caminos polvorientos de Colombia. Pero ahora, en su mente, esas mismas defensas podían servir para salvar vidas. De allí nació Armor International, no como un negocio de lujo o exclusividad, sino como una necesidad urgente de protección.

Era 1984, y el país vivía uno de sus momentos más tensos. El asesinato del ministro Rodrigo Lara Bonilla había encendido una chispa que llevó a las élites del país a buscar maneras de protegerse del secuestro y la violencia. Santiago no lo sabía aún, pero su instinto le decía que su pequeña empresa, en su humilde taller, podría ser parte de la respuesta a ese miedo colectivo.

Armado de una visión que no le permitía descansar, y con una familia dispuesta a seguirlo, empezó a vender su idea. No fue fácil. El primer cliente fue uno de esos empresarios que, como muchos otros, se habían dado cuenta de que no podían salir a la calle sin poner en riesgo sus vidas. A ese primer blindaje le siguieron otros, poco a poco, mientras Santiago aprendía a su manera cómo blindar no solo los vehículos, sino también las esperanzas de quienes estaban dispuestos a poner sus vidas en manos de su trabajo.

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Con el tiempo, y a medida que la demanda aumentaba, Armor fue creciendo. La empresa pasó de ser una pequeña bodega con un par de empleados a convertirse en el gigante que es hoy. Pero Santiago nunca perdió de vista lo que le dio origen: proteger a las personas. No se trataba de vender un producto, sino de salvar vidas. De alguna manera, la idea de proteger a las personas de la violencia se fue impregnando en cada rincón de la compañía, en cada detalle del proceso.

Aunque al principio no todo fue sencillo, ni rápido, los Mejía, hijos de Santiago, tomaron la posta y decidieron mantener la visión intacta. En 2006, cuando Santiago falleció, no solo dejaron atrás a un padre, sino a un mentor que les enseñó que el blindaje no es solo de acero y vidrio, sino de confianza. Los hermanos Mejía, entendieron, al igual que su padre, que la verdadera fortaleza de Armor estaba en el compromiso con sus clientes, en el valor de ofrecerles lo que realmente necesitaban: seguridad y tranquilidad.

En ese camino, la compañía fue avanzando a un ritmo sorprendente. Ya no solo blindaban vehículos, sino también aeronaves, embarcaciones y hasta casas. Armor dejó de ser una marca local para convertirse en un nombre reconocido en América Latina, Europa, Asia y África. En 2008, la empresa dio su primer paso internacional al instalarse en México, donde su nombre comenzó a resonar en mercados internacionales, blindando desde vehículos oficiales hasta caravanas presidenciales.

Pero todo esto no fue solo cuestión de crecer por crecer. En Armor hay algo que marca la diferencia, algo que los Mejía siempre repiten: el blindaje es más que un negocio, es una responsabilidad. Cada carro, cada cliente, cada contrato es una promesa de protección, de vida. Y eso es algo que no se toma a la ligera.

El negocio de Armor no solo está marcado por su éxito económico, sino por una ética empresarial construida sobre los valores de su fundador. La empresa sigue siendo un lugar hermético, donde se trabaja a puertas cerradas 365 días al año. Allí, en la nueva sede de Puente Aranda, no se ven lujos ni ostentación. Solo los vehículos que requieren de un proceso meticuloso de blindaje y las personas comprometidas con la misión de seguir protegiendo a quienes más lo necesitan.

Desde que comenzó con esa pequeña idea, Santiago Mejía nunca imaginó que su taller de fibra de vidrio se convertiría en la empresa que hoy es Armor, pero lo que sí sabía era que tenía una misión: darles a las personas la oportunidad de seguir adelante, de llegar a su casa, de no ser víctimas de la violencia que azotaba el país. En las llamadas, en las reuniones, en las decisiones diarias, los Mejía continúan la historia de su padre: la de un hombre que, desde su taller, decidió que el miedo no debía dictar las reglas. Armor, al final, no es solo una blindadora de vehículos. Es una empresa que se fundó para proteger lo más valioso: la vida de las personas.

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