La falacia de la cultura ciudadana

La falacia de la cultura ciudadana

El lío de esta noción radica en que desde un principio admite que unos tienen cultura y otros no, y que los primeros deben dictar las normas de comportamiento adecuado

Por: Andrés Esteban Bejarano
enero 07, 2020
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La falacia de la cultura ciudadana

La reciente posesión de la alcaldesa Claudia López se presenta con un halo de optimismo para el porvenir de la capital. Por primera vez una mujer, destacada en la lucha contra la corrupción, con doctorado y proveniente de una familia humilde, asume la dirección de Bogotá. Una de las promesas que generan más ilusión entre los ciudadanos es recuperar la cultura ciudadana, impulsada por Mockus en su primer alcaldía.

La cultura ciudadana es un programa que busca desarrollar un modelo de ciudad basado en la convivencia y la tolerancia, en principio, algo necesario y que los bogotanos necesitan, pero en el fondo no constituye nada más que una falacia. La emergencia de la cultura ciudadana reside en una supuesta pérdida de los valores, su necesidad viene dada por el desorden, para lo cual, la cultura ciudadana aparece como una fórmula mágica para alcanzar mayores niveles de bienestar. La cultura ciudadana no se cuestiona.

Parece ser que se ha naturalizado tanto el pánico cultural como su solución definitiva. Es bastante sencillo: la falta de cultura se combate con la pedagogía de la cultura ciudadana; no se problematiza, se da por hecho porque así tiene que ser, porque se trata del bienestar colectivo. Sin embargo, la cultura ciudadana encubre un problema: produce la despolitización de la dimensión social. Si a todo problema del orden social se le atribuye como única solución una iluminación cultural, se cierra las puertas a buscar alternativas, lo que causa limitar la comprensión del fenómeno, resulta innecesario pensar los problemas porque la solución ya está dada.

En este sentido, desvirtuar las relaciones de poder que se desenvuelven en la sociedad resulta peligroso, se dan por sentados los problemas y las soluciones a costa de invisibilizar los múltiples factores que pueden determinar la conducta social. Por ejemplo: se piensa que el problema de los colados de TransMilenio se debe a una ausencia de valores que puede ser corregida por la cultura ciudadana, evitando el debate político sobre la desigualdad social o los costos de la tarifa del servicio. De esta forma se reduce el debate y se oculta el carácter político de la sociedad.

Ahora bien, dicho pánico cultural que normaliza a la cultura ciudadana como un "debe ser" de la convivencia en sociedad elimina la diferencia. La experiencia de Bogotá está diferenciada por la posición de clase, no es la misma experiencia de Bogotá la de un habitante del sur a un habitante del norte, la experiencia de un trabajador en un barrio popular que vive con el salario mínimo no es la misma experiencia que los dueños del poder político y económico en la capital. Pero a todos se les exige comportarse igual a través de un ideal de comportamiento, una especie de plataforma trascendental kantiana (muy importante en el pensamiento de Mockus) que pretende que todos convivamos como si fuera una ciudad en Europa y no en un país subdesarrollado y dependiente.

Por último, aunque uno de los fines como sociedad debe ser alcanzar unos niveles de convivencia que hagan posible el buen vivir, la cultura ciudadana es falaz porque debe admitirse el principio de que unos tienen cultura y otros no, y que los primeros deben dictar las normas de comportamiento adecuado. Por tanto, la cultura ciudadana resulta moralista al asumir la decisión del comportamiento bueno y clasista donde las clases políticas determinan cómo deben comportarse las clases sin cultura, generalmente las populares, sin importar sus condiciones materiales, despolitizando su situación naturalmente política.

Queda entonces abierta la invitación a la reflexión.

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