La estructura del poder en Colombia
Opinión

La estructura del poder en Colombia

La intrascendencia del gobierno Duque cambiará al poder en Colombia, ya hay dos puntadas de su herencia que infieren otra: probablemente su principal legado sea acabar con el uribismo

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enero 12, 2020
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Parece inevitable: el gobierno de Iván Duque va a ser intrascendente. El último capítulo con Uber es bien diciente: Duque traía relativamente poco a la Presidencia y en su discurso repetía “algo” sobre la economía naranja. No era muy claro a qué se refería, al fin y al cabo, es un concepto con muy poco sustento teórico. Además, tampoco tiene evidencia empírica, aunque hay muchos caminos para alcanzar el “desarrollo”, ninguno conocido pasar por hacer de la economía “naranja” un eje. Duque hábilmente construyó un concepto, lo desarrolló marginalmente, y con presentaciones bien animadas en power point logró abrir un espacio en la discusión pública. Esa es una habilidad que no es despreciable. El problema es que ya en la presidencia, no le bastaba con algunas ideas sueltas sobre la intersección entre la tecnología, la economía y la cultura para implementar proyectos concretos y con algún impacto. Enredada institucionalmente entre ocupar un espacio en el Ministerio de Cultura o una alta consejería, la economía naranja ya desapareció del discurso de Duque. En el paro nadie ha reclamado ni a favor ni en contra de la economía naranja porque a nadie le importa porque, en realidad, no importa. A Duque tampoco, ya agotó ese recurso comunicacional.

Y, entonces, forzaron la salida de Uber del país. Si algo en el imaginario público podía sugerir una relación concreta entre lo gaseoso de la economía “naranja” y el día a día de la vida, son las aplicaciones en un celular. El intento por explicar si esas aplicaciones o no entran en el concepto de economía “naranja” es circular. La economía naranja era lo que Duque dijera que fuera, por definición. Así pues, más allá de la discusión legal sobre las infracciones de Uber, el gobierno perdió la oportunidad de hacer algo constructivo con la empresa, un desarrollo conjunto, una explicación pública sobre los problemas y el papel de la tecnología en estos tiempos. Nada, se quedaron en justificaciones legales, en quejas sobre el pasado y ya. El problema, además de incapacidad de resolver y de comunicar, es político, como casi siempre. En su misma coalición se revelaron las contradicciones: mientras Uribe, el jefe, parecía indicar que la medida era razonable -supongo que intentando recuperar el olfato perdido y ubicándose cercano a los taxistas-, el representante a la cámara Santos, en público, le pedía que no la embarrara más, que le dejara a él eso. Impensable, hace un tiempo, que regañaran al que los puso a todos ahí.

Duque parece siempre superado por los hechos. Es un personaje lleno de oportunidades perdidas, por ejemplo, estas dos: haber abanderado la lucha contra la corrupción después del mejor momento de su gobierno cuando convocó a todas las fuerzas políticas a la Casa de Nariño y haber transformado la educación del país cuando los mismos estudiantes le abrían el espacio para que tomara ese camino. La principal, por supuesto, es no haber tomado la oportunidad que le dio Uribe -al haber eliminado a dedo a Luis Alfredo Ramos y Oscar Iván Zuluaga- de ser presidente del país para señalar un rumbo transformador. No le cayó del cielo esa oportunidad, y bastante competencia tuvo, pero sin duda, difícilmente en otro contexto alguien con su hoja de vida habría llegado a la Presidencia. No va a pasar mucho más con el tiempo que le queda.

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Álvaro Uribe -aunque con origen en el samperismo antioqueño- lideró la ruptura final del bipartidismo en Colombia

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Veníamos de dos gobiernos trascendentes. Álvaro Uribe -aunque con origen en el samperismo antioqueño- lideró la ruptura final del bipartidismo en Colombia. Trajo al país la forma populista de entender la relación política, con algunos espacios de tecnocracia neoliberal, y, sobre todo, reinventó a la derecha colombiana. Enfocado en el fin último de derrotar a las Farc, utilizó cualquier medio para avanzar en ese camino. Con ayuda de Juan Manuel Santos que, desde el Ministerio de Defensa, implementó la etapa más radical de la seguridad democrática. Santos, puesto por Uribe, aunque con hoja de vida más extensa que la de Duque, también lideró un gobierno trascendente. Volvió a ejercer sin la conexión directa con la ciudadanía -quizás por su falta de carisma- y entregó el manejo del poder a los partidos políticos, llevando el clientelismo a niveles altísimos. El concepto que sostenía esa forma era que necesitaba un “equipo de rivales”. Su traición a Uribe, mal vista por las mayorías, necesitaba de un sostén político y eso logró. Paralelamente, se la jugó a fondo por uno de los cambios más importante en la historia de Colombia, el proceso de paz con las Farc. Precisamente por el clientelismo que lo nublaba -tener apoyos transaccionales de políticos no se parece en nada a tener apoyo de la “gente”, es casi al contrario en estos días- y por su incapacidad para explicar, la “paz” terminó aprobada en el Congreso, en su Congreso, no en las urnas. Germen de la presidencia del Centro Democrático.

El contraste entonces debe ser evidente: contrario a los anteriores, no será este un gobierno trascendente. Ojo, no hay, por definición, un valor positivo en la noción de trascendencia. Se puede ser trascendente generando destrucción de estructuras estables. Quién sabe si hay un valor en la intrascendencia de Duque. En Latinoamérica hemos tenido la propensión a la autodestrucción por sobrevalorar intentos de trascendencia desde el poder. Las rupturas totales pueden cambiar trayectorias en un sentido o en otro, basta ver, por ejemplo, como la trascendencia de Chávez terminó por destruir un país mientras que la trascendencia de Mandela terminó por tejer otro. En Colombia, en mi opinión, hay inmenso espacio para crear rupturas trascendentes que abran mayor justicia social y sienten las bases para disminuir la desigualdad, la violencia, la segregación en algunas ciudades. A lo mejor otros valoraran la intrascendencia, sobre todo si nos comparamos con el vecindario.

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El mal gobierno de Duque cambió, en algunas ciudades, a los líderes del poder formal en las elecciones de octubre

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La pregunta más interesante para este año será, ¿y la intrascendencia del gobierno Duque cómo cambiará la estructura del poder en Colombia? Una última nota sobre el pasado: aunque hay varias similitudes entre Pastrana y Duque, en realidad Uribe recibió de Pastrana, no un gobierno intrascendente sino un gobierno fracasado en su mayor apuesta (y en todas las demás). La intrascendencia, de nuevo, no es fracaso por definición. Ya tenemos puntadas sobre lo que será la herencia de Duque: en primer lugar, su mal gobierno cambió, en algunas ciudades, a los líderes del poder formal en las elecciones de octubre. La ciudadanía más moderna del país, la clase media urbana, encontró en esas elecciones cómo expresar su descontento eligiendo a políticos por fuera de la estructura tradicional y, sobre todo, por fuera del Centro Democrático de Duque. El Partido Liberal y otros ejes del clientelismo tradicional mantienen inmenso poder. No hay que llamarse a engaños.

En segundo lugar, la marcha del 21 de noviembre es la segunda herencia de Duque. Es una ciudadanía activa, más crítica, más atenta que ocupó la calle y, difícilmente, va dejar de estar interesada en la política. Aunque después de ese día, la movilización, inevitablemente, terminó siendo de los espacios usuales de confrontación queda en la memoria del país ese primer remezón amplio y, sobre todo, el eco de las cacerolas. Con estas dos puntadas de herencia, se infiere otra: probablemente el principal legado de Duque sea acabar con el uribismo. Álvaro Uribe, solo, llevaba 20 años manejando la agenda del país. No creo que logre superar mucho tiempo más como una figura de tal peso y, con su retiro, quedará un grupo pequeño de seguidores alrededor de él y, los demás, se despedazarán por un espacio a la derecha. Paradójicamente, Duque ni siquiera ocuparía ese espacio. Formado en el Partido Liberal y por Santos, sus formas y su lenguaje no son los que más motivan a la derecha más dura. Está fregado: su mejor legado, quizás, va a ser el de haber aguantado la llegada al poder del sector radical del uribismo; un legado que nadie, al menos en público, le reconocerá.

¿Qué fuerzas políticas podrán avanzar sobre el contexto que aquí se describe? Asunto del resto de columnas de este 2020.

@afajardoa

 

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