Las elecciones regionales y locales del pasado domingo 27 de octubre han dejado varias lecciones a los diferentes partidos y movimientos políticos que participaron en este evento, uno de los más esperados después de la consulta anticorrupción y de las elecciones presidenciales del año pasado, habida cuenta, precisamente, de que con los resultados de la consulta se pretendía obligar al congreso a darle trámite una serie de propuestas para acabar de raíz con el que está considerado como el mayor de los males que aquejan al país: la corrupción político-administrativa pública y privada que ha desangrado al país durante varias décadas.
Para nadie es un secreto que muchísimos dirigentes políticos, de todos los sectores y colores del espectro geopolítico, han utilizado la compraventa de votos para lograr su propósito de llegar al poder y no precisamente para servir a los demás, sino para llenar sus arcas personales y enriquecerse a costa de los dineros públicos, a través de la repartición burocrática de las diferentes carteras y secretarías que les ha permitido manejar la administración pública a su antojo, año tras año, sin que, hasta ahora, haya habido una respuesta del electorado colombiano tan contundente como la que ocurrió en las elecciones del último domingo de octubre.
Los resultados de estas elecciones dejaron a más de un títere sin cabeza en todos los grupos y movimientos que participaron en esta contienda electoral que se caracterizó por los discursos agresivos, las amenazas y los asesinatos de líderes sociales, sindicales y políticos a manos de fuerzas extremistas de derecha e izquierda, opuestas a la consolidación del proceso de paz con las Farc que se logró en el gobierno anterior, y al que el partido de gobierno, el Centro Democrático, junto con su máximo líder, el expresidente-senador Álvaro Uribe Vélez, le declararon la guerra a muerte, haciendo hasta lo imposible por alcanzar su malévolo propósito.
Dentro de los grupos más afectados por la sabia decisión popular de asestar un duro golpe a las mafias politiqueras locales y regionales, se encuentra el partido que maneja los hilos del poder en Colombia, máximo representante de la línea uribista, la cual salió derrotada en las principales capitales del país y en los departamentos más significativos para esta corriente que se parece más a una secta religiosa que a un movimiento político, pues, su nombre oficial, Centro Democrático, lleva el apelativo de "comunidad oficial", como para que no quede la menor duda de que se trata de una comunidad político-religiosa presidida por su máximo líder, "el gran hermano".
La derrota del uribismo en los departamentos de Antioquia y Córdoba, sus fortines políticos más preciados, incluyendo a sus capitales, Medellín y Montería, que fue reconocida por el propio Uribe, es un campanazo de alerta para él y todos sus seguidores, pues, es una muestra fehaciente de que muchísimos colombianos ya no se creen el cuento del "castrochavismo" y le han perdido el miedo al "jefe" y a sus seguidores que repiten como loros #loquedigauribe, el eslogan de la campañas virtuales del uribismo.
