La creciente ola del posescepticismo
Opinión

La creciente ola del posescepticismo

La incredulidad se alimenta de distintas fuentes, siendo la principal el haber desconocido los resultados del plebiscito

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mayo 11, 2017
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El presidente Santos no entendió que el único blindaje posible para el  Acuerdo Final consistía en generar un gran consenso nacional. La cuestión exigía convocar, atraer  y persuadir. De manera igual era necesario ser capaces de reconocer los errores y disipar tanto  las suspicacias como el temor.

La ausencia de un proceso como el descrito explica el surgimiento del “posescepticismo” y el crecimiento imparable de los “posescépticos”. Una circunstancia  confirmada por las encuestas. Según el último sondeo de Gallup  el 57 % de los consultados piensa que la implementación de los acuerdos va por mal camino;  el 65 % considera que las Farc no cumplirán lo pactado; un poco más de la mitad estima que el gobierno tampoco lo hará, y el 67 %  cree que con el Acuerdo no se va a lograr un clima de seguridad y tranquilidad.

En este punto no se puede olvidar que fueron los escépticos, o euroescépticos, quienes sacaron al Reino Unido de la Comunidad Europea y tienen amenazada la estabilidad de esta organización.

Entre quienes se sienten defraudados hay una buena cantidad de ciudadanos conscientes de que el camino  hacia la paz implicaría altos costos y sacrificios, pero  esos ciudadanos daban por descontada la existencia de una línea roja infranqueable: las transformaciones debía efectuarse manteniendo el debido respeto por el Estado de Derecho y la institucionalidad. Por eso tal población sigue sin entender el fast track, adefesio que terminó de castrar al Congreso, organismo aceitado por la mermelada billonaria y de tiempo atrás controlado por el Gobierno.

La incredulidad se alimenta de distintas fuentes, siendo la principal el haber desconocido los resultados del plebiscito. Tras esa mácula inicial siguieron infinidad de hechos con potencial para dañar la confianza. El desbarate institucional siguió con la creación de la famosa Comisión de Verificación que equivale a una microconstituyente, donde las Farc tienen la mitad del poder para presentar los proyectos que el Congreso habrá de considerar.  Apareció también la Justicia Especial para la Paz, que puede convertirse en rueda suelta controlada por factores extranjeros.

 

 

El desbarate institucional siguió con la creación de la famosa
Comisión de Verificación que equivale a una microconstituyente,
donde las Farc tienen la mitad del poder

 

El asunto no quedó allí. Ahora surgió una reforma que al estilo de Venezuela se orienta a dar el carácter de rama del poder público a la función electoral. Además la semana pasada fue presentado el proyecto de ley de “Ordenamiento de la propiedad social y tierras rurales” o Ley de Tierras.  Una propuesta bien intencionada pero que ha atraído reparos por entregar funciones jurisdiccionales a un ente administrativo como es la Agencia Nacional de Tierras.

La máquina productora de escepticismo que montó el gobierno, se alimenta complementariamente de otras realidades. Por ejemplo, el plazo para hacer dejación de las armas personales  no se cumplirá, mientras existen centenares de caletas cuyo contenido y dimensiones son inciertos. Tampoco se ha cumplido el programa de construcción de albergues para acoger a los insurgentes en las zonas veredales. La falla es tan notoria que lo comentan al aire los jefes guerrilleros.

Lo que subyace en esta oleada de escepticismo es que el Acuerdo Final está lleno de ideas que la guerrilla y el Ejecutivo saben inviables. No se podrán materializar porque nuestro Estado no funciona, se ha ido derrumbando; cayéndose a pedazos carcomido por la corrupción, la politiquería, la falta de justicia, la incapacidad de controlar el territorio entre otros defectos.

 

 

Lo que subyace en esta oleada de escepticismo
es que el Acuerdo Final está lleno de ideas
que la guerrilla y el Ejecutivo saben inviables

 

 

Como lo señalara recientemente el profesor James Robinson: el Acuerdo se ha debido centrar en arreglar ese derrumbe. Agrega el académico al preguntarse por qué el gobierno y las Farc firmaron semejante pacto: “Creo que es porque el gobierno no está interesado en cambiar a Colombia. Las élites políticas colombianas tienen la narrativa de que Colombia es un país exitoso y que ha tenido mala suerte. Mala suerte con la Revolución Cubana, mala suerte con la coca, mala suerte con Pablo Escobar. Si no hay nada mal, no hay nada que cambiar…” En cuanto a las razones de las FARC para la firma indica que “tal vez ellos solo quieren tener su turno para comer, como se dice en África”.

Iniciar la reforma del Estado para detener su ruina no sería difícil. Bastaría expedir un par de artículos por la vía del fast track. Uno restablecería la autonomía de la justicia, volviendo a introducir la cooptación en las altas cortes. Con ello se cortarían los vasos comunicantes entre esta rama del poder  y la politiquería podrida. El otro artículo tendría que eliminar y castigar la mermelada, engendro usado por la actual administración para someter al Congreso y caldo de cultivo para la corrupción en el sector público.

Pero nada de esto sucederá por falta de ese elemento esencial que es la voluntad. Aquella que no tienen el Gobierno, ni las Farc para llegar al fondo de las cosas, tomar los correctivos necesario y salvar la democracia. Por eso los posescépticos sentimos que vamos cuesta abajo, con pilotos autistas que no registran las realidades del contexto. También intuimos que si no se da  un cambio rápido del rumbo a la vuelta de la esquina nos espera el desastre.

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