La ciudad en el ojo de Jorge Martínez
Opinión

La ciudad en el ojo de Jorge Martínez

Noticia de la otra orilla

Por:
octubre 28, 2017
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Una calle invadida de ventas ambulantes del centro de Barranquilla; un aserrador con su troza y su sierra en Vega Baja, Puerto Rico; dos payasos de satín en el mercado de Barranquilla; otra calle devastada del centro de esta ciudad  que en su abandono se parece tanto a una de Cuba; la cocina surrealista de unos campesinos tamboreros en Puerto Colombia; la fondera del boliche con sus bocachicos y sus vituallas; el artista de vanguardia que colecciona crucifijos; el maestro Loochkartt tomándose un guarapo en el mercado; el loco mundo de ese mismo mercado, con su vendedora de tintos, sus yerbateros sabidos, su vendedora de pescado, sus vendedores de canasto y cestería y el vendedor de hondas y caucheras hechas con sondas de hospital…

Puede ser igual un rincón lleno de escombros, anodino y casual; una jaula de palomas en Quito; una bella placita del siglo XIX también en Quito; tres carteles rasgados de mil formas en una calle de Bogotá; obreros sobre un andamio en Quito; un hombre de la calle que duerme en un andén de Barranquilla; los penitentes sangrientos de Santo Tomás, Atlántico; un contraluz en Maracay, Venezuela; un portón conceptualista a la manera del Grupo El Sindicato en Barranquilla; o las enormes y como bíblicas piedras de panelas en Machichi, Ecuador; en fin, Jorge Martínez tiene la ciudad en el ojo, y desde ese ojo podemos ver esas verdades de la ciudad que tal vez solo en la fotografía se dicen con mayor elocuencia. Como decía Robert Capa, “No hace falta recurrir a trucos para hacer fotos. No tienes que hacer posar a nadie ante la cámara. Las fotos están ahí, esperando que las hagas. La verdad es la mejor fotografía…”

 

Y ese ojo de Martínez es uno en el que ha cabido, en su ya larga trayectoria artística, aquellos desafiantes grabados de gran formato; sus pinturas surrealistas llenas de geométricas alusiones simbólicas y religiosas; sus maravillosas series de grandes pinturas expresadas en un  afortunado y bien resuelto informalismo abstracto; luego sus fotografías de personajes de carnaval; y ahora esta crítica y poética visión de las ciudades acudiendo en su generalidad a un blanco y negro que potencia fuertemente la significación plástica y conceptual de cada imagen.

A decir verdad, fotografía y ciudad están unidas desde sus inicios. La fotografía es de alguna manera una experiencia fundamentalmente urbana y han sido primero las ciudades, calles, puertas, edificaciones, rostros, personajes referenciados en interiores y exteriores, los primeros que empezaron a ser representados fotográficamente de forma sistemática, como relato, en un momento en el que la historia de la fotografía y la historia de las ciudades andaban de la mano en las calles del siglo XIX, lo que permitió que, por ejemplo, en el París de esos años surgiera un proyecto gubernamental de catalogación  fotográfica de los edificios de interés patrimonial y simbólico de la Ciudad Luz, ya en ese momento.

 

 

Y fue a partir de experiencias como esas, que las ciudades empiezan a volverse motivos experimentales de expresión artística y documental, en contextos en los que los avances tecnológicos en la fotografía, la consolidación de una noción estética y crítica de la ciudades y el desarrollo del arte fotográfico como algo más que un simple registro familiar u oficial, que el paisaje humano y urbano empieza a tomarse los espacios expositivos de importantes galerías de arte en el mundo ya en términos de nuevos sentidos estéticos, políticos y científicos.

Quienes saben del tema, como el fotógrafo peruano Carlos Caamaño, por ejemplo, consideran al italiano Gabriele Basílico, fallecido apenas en 2013 como el fotógrafo que se convirtió en el adalid de los estudios sobre fotografía, arquitectura y ciudad, razón por la cual hace parte del equipo que trabaja en el registro que observara la evolución del paisaje contemporáneo francés.

Estas fotos de Jorge Martínez testimonian sobre las ciudades desde diversas aproximaciones fotográficas, que sin embargo tienen en el reportaje un pretexto para producir un planteamiento estético desde la miseria, la abyección, el gesto arquitectónico, frío en apariencia; la soledad o la sobrepoblación; la humildad y sencillez de los oficios; la imponencia y la belleza contrastada con la desidia; y en todo ello, un elemento humano que atraviesa de historia viva los ámbitos diversos de la ciudad, acompañado además por la importancia, inocente en apariencia, de los detalles pequeños, de la grandeza de las pequeñas cosas, que ayudan a redondear un discurso en un blanco y negro que poetisa el relato y lo convierte en una narración seria que revela y contiene al mismo tiempo su materia iconográfica, logrando un difícil equilibrio en la comunicación artística.

La ciudad en el ojo nos entrega unas fotografías envueltas en un cierto misterio. Lo que dicen no es todo lo que dicen. Hay en ellas al mismo tiempo una información cabal y una carencia. Como dijera la extraordinaria fotógrafa norteamericana Diane Arbus: “La fotografía es un secreto de un secreto. Cuanto más te dice, menos sabes”.

Vamos a asomarnos, pues, a ese ojo de Martínez para ver estas ciudades, estos personajes y estos espacios, que vienen contados no desde la descripción sino

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