Pizano y Merchán sabían algo que muy pocas personas saben, y, como es de amplio conocimiento, en Colombia el que sabe mucho, vive poco, también el que hace mucho vive poco. Es más, todos vivimos poco. El que yo esté escribiendo esto y que usted posteriormente lo lea, puede ser catalogado como milagro.
Ahora bien, para toda cosa del mundo existe una versión criolla o un uso casi exclusivamente colombiano. Aquí somos expertos en abrir cremas dentales, vender cosas innecesarias, manejar motos de alto cilindraje con una sola mano, reírnos de los demás, elegir pésimos presidentes y tomar alcohol. Por lo general, el cianuro se usa en la producción de papel, textiles, plásticos y pinturas. En Colombia lo usamos para matar testigos clave en casos graves de corrupción.
Pero ¿qué hay detrás de estas escenas macabras? Además de la naturalidad con la que muchos colombianos se tomarán la muerte por cianuro de Rafael Merchán, así como han tomado con naturalidad la muerte de cientos de miles de colombianos, e inclusive la de los seis líderes asesinados en los primeros seis días del 2019, existe toda una red de prostitución del presupuesto público donde muchos personajes importantes de la política colombiana muy probablemente estarán inmiscuidos. Se trata de un engranaje de prebenda tras prebenda en el cual todos trabajan para uno y uno trabaja para todos.
Es válido, entonces, exigirles a los representantes de las instituciones que hacen “funcionar” este país, que acepten cargos, que por una vez en su vida hagan lo correcto. Claro está que las exigencias históricamente no se han quedado en lo efímero de la tinta y el papel. Las exigencias deben ser en la calle, en las manifestaciones sociales, en la plaza pública. Es hora ya de que el pueblo se dé cuenta del verdadero significado de la venda en los ojos de eso que nos han querido mostrar como justicia.