La casa del general Santander en Villa del Rosario (Cúcuta), un monumento que se cae en mil pedazos

La casa del general Santander en Villa del Rosario (Cúcuta), un monumento que se cae en mil pedazos

Como si se quisiera sepultar en el olvido, todo es abandono: la edificación de 200 años y el terreno donde está. Gran reto para la minCultura Patricia Ariza

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octubre 02, 2022
La casa del general Santander en Villa del Rosario (Cúcuta), un monumento que se cae en mil pedazos

Lo primero que el visitante ve cuando entra a la casa es un tamarindo. Un elegante árbol de tamarindo que el tiempo ha sabido tallar. Al final de la tarde, con una luz ya amarillenta, mortecina, las hojas se ponen de un verde fosforescente. Ese árbol cumplió el año pasado 200 años. Es el último ser vivo aún en pie que conoció al más célebre de los habitantes de esta casa. En realidad, pocas estructuras dentro de la casa natal del general Santander tienen tanta firmeza como este árbol centenario.

Entre el 2 de abril de 1792, año en el que nació, y 1805, cuando se fue a Bogotá a estudiar en el colegio mayor de San Bartolomé, Francisco de Paula Santander corrió por estos amplios corredores de losas de barro indecisas. En la entrada de estas seis hectáreas de terreno tenía un letrero hace dos siglos y se llamaba La casa del Altillo. Estaba ubicada a doscientos metros de la plaza principal de Villa del Rosario, sobre la que se llamaba entonces calle del Cabildo. En sus amplios patios crecían árboles cuyas semillas habían traído de la India y ahí se refrescaban del calor mientras en una mesa el pequeño Santander recibía las lecciones de su primera maestra, Bárbara Chávez.

Hoy otros árboles han reemplazado a los que se trepó el general. Y algunas grietas también. La casa Santander está ubicada en un sitio estratégico, la entrada a Venezuela. El río Táchira está a 1.300 metros de ahí. El río Táchira es el límite entre dos países que alguna vez fueron uno hasta que el dueño de la casa decidió traicionar el proyecto de Bolívar y Suramérica explotó en mil pedazos. Hace calor en Cúcuta, hace más calor que hace dos siglos.

Es un domingo a las cinco de la tarde. No hay nadie en la casa. La Secretaría de Turismo de Cúcuta es un fortín político. La casa no está reseñado en Lonely Planet, la guía de viajes más importante del mundo. En ella sólo hay una referencia a Cúcuta. Lo único que aconsejan es que hay que salir pronto de ahí, que sólo es un punto fronterizo, complicado como puede ser cualquier frontera que colinda con un país petrolero y otro país con una fuerte tradición de carteles de la droga y con un conflicto interno de más de medio siglo. La casa Santander no es un lugar para viajar desde otro extremo del país para desandar los pasos del prócer.

La Casa Santander se ha convertido en la casa de festejos más prestigiosa de la ciudad. Allí, si se tiene influencia, se podría alquilar sus patios por 6 millones de pesos 6 horas. Los cuidadores hablan de descabezados, de caballos dirigidos por jinetes invisibles que relinchan en medio de la noche. La casa, además, cuenta con una red de conductos subterráneos por donde antiguos dueños del lugar se escabullían de sus enemigos. Si fueran otros los intereses de esta ciudad díscola la Casa sería una excusa para pasar unos días en la frontera.

El cuarto de Santander está en el segundo piso. Bueno, llamar segundo piso a un altillo es un despropósito. A principios del siglo XIX sólo los edificios imperiales podrían darse el lujo de ejercer tamaña ostentación. El altillo era una muestra clara del poder que tenía el papá de Santander, Juan Agustín, próspero cultivador de Cacao y gobernador de la provincia de San Faustino. Al entrar al cuarto donde ya no hay cama ni mosquitero, ni escupidero de tabaco, ni espejo, ni nada de lo que alguna vez fue de Santander, se mueve al nosotros pisarla. Es como si por dentro el bahareque resintiera ya la falta de cuidado y abandono.

En la casa de Santander, a diferencia de las grandes mansiones en donde han pasado momentos estelares de sus vidas gigantes de la historia como Simón Bolívar, afiebrado y coqueto en la Casa de San Pedro Alejandrino, el lugar donde una pareja de criollos le dio hospedaje mientras esperaba regresar con un ejército para derrotar a sus traidores, nada es real. Fue un presidente paradójicamente cucuteño, Virgilio Barco, trasladó las principales reliquias de la casa a la sede de la sociedad santanderista ubicadas en la carrera Séptima con 155 en el norte de Bogotá.

Desde entonces todo ha sido cuesta bajo para la casona. Por eso vemos que las columnas de la entrada de uno de su pasillo principal está sostenida por andamios y está rodeada por cintas amarillas que indican la precariedad de la edificación. Es domingo, no hay nadie trabajando, pero igual no existe un plan de rescate, de restauración de la casa más importante de los cucuteños.

En 1998 la Subdirección de Monumentos Nacionales suspendió un convenio con la alcaldía de Villa del Rosario y esta pasó directamente a ser administrada por la organización privada Corpatrimonio quien se ganó una licitación pública para conservarla. Hasta el 2006 el ministerio de Cultura les gira 12 millones de pesos mensuales para sostener su edificación y sus jardines de palmeras suntuosas. En el 2002 el ministerio de Cultura de Uribe y en el sector de Patrimonio se encarga del mantenimiento del lugar.

En el 2015, la ministra de cultura de Juan Manuel Santos, desarrollando el Programa Fortalecimiento de Museos, PFM, inició la renovación de la casa. Los delegados fueron la antropóloga Sofía Arroyave y la arquitecta Melissa Duque Pachón. Intentaban cambiar la narrativa, contar una historia de la edificación y su contacto con la gente de Cúcuta. Las obras duraron cuatro años, pero, al parecer, no funcionaron del todo. Como se ve en este video hay humedad, sillas rotas y paredes inestables:

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