La bomba con la que querían quitarle la paz a Tunja, la ciudad más tranquila del país

Tunja, ciudad universitaria y tranquila, resiste el miedo y la manipulación. Su fuerza es la conciencia crítica: aquí la educación y la protesta defienden la paz

Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez
noviembre 10, 2025
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La bomba con la que querían quitarle la paz a Tunja, la ciudad más tranquila del país
Foto: Cortesía

Tunja, de repente, oyó un estruendo y sirenas. Con miedo, corrió la voz de que algo insólito había ocurrido: era una bomba o un carro cargado de explosivos; daba igual. Fuera cierto o no, el miedo empezaba a desplazarse con el humo, y la gente pensaba en la seguridad que “venden” quienes conocen el valor mental y letal de las bombas.

¿Quién quiere meterle miedo al cuerpo de una ciudad tranquila, crítica y universitaria, para ofrecerle seguridad a cambio de votos, negocios de guerra o libertades?

Tunja es una ciudad tranquila, la capital con menos violencia del país, con menos de seis muertes por cada 100.000 habitantes, frente a un promedio nacional por encima de 20. La mayoría de sus delitos son menores (hurtos, conflictos de convivencia, infracciones de tránsito), aunque preocupan los casos de violencia intrafamiliar y la estigmatización a grupos diversos.

Su conflictividad es política, no criminal; su fuerza es simbólica, no armada. Tunja ha demostrado que el disenso no destruye la paz, sino que la mantiene viva, y que se sostiene en la crítica y la deliberación pública. Es un buen lugar de estudio y trabajo, una ciudad de pausa, donde la vida tranquila tiene sentido, quizá por ser una ciudad universitaria consciente, en la que la educación y la protesta son formas complementarias de construir democracia.

La consolidación de universidades como la Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), con raíces en 1827, Santo Tomás, Juan de Castellanos, de Boyacá, UNAD, ESAP y otras instituciones técnicas y normalistas, ha hecho de Tunja una casa de estudios para más de 60.000 jóvenes, no menos de 5.000 docentes y al menos 1.000 investigadores. Se calcula que cerca del 40 % de su población total está vinculada de algún modo a la educación superior y la vida intelectual. La presencia estudiantil marca el ritmo cultural, el mercado del alquiler, el transporte, los cafés, las librerías, los teatros, la música y los espacios públicos.

La riqueza de su diversidad humana ha sido la base de su reconocimiento por el patrimonio histórico, la vida cultural y una larga tradición de protesta y pensamiento propio. En 1979, desde el interior de la catedral, se denunció la desaparición de un estudiante. En 1982, monseñor Augusto Trujillo bendijo a cientos de estudiantes que marcharon en el movimiento de las Malvinas. En 2011, 2018 y 2021, los estudiantes volvieron a marchar. En 2013, la ciudad entera salió con cacerolas en apoyo al movimiento campesino. En múltiples ocasiones, Tunja ha reclamado sus derechos y rechazado la violencia.

En paralelo con su conciencia crítica, la ciudad se ha desconectado de los poderes hegemónicos y no se dejó dominar por el miedo y las violencias que consumieron al país, aunque no ha estado exenta de hechos dolorosos, como la muerte de estudiantes (Herrera, Molina, Fagua, Galvis), los asesinatos bajo la “seguridad” de los falsos positivos y los planes de limpieza social.

Tunja siempre se ha resistido a involucrarse en el conflicto armado y ha mantenido viva una tradición de conciencia crítica, símbolo de la educación como forma de emancipación y rechazo a los fascismos. Aquí, la protesta no es caos, sino expresión del pensamiento. La ciudad sabe convivir tranquila, incluso en el silencio; no es una urbe de vértigo, sino de reflexión y vida pausada, una conjunción entre conocimiento, juventud y sosiego.

Los estudiantes son un activo ético, estético, político, social y cultural, nunca una cifra militar para formar ejércitos ni defensores de la guerra. Tunja es una ciudad que, con sus muros, aulas y calles pacientes, enseña el valor de la paz, los derechos y la vida tranquila. Es una ciudad donde la juventud y la calma no se oponen: se fecundan. Tunja le recuerda al país que la educación, la protesta y la serenidad pueden convivir como pilares de una sociedad más justa y consciente. Quienes quieran sembrar miedo, jamás cosecharán aquí la seguridad que pretenden vender a punta de terror.

Si Tunja es así, entonces, ¿de dónde, cómo y por qué el 8 de noviembre amaneció en redes sociales la fotografía de una volqueta “sospechosa”? En su platón se veía arena y tubos, y minutos después apareció otra imagen: el humo blanco de una aparente explosión “controlada” y paredes destruidas.
¿Quién dio la orden?
Lo evidente es que quieren vender pánico, repartir miedo, y como dice un eslogan: “nos quieren meter miedo para vendernos seguridad, y que la paguemos con libertad”.

La conciencia de Tunja no da para amedrentarse, ni para correr a comprar seguridad a ningún negociante agazapado tras la política o la guerra. Tunja hoy es una sola voz, una sola inteligencia, es nuestra Tunja. Tunja altiva, serena, crítica: ni por esta ni por muchas bombas más va a comprar seguridad ni a perder su paciencia.

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