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Algunos cuentos de hadas empiezan en canchas de tierra, en camerinos humildes y se sellan por todo lo alto entre lujos y derroche en noches como la del sábado en Barranquilla, donde Lucho Díaz selló una historia de amor de casi una década con Geraldine Ponce. Una relación que empezó lejos de los reflectores, cuando él apenas intentaba hacer carrera en el Junior y ella ya se había convertido en su refugio incondicional. La organización del evento fue organizada por la empresa especializada para este tipo de eventos, Casa de novia, que le organiza los matrimonios a las más grandes celebridades políticas y de la farándula en Barranquilla. Con ellos también se casó la exreina del Festival de Barranquilla: Isabella Chms, nieta de Olga Chams, con Rick Jaar, el dueño de la famosa marca de Galletas Cookie Jaar. Otra de las bodas que llevó el sello de Casa de novias fue el matrimonio de Andrea Jaramillo Char y Felipe Restrepo.
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La cita fue en la iglesia de la Inmaculada Concepción, en el centro histórico de la ciudad. Eran casi las siete de la noche cuando apareció él, impecable en su smoking, mientras una multitud lo recibía con aplausos, celulares en alto y ese cariño espontáneo que despierta desde que se volvió símbolo nacional. Geraldine llegó unos minutos después. Radiante en su vestido blanco.
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La ceremonia religiosa fue íntima, aunque afuera, la gente se agolpó para presenciar al menos una parte de la historia que muchos conocen desde sus inicios. No era solo la boda de una estrella del fútbol, sino el encuentro de dos vidas que han crecido juntas entre sacrificios, distancias, goles y esperas.
Tras el "sí, acepto", la pareja se trasladó a una hacienda privada, donde la recepción se convirtió en un carnaval de emociones y de derroche. Allí, en medio de mesas decoradas con flores tropicales y luces cálidas, comenzaron a llegar los invitados, una mezcla de figuras del deporte y la música.
Desde Inglaterra aterrizaron antiguos compañeros del Liverpool, como Fabinho, ahora en el Al-Ittihad saudí, y de la Selección Colombia no faltaron rostros conocidos: Juan Guillermo Cuadrado, Yerry Mina, Jefferson Lerma, Daniel Muñoz y Willer Ditta, entre otros. También hicieron presencia Sebastián Viera y Jarlan Barrera, ídolos eternos del Junior, el equipo que fue cuna del amor y del talento de Lucho.
Pero la fiesta no se trató solo de fútbol. En tarima, el vallenato, la champeta y la música del caribe ocuparon el lugar de honor. La fiesta blanca fue un día después de la boda, 15 de junio. Allí llegaron para amenizar la rumba, Elder Dayán Díaz (hijo de Diomedes Díaz), Silvestre Dangond y Juancho de la Espriella, los nuevos ídolos del vallenato: Oscar Gamarra y Samuel Morales, hijo del fallecido Kaleth Morales, y su acordeonero Juank Ricardo. Pero quien se robó fue el show fue el cantante Churo Díaz y su acordeonero Elías Mendoza.
Y cuando el ritmo cambió, la champeta tomó el relevo con Criss & Ronny, que transformaron la pista en una fiesta barrial, esa que Lucho y Geraldine bien conocen desde los días en que eran solo dos jóvenes con ilusiones en La Guajira. Más tarde, el cantante urbano Blessd, completó el cartel musical, como si cada género representara un momento de la vida de la pareja: vallenato para la raíz, champeta para el barrio, urbano para el presente que los lanza al mundo.
No hubo cámaras de televisión ni cobertura en directo. La celebración no necesitó escándalos ni vitrinas para hacerse notar. Fue una rumba por lo alto pero no hizo el ruido que hubiera podido hacer. No hubo extravagancias virales ni lujos innecesarios, sino detalles que hablaban de lo que realmente importa: los afectos de siempre, los amigos de verdad y una vida que se construyó con paciencia y lealtad y amenizado con artistas locales, con su esencia caribe y guajira. Fue más bien un homenaje discreto a las raíces. una ceremonia sencilla para dos personas que se eligieron mucho antes de que los flashes los persiguieran.