¿Jesús en la cultura socialista? Tres visiones

¿Jesús en la cultura socialista? Tres visiones

Una perspectiva alrededor de las controversias que rodean a esta figura y su impacto en la cultura socialista, las clases sociales y las religiones inspiradas en él

Por: Nicolás Villamil C
abril 06, 2021
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¿Jesús en la cultura socialista? Tres visiones

El Jesús de Nazaret histórico (Yeshúa ben Yosef), predicador judío y reformador rabino de Galilea del siglo I, no fue un socialista. Sería extemporáneo suponerlo. Sin embargo, ha habido no pocas controversias científicas y filosóficas alrededor de su figura e impacto en la cultura socialista, las clases sociales y la familia de religiones de masas inspiradas en él.

En tiempos anómalos del COVID-19 e inicios posmesiánicos del tercer milenio, habiendo finalizado la rutinaria Semana Santa, es preciso pasar revista de pascua a tres visiones opuestas sobre el Jesús histórico y su relación con la cultura socialista. Este artículo exploratorio y sonoro, podría ser leído como un homenaje crítico al mismo, ¿a quién?, al mortal nazareno como al mito sugestivo famoso.

Anticristianismo reaccionario

Contrario a lo que se cree, no toda postura que se reclame y enarbole como ‘anticristiana’ está ubicada en un espectro no conservador. Se dice, por ejemplo, que aquél que critica la religión judeocristiana de Jesús y sus derivaciones eclesiales (la principal, el Vaticano), de manera automática tiende a posicionarse a favor de las libertades democráticas en cuanto derecho al aborto, eutanasia, matrimonio igualitario en parejas del mismo sexo, caridad a los pobres, rechazo de la pederastia, entre otros. Pero no siempre ser anticristiano te ubica en esta orilla, también está el “lado oscuro de la fuerza”.

El anticristianismo reaccionario son aquellos grupos de familias que, desde una postura laica o religiosa, comulgan en rechazar la prédica moralista de Jesucristo y el legado institucional heterogéneo (eklesia) derivado de su figura. La principal razón anticristiana es por no comulgar y juzgar negativo para el mejoramiento de la especie humana y las leyes naturales, el influjo derivado de las nociones igualitarias entre los humanos y la conmiseración permisiva, elogiosa (incluso hipócrita) de los más débiles y desfavorecidos, a través del Dios del Nuevo Testamento, de Jesús de Nazaret.

Entre esta primera visión general podemos situar al neopaganismo y neosatanismo de corte nazi-fascista y liberal radical individualista; también al nuevo conservadurismo burgués mercantil y darwinismo social; el antisemitismo y el nihilismo antidemocrático de corte irracional también puede incluirse. En todas estas tradiciones y credos, se rechaza aquello que tenga que ver con subvencionar a los pobres y ciertas medidas redistributivas de la riqueza social, promoviéndose así cierta aporofobia (discriminación u odio a los pobres y desfavorecidos del banquete social). Estas formas anticristianas de las ideas y el pensar, en apariencia contestatarias, son en realidad de contenido esencial antihumanitario, ya que han sido terriblemente peligrosas para las dignidades de las grandes mayorías sociales durante el siglo XX y hoy, en pleno lanzamiento del siglo XXI, también pueden ser dañinas.

Friedrich Nietzsche, filósofo burgués alemán del siglo XIX, fue un exponente notorio y controversial del anticristianismo hasta nuestros días. Aunque no haya aun consenso acerca de si su discurso teórico fue conservador y políticamente de derechas (tal y como sostuvo, con matices, la teoría marxista de Luckacz, Franz Mehring y Trotsky, entre otros), cual expresión reactiva de la Prusia ante el germen socialista en ascenso. O sí, por el contrario, aceptando o no lo anterior, algunos piensan que las categorías de Nietzsche sobre el ‘espíritu dionisiaco-apolíneo’ en el arte y los valores humanos, el ‘superhombre’ con una formidable ‘voluntad de poder’ ante la muerte de Dios y el devenir cíclico post-cristiano, imperfecto y realista, de la historia, lejana de una noción del cielo en la tierra, la ‘verdad’ construida en un sentido ‘extramoral’ y la ‘transvalorización de los valores’ modernos, pudieran ser reinterpretadas en un sentido crítico anti-nietzscheano de izquierdas. Es decir, una aproximación no aristocrática burguesa ni anticristiana, insolente y pedante, a cambio de superarla por un espíritu liberador de las mayorías, por ende, desarraigando la debilidad religiosa inculcada por una minoría de amos y su derecho burgués al privilegio, cuestión que el propio Nietzsche rechazaría como una profanación cristiana y corrupta a su teoría[1].

Como sea, lo cierto es que Nietzsche, más que un ateo metafísico, fue un cultor irreligioso, afín a la cultura griega, el Código hindú de Manú y oriental de Zaratustra, mucho más mundanas y humanas que la cultura judeocristiana. Nietzsche no negó la existencia histórica del Nazareno ni lo consideró un mito. Él vería en la figura de Jesús un ícono decadente de la civilización de Occidente, proyectado y perenne en la modernidad mundial (ahora la contemporaneidad, donde la confesionalidad sigue siendo mayoritaria en el globo: Dios no ha muerto y Cristo vive en miles de millones de seres humanos, dicen los vencedores y los filósofos religiosos de la religión[2]). Lo curioso es que, Nietzsche, en esencia, rechazó los valores culturales de Jesús y los profetas, porque los correlacionó en una conexión paradójica con la “cultura socialista”, que él veía como un peligro de crepúsculo de los logros de la civilización y sus mejores hombres cultores.

Para Nietzsche, la moral judeocristiana, venida de Jesús, era no menos que el arquetipo esencial de la moralidad de los esclavos, su espíritu de resignación y rencor frente otro mejor y superior, por tanto, bueno. El Jesucristo de Nietzsche sería un ser que exaltó los bajos valores bárbaros de la miseria, el vaciamiento de este mundo y sus señores, por un reino redentor, en el que supuestamente el débil y lo peor gobernaran. Dice el autor herético: “ser cristiano implica odiar la inteligencia, el orgullo, la valentía, la libertad, el libertinaje del espíritu; odiar a los sentidos, el gozo sensual, el placer en cuanto tal” (af. 21). De este modo, Jesús sería la total desnaturalización de los valores naturales superiores del hombre, de la vida mundana misma, sería un teólogo enfermo, pervertido, en sus propias palabras, un criminal.

En la obra El Anticristo: Maldición sobre el cristianismo (1888), Nietzsche concibe a Jesucristo como una especie de disidente político frente al Imperio Romano. Un predicador religioso que ensalzaba a la mugre de los pobres (imaginémonos, un pordiosero e indigente, un desechable, maloliente y estéticamente mísero), es decir, a lo peor de la sociedad de “chandalas” –expresión nietzscheana–, al lumpen proletariado de todas las épocas. Hasta esa bajeza habría llegado el discurso democrático inspirado en el Nazareno. Jesucristo sería ese molde de la anti-virtud al interactuar con ciegos, enfermos terminales y mentales, cuadripléjicos y cojos, prostitutas, adúlteras y mujeres de varios rangos, niños, personas sordomudas, mendigos, analfabetas e iletrados, creyentes, muertos y mediocres, por último, los reos y bandidos que murieron junto a él en el patíbulo romano de la crucifixión. En unas pocas líneas, Nietzsche, profundo conocedor de la cultura antigua, retrata al Jesús histórico y lo empieza a vincular con la tradición socialista –odiada a muerte por este–:

“Ese santo anarquista –escribe Nietzsche– que incitaba al pueblo sencillo, a los marginados y a los «pecadores», a los chandalas que había en el seno del judaísmo, a ponerse en contra del orden establecido con un lenguaje que, de ser cierto lo que dicen los evangelios, incluso hoy le hubieran hecho merecedor de que lo deportaran a [la] Siberia [Zarista], era un criminal político, suponiendo que quepa hablar de criminales políticos en una sociedad absurdamente despolitizada. Eso fue lo que lo llevó a la cruz, y la prueba de ello es la inscripción que pusieron en el madero [INRI]. Murió por su «pecado» [a saber, ser el rey de los judíos y exaltar los valores antinaturales de la moral de los esclavos, es decir, no romanos], y no hay razón alguna para sostener, como se ha pretendido con tanta frecuencia, que murió por los «pecados» de la humanidad” (af. 27).

A renglón seguido del Anticristo, el pensador reaccionario, tan elogiado por la moda de la comunidad posmoderna, expresó su odio por el Nazareno, porque según él, los socialistas (en Colombia hay un epíteto común: mamertos), aun declarándose ateos e inmanentistas, serían incoherentes, pues siguen sus enseñanzas trascendentes al influenciar de modo negativo y antinatural a los trabajadores. Los socialistas, seguidores inconscientes de Jesucristo, supuestamente, le inculcarían a la clase obrera un discurso de resentimiento y mediocridad, de indigencia y odio de clases a los de arriba, a cambio de una idílica tierra prometida que nunca llegará. En términos de hoy, un ‘metarrelato’ de redención, imposible en una era posmoderna.

Este argumento prejuicioso, tan típico de la burguesía, fue cuidadosamente elaborado por las disquisiciones filosóficas del gran maestro de la cultura, Nietzsche, pues para él, la prédica de Jesús, reinventada por el SDAP (Partido Obrero Socialdemócrata Alemán), basado en las ideas de Ferdinand Lassalle y Dühring (al que menciona y critica), Karl Marx y Engels, iría en detrimento de la raza superior germánica-europea y griega, es decir, los grandes hombres civilizadores, de la guerra y la política (Napoleón y el César), del arte (Wagner y Homero) y las ciencias (Galileo, Darwin y Aristóteles):

“¿A quién odio yo más –escribe la pluma sincera de Nietzsche– entre toda esta chusma de hoy en día? A la chusma socialista, a esos apóstoles de los parias y de los chandalas que con su existencia minúscula socavan el instinto, el placer y la satisfacción de los obreros haciéndolos envidiosos y enseñándoles lo que es la venganza. La injusticia no radica nunca en la «desigualdad de derechos», sino en exigir la «igualdad de derechos». ¿Qué es lo malo? Ya lo dije antes; todo lo que hunde sus raíces en la debilidad, en la envidia y en la venganza” (af. 57).

En La genealogía de la moral: un escrito polémico (1887), nuestro querido amigo anticristiano, Nietzsche, prototipo contrarrevolucionario, diez años después, se refiere explícitamente a la locura plebeya de la Comuna roja de París, la primera revolución socialista de los trabajadores moderno (que hoy cumple su 150 aniversario) y su toma del cielo por asalto. Nietzsche la equipara con el triunfo decadente de la moral genética judeocristiana de Jesús y sus profetas demócratas, para él y la burguesía, una involución civilizatoria:

“¿Quién nos garantiza que la democracia moderna…y sobre todo esta tendencia a la Commune, a la forma social más primitiva, al socialismo, no sean esencialmente sino un monstruoso efecto de atavismo, de tal modo que la raza de los conquistadores y los señores, la raza de los arios, esté en camino de sucumbir por completo? […] ¿Quién de los pueblos venció, Roma o la Judea? La respuesta no es dudosa: nótese que hoy en la misma Roma y en la mitad del mundo, en todas partes donde el hombre está civilizado o tiende a estarlo, la humanidad se inclina delante de tres judíos y una judía (Jesús de Nazaret, Pedro, Pablo y María, madre de Jesús). Este es un hecho notable: sin duda alguna, Roma fue vencida” (af. 5 y 16).

En el mundo de hoy, una postura cultural que exalte la competividad y los proyectos de ascenso social como fin en sí, podría ser de raigambre anticristiana reaccionaria. Nos referimos al compendio ideológico del arte de hacer empresa, la primacía del dinero y el capital, la imputabilidad de la pobreza a la pereza y la justificación natural de la desigualdades sociales y las discriminaciones, la falta de innovación y laboriosidad, el modo de vida clase media alta. En fin, tal como lo vemos en los discursos de bombardeo mediático a la clase trabajadora de parte del coaching, la administración de empresas y los consejos de educación financiera, los cuales, en el ámbito metodológico, perfectamente podrían abrazar un anticristianismo reaccionario familiar, tanto nietzscheano como post-nietzscheano.

La primera visión pragmática y heterogénea, no precisaría ya del arte de negar la creencia en Dios, el alma, la religiosidad y las instituciones clericales existentes, sino de subvertir el moralismo cristiano de Jesús, negarlo y reacomodarlo a los intereses del vellocino de oro del capital; tan solo despojaría el contenido cristiano de exaltar el desprendimiento, la caridad de los ricos y ayuda a los pobres, el ascetismo y los pecados del consumo; en cambio, optaría por la mercadería del libre albedrío, la abundancia y el hacer bien creando riqueza, según el dogma del mérito y la astucia, en las versiones calvinistas y protestantes del cristianismo comercial. Esta sería la nueva fabricación de un Jesús blanco heterosexual y fuerte, vendedor de ideas y seguro de sí mismo, bajo el lente de la cinematografía hollywoodense. Para ellos, Jesús sería cuando menos, anti-socialista y meritocrático, en lo que a la parábola de los talentos y los frutos, atañe.

Lo anterior resulta ser una mixtura, pues habría una suerte de combinación entre el desencantamiento del mundo del capital moderno y su fetiche mercantil, a la vez, un encantamiento contemporáneo del mundo de las religiones, bajos nuevos “valores poscristianos”, ya no enfocados en el ideal igualitario sino en el buen obrar emprendedor de los frutos de la tierra, en tanto arma discursiva al servicio del aparato de estado de los capitalistas y el clero, los ciclos de acumulación y reposición de crisis, de la civilización industrial contemporánea y el libre mercado.

Como nos dice el filósofo colombiano, Alejandro Mantilla Quijano, respecto a la natividad del Jesús histórico y sus discípulos barbaros –el modelo anti homérico–, el mismo día en que nacieron los dioses de Oriente Próximo y Egipto, pero, a diferencia de éstos, con un signo humano no aristocrático ni nietzscheano: “tal vez se trata de recordar que los carpinteros y los pescadores pueden cambiar el mundo”, no los faraones, los grandes reyes y señores. En términos bíblicos transvalorados, pensando esta vez en las clases hacedoras de historia, se diría que “muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros” (Mc: 10, 31).

La respuesta natural del filólogo Nietzsche, como es normal, no tardaría en increpar sobre la vida innoble de Jesús de Nazaret: “confieso que muy pocos libros de los que he leído se me han hecho tan difíciles de entender como los evangelios […] Toda precaución es poca para leer esos evangelios; detrás de cada frase se esconde una dificultad […] ¿Qué se deduce de esto? Pues que habría que ponerse guantes antes de leer el Nuevo Testamento. El tener que acercarse a tanta basura lo hace aconsejable” (af. 28, 44, 46).

La primera visión que analizamos sobre el Jesús histórico, hecha por la hermenéutica anticristiana de corte reaccionario –es decir, no liberadora de los oprimidos–, por mucho que se vista de seda y pose de irreverente, con todo lo útil que se pueda extraer para el secularismo, ha sido, es y será, en buena medida, ajena y opuesta a la tradición emancipadora de izquierda, de los trabajadores y de la ciencia. No obstante, esta visión ha tenido el mérito analógico de ser una de las que han rastreado y denunciado (miedo psicológico de la burguesía) el vínculo y conexión –arbitraria, pero presente en muchos imaginarios populares y políticos– entre el Jesús histórico antiguo y la cultura socialista de hoy.

Ateísmo superficial

Hay una segunda visión sobre Jesús que bebe, digámoslo, del ateísmo de la Ilustración del siglo XVIII y que, aun aceptando las doctrinas de la democracia burguesa, la igualdad y la diversidad de derechos las ciudadanías (así sean fervientes críticos de la libertad de cultos y el fanatismo religioso), se reclaman también anticristianas. A diferencia de la primera visión reaccionaria, esta visión crítica de Jesús no parte tanto del plano moral, sino de la expresión institucional (separación Estado-Iglesia) y, sobre todo, del increpar el absurdo cristiano de su plano ontológico: la negación de dios trinitario y la creación divina, elemento común con la cultura socialista que reivindica las ciencias de la materia y su verdad esencial.

Los argumentos de esta familia de credos se pueden resumir en que no existe evidencia arqueológica, histórica y documentada alguna, de la existencia real de Jesús de Nazaret. Por lo tanto, que este no es más que un mito construido a posteriori –postura negacionista y escéptica; hipótesis historiográfica del mitismo y ahistoricidad de Jesús–. Dado que no existió tal ser, de carne y hueso humano, al menos, hasta hoy no se ha logrado hallar, entonces, no se puede probar si existió o no, no hay pruebas concluyentes, fidedignas ni sugerentes[3], luego, no existe cosa tal como un consenso científico en la comunidad de la ciencia de la historia a favor de su existencia.

Los supuestos hallazgos del Sudario de Turín cuya datación carbono 14 es del siglo XIII, las Veras Cruces, las tumbas originarias y la Piedra arqueológica de Poncio Pilato, no prueban nada. Además de estas muestras, la Iglesia del Santo Sepulcro y el Santo Grial, son poco menos que atentados a la sana inteligencia y el rigor de la ciencia. También los papiros originales de escritos evangélicos, oficiales y apócrifos, de un lenguaje arameo y griego, son contradictorios entre sí. La alteración de los libros históricos no cristianos como el de Flavio Josefo y Tácito, no permiten diferenciar entre la leyenda grupal de sectas religiosas, el testimonio oral verosímil y los hechos biográficos mismos. La no mención mayoritaria de un tal Jesús en las obras de los historiadores antiguos del siglo I y II, si bien pudieran ser correlativas, según esta segunda visión, no dejarían de ser, en última instancia, elementos míticos, ficcionales y literarios acerca de la vida y obra de Jesús de Nazaret, reciclados y sincretizados con otras religiones antiguas y paganas (v.g. documental Zeigeist, parte I, 2007, del cineasta ateo Peter Joseph Merola).

Adicional a ello, basados en el anti-trascendentalismo y en una razón científica secular, propia de las filosofías materialistas, cuyas tesis son: a) la relación última y básica es toda física, inmanente, natural, material, corpórea, atómica, biológica; b) no hay dioses; c) no hay vida ultratumba; d) no hay alma supra física; e) no hay verdad y ciencia en la religión y la teología, etc., estos niegan que Jesús u otro pueda haber sido el Hijo (unigénito) de Dios. Para ellos, es altamente improbable que pudiera haber existido un humano tal que puediera haber hecho milagros y haya tenido una vida eterna y ascensional a los cielos, nociones que contraen el abecé de la medicina y la física, es decir, no tiene soporte científico alguno, lo cual es enteramente cierto.

La segunda visión niega entonces que el Jesús de las Sagradas Escrituras, pueda haber resucitado entre los muertos, haber transfigurado y toda la sarta de inventiva de los evangelistas Mateo, Juan, Marcos, Pablo de Tarso, Lucas, los textos apócrifos, sinópticos y gnósticos, las cartas paulinas de los hechos de los apóstoles, cuyos documentos datan entre veinte y ciento cincuenta años posteriores al ficticio hombre literario llamado Jesús.

Respecto a lo anterior, la cultura socialista parece ser compatible (en algo) con cierto aspecto racional de la segunda visión de Jesús, no tanto en la tesis de su inexistencia histórica, sino en negar su carácter teológico. Buena parte de los 15 estados obreros burocráticos y su promoción del ateísmo de estado y de masas –nunca antes hubo mayor población no creyente que en el siglo XX–, no triunfantes por no expandir la revolución mundial y no socavar las raíces materiales de las religiones sino solo prohibirlas de modo arbitrario, cuando no totalitario, se debió a que consideraban al cristianismo y otras religiones como un discurso ideológico de alienación de masas y justificador de la pobreza, opio del pueblo y sin ninguna base científica real. La gloriosa Comuna de París de los trabajadores franceses hace ciento cincuenta años decretó la expedita separación de iglesia y estado y la laicidad de la educación. En consecuencia, algunos historiadores e intelectuales de la extinta Unión Soviética y del bloque del Este Europeo, los remanentes de la isla caribe de Cuba y la península asiática de Corea del Norte, Vietnam y China, a diferencia de los cultores de la tesis mitista de Jesús y el ateísmo liberal superficial, sí reconocieron la existencia del Jesús histórico.

Lo paradójico de la segunda visión es que, los supuestos cultores de las ciencias positivas, ciñéndose de manera estricta a las evidencias y refutaciones, en algunos casos, devienen en una caricatura judeocristiana de sí mismos. Lo decimos porque, varios de ellos son creyentes de la «teoría de la conspiración» del Concilio de Nicea de 235, donde la Iglesia antigua, la institución más perenne del mundo por veinte siglos hasta el día de hoy, inventaría el supuesto mito de lo inexistente vuelto real en la historia, el Jesús de Nazaret, para dominar a los pueblos mesopotámicos y, a la postre, el mundo entero.

Pese a los méritos de su crítica, el empeño por la secularización de las relaciones sociales y la denuncia de la falsedad e inverosimilitud de la Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano (el libro de 2007 Jesús de Nazaret de Benedicto XVI) y las facultades universitarias de Teología, pues los dogmáticos conciben a la Biblia como un libro histórico real, pese a sus muchas alegorías y ficciones, ya que para ellos son Sagradas Escrituras y plan divino de Dios. La superficialidad de este ateísmo liberal (esto es, que solo capta la superficie de los procesos, pero no el núcleo material y todo el paisaje) estriba en que, la figura del Nazareno –una nada que lo es todo en la sociedad de clases existente–, importa más como un ícono teológico a ser negado con iconoclasia “empírica” que como un ícono cultural universal, reivindicado por las comunidades y masas pobres en dos mil años de existencia, también por los aparatos ideológicos de dominación estatal de las clases dominantes, inclusive, por ciertos populismos izquierdistas, hilarantes y cómicos, basados en cierta profesión de fe.

La crítica burguesa a la institucionalidad eclesial, sea de corte secular, irreligiosa, agnóstica y neoatea, también la religiosa reformista y obrera burocrática, en algunos casos se torna superficial y, en varios aspectos, expresa sus propios límites; uno de ellos, la estrechez analítica y política de miras del fenómeno social integral que transmite el Jesús histórico/mítico, el cual, plausiblemente, sí existió, como un mortal más; lo mismo, el potente movimiento de creyentes y su rol en los grandes procesos históricos.

Socialismo terráqueo

El materialismo de Karl Marx y Friedrich Engels (su genial texto: Contribución a la historia del cristianismo primitivo, 1894) y otros continuadores como Rosa Luxemburgo, Karl Kautsky (su voluminosa obra Los orígenes y fundamentos del cristianismo, 1908), Maurice Godelier, Lenin y Trotsky, tuvieron una mirada mucho más compleja y rica de Jesús –en todas sus facetas construidas– y el cristianismo como movimiento histórico, así como el resto de religiones. Podríamos llamarlo un método de comprensión científico, hermenéutico y político, bastante fecundo, del fenómeno religioso multilateral, porque subsume y supera las visiones cristológicas tradicionales, críticas y disidentes. Los recientes descubrimientos, parecieran fortalecer este paradigma epistemológico y tradición sociopolítica de la izquierda.

Dicha visión socialista está basada en los estudios antropológicos comparativos y no apologéticos de las religiones e iglesias (filología, historia, arqueología, etc.), su raíz en pueblos y grupos humanos históricos específicos, la filosofía secular crítica de todos los continentes y las ciencias interdisciplinares de lo natural, social y mental (psicología y neurociencias, etc.).

Los precursores socialistas clásicos, contrario a las miradas vulgares, superficiales e ignorantes, se tomaron muy en serio la religión y no lo dejaron en manos de los curas y la fe, por ello tuvieran el placer y método de leer directamente la Biblia en sintonía con la realidad material y, también, se basaron en investigaciones seculares y teológicas de: Ludwig Feuerbach y su obra La esencia del cristianismo (1841), posterior afiliado al partido socialdemócrata, Lewis Morgan, David Strauss, Ernest Renán, Bruno Bauer, es decir, de lo más avanzado de su tiempo, pero también de los antiguos Jenófanes de Colofón, Luciano de Samosata, Epicuro, Pierre Bayle y Paul Holbach.

Hoy el acervo de la cultura socialista científica sobre el Jesús histórico y el irreal, pudiera ser ampliado más y más, a la vez, precisa de nuevos exponentes marxistas del siglo XXI. Uno de las fuentes útiles a considerar es el libro La invención de Jesús de Nazaret: historia, ficción, historiografía  (2018) de Fernando Fermejo Rubio.

El primer aspecto a considerar por la cultura socialista es que, este antiteísmo relacional y su crítica comprensiva de las religiones no lo es, ya dijimos, por cuestiones ontológicas sobre cómo funciona el mundo natural, qué es lo que existe y qué es lo que no, la fuente última del ser, sino por cuestiones sociales sobre cómo cambiar el mundo social y las raíces de por qué la mayoría de personas son creyentes en Jesús y expresan estas emociones, y cómo trascender el continuum histórico de la religiosidad humana y enajenación, que ha persistido desde las sociedades no clasistas hasta las actuales sociedades clasistas[4].

La cuestión no consiste tanto en limitarse a propagandear a los cuatro vientos la demostración científica de pruebas de la inexistencia de Dios –al modo del librillo lógico de 1920 del anarquista Sebastián Faure, tan leído por miles de obreros– y refutación de argumentos teístas y agnósticos, sino cómo la idea de Dios (preservando al Jesús humano, Ecce homo), pueda ir desapareciendo materialmente de todos los espacios vitales y significativos en un estadio procesual de la sociedad histórica que controle mejor las fuerzas ciegas naturales y sociales de la existencia humana, su sentido, bienestar, felicidad y duelo.

Sobre el discurso del Jesús histórico y las repercusiones en la cosmovisión de la lógica de la conciliación de clases, la cultura socialista ha sido reticente, distante y opuesta al pacifismo de dar la otra mejilla, la obediencia servil a los supuestos representantes religiosos e instituciones clericales comunes. Lo mismo, ha rechazado el reino de salvación divina en otro mundo, debido a la imposibilidad antigua de los esclavos por triunfar en medio hostil de despotismo, en vez de plantear la liberación social en este mundo, el único real y existente. De igual modo, la cultura socialista no ha sido favorable a la caridad cristiana de los ricos respecto a los pobres, el mentado paz y amor entre ambos prójimos y amar a los enemigos, toda una serie de sermones moralistas inocuos, venidos de Jesús.

Por otro lado, la cultura socialista ha sido también crítica de un orden de cosas teleológico que sitúa a Israel como centro del mundo y el pueblo privilegiado de la historia humana, otrora liberador, hoy opresor de Palestina. Otros sentidos genéticos de la vida y obra de Jesús de Nazaret, su ulterior religión canonizada, con las que la cultura socialista también guarda serias contradicciones son: la castidad sexual patológica y antinatural; el espíritu ascético y la hipocresía de inculcarla a los trabajadores y pobres que no tienen sus necesidades básicas e integrales y espirituales, satisfechas; el falsario de milagros supranaturales y la concepción personalista pasiva de un caudillo redentor (aunque Engels, en la introducción de 1891 a La guerra civil en Francia, hable mejor del partido cristiano, de vanguardia; lo mismo Marx, haga una analogía entre el pueblo hebrero de Moisés y la liberación obrera), excusado en ser un buen y necesario pastor de ovejas; el sentimiento de culpa alienador acerca de los pecados, el desprecio de sí y el síndrome de Estocolmo, etcétera.

En este sentido, y a pesar de ello, con las debidas aclaraciones hechas de las dos visiones anteriores, la cultura socialista genuina no es anticristiana en sí sino a lo sumo no cristiana, pues guarda parecidos de familia e intereses tácticos con las aspiraciones igualitarias y defensoras de las clases dominadas e injusticias, del discurso y acción de Jesús y su movimiento primitivo. Así pues, ciertas nociones del perdón de los pecados y la aceptación de la imperfección humana, la compasión  y conmiseración por el sufrimiento humano de pobres y débiles cual regla del oro de la reciprocidad, la comunidad de bienes y el cuestionamiento a las normas y autoridades terrenas, adicional, algunas parábolas progresivas, pueden ser retraducidas y comprendidas en su contexto histórico original y el nuestro.

Con todo, el programa socialista de transición de los trabajadores es secular, en el sentido más encarnado y de clase, más no es un programa religioso cristiano y populista. Nuestras demandas móviles siguen siendo separar los estados nacionales de las iglesias y promover el laicismo en la sociedad y las instituciones, en unidad de acción con otras fuerzas; una mayor tributación a estas empresas de la fe y no ofrecer subvenciones públicas al clero; apoyar la libertad de cultos y de conciencia, incluida la propaganda atea, la religión como asunto privado, sin persecución estatal ni civil en favor del poder capitalista; cuando el pueblo trabajador lo quiera, expropiar el monopolio eclesial de la educación, los sindicatos al control de estos y sus bienes materiales, volver las iglesias casas del pueblo, en una nueva economía planificada nacional obrera; apoyar las reformas democráticas y hacer entrar en crisis al Vaticano y resto de iglesias.

Hoy está al orden del día permitir que los curas se casen y puedan formar un hogar, y que el derecho penal civil y las comunidades juzguen a pederastas. Asímismo, es preciso que los socialistas mostremos la solidaridad efectiva con la persecución a sacerdotes disidentes y su derecho a la libre expresión. La lucha contra la ideología religiosa de masas y su falsa careta reformadora del ser humano, la economía y el medio ambiente: la ‘doctrina social de la iglesia’ y la novísima encíclica Laudato sí, tan querida por los reformistas, creyentes y no creyentes, son tareas actuales del presente contemporáneo. Una de tantas tácticas de la cultura socialista y su arma de la crítica, ha sido, precisamente, mostrar con base en experiencias sociales vivas de la lucha de clases y situaciones políticas nacionales, locales e internacionales, “la flagrante contradicción que existe entre las acciones del clero [y la burguesa] y las enseñanzas del cristianismo [fundacional de Jesús y los suyos] […] Os agitáis en vano, siervos degenerados de Cristo que os habéis convertido en siervos de Nerón [y el César, Jn: 19: 15]”[5].

Los intentos infructuosos de síntesis entre socialismo y cristianismo han sido, en buena parte, acientíficos y sentimentales. En esto, no podemos estar más que en desacuerdo de principios de la cultura socialista con el revisionismo popular, mesiánico y místico metafísico de Michael Löwy, Walter Benjamin, Moses Hess y el bolchevique pasajero, Alexander Bogdanov. En las grandes iglesias de sectores clericales burgueses y pequeñoburgueses –los templos de barrios y de garaje–, la tradición socialista y el movimiento obrero y sindical, extremadamente débiles hoy, tienen un competidor, por ello, libran una resistencia a la cruzada anticomunista después de los 90. Se trata entonces, como dice Rosa Luxemburgo en su texto El socialismo y las iglesias (1905), de una lucha sin cuartel.

El socialismo no es, como tal, una teología populista de la liberación (como lo fueron fracciones clericales e intelectuales, más comunidades de base, en la lucha de clases de posguerra y la crisis del imperialismo católico, aquí un Camilo Torres, Frei Betto, Enrique Dussel y el gran Leonardo Boff, excomulgado y obligado al “silencio voluntario”), por cuanto la cultura socialista no acepta la irracionalidad de lo inexistente y negación de las ciencias –“gentes que quieren conservar la religión para el pueblo, aunque sea en detrimento de la ciencia”, diría el viejo sabio, Engels–. Pero, a diferencia de la superficialidad atea moderna y el anticristianismo reaccionario de derechas, el socialismo sí es un movimiento terrenal de transformación revolucionaria de la tierra, de lo existente. Nietzsche era consciente de esto, de la pérdida de terreno.

En el siglo XXI, los socialistas no buscamos una idílica segunda ilustración de los pueblos, con una cultura racional y proyectos de vida seculares en la cárcel de la democracia burguesa, como propone el ateísmo burgués y de franjas medias del nuevo ateísmo de Daniel Dennett, Richard Dawkins, Sam Harris y Christopher Hitchens. Tampoco buscamos la buena nueva de un supuesto Dios y mesías popular, que libere a los trabajadores, como parte de un supuesto e inexistente plan divino hegeliano del espíritu-en-el-mundo-humano; más bien, buscamos una sociedad anticapitalista que garantice pan, salud, techo, saber y buen vivir, cuya condición es, hoy por hoy, el poder político de los trabajadores y la revolución insurreccionada frente a los detentadores de este mundo, por el momento, la dura resistencia de las luchas sociales entre el capital y el trabajo, tal como vemos en China, India, Brasil y en Myanmar.

El segundo aspecto a plantear por la cultura socialista es ver el fenómeno del Jesús histórico y el cristianismo desde el punto de vista angular integral de la historia y las ciencias, no solo en el asunto del déficit y forma de control productivo y sapiencial de las fuerzas naturales, sino también, de la lucha de clases viva con sus armas literarias específicas y megáfono público.

Friedrich Engels, en su estudio sociológico y exegético de la Biblia y sus raíces históricas, hacía paralelos progresivos y críticos del movimiento de cristianos antiguos con el movimiento de los trabajadores modernos en su estadio de desarrollo más bajo: ambos fueron perseguidos; ambos representaban el sector bajo de la sociedad y su fuerza atracción era policlasista, exaltando el carácter de masas; ambos tenían una fe y obstinación en el triunfo universal, independiente de naciones y razas; en ambos habían múltiples sectas y desuniones, que todavía hoy no cesan; ambos seguían a profetas vástagos, antes de aparecer los científicos políticos; ambos se distanciaban de las convenciones institucionales y sociales; ambos tenían un evangelio universal y ejercían la predica, etcétera.

De igual modo, Marx y Engels analizaron el influjo del discurso religioso (no solo el discurso liberal de Voltaire, Rousseau y Locke) y la exégesis teológica de Lutero y Thomas Müntzer, como un arma revolucionaria empuñada en las rebeliones campesinas en la Alta Edad Media que, de un u otro modo, permitieron el advenimiento del capitalismo y la promesa incumplida de una sociedad democrática de iguales, más allá del intercambio de compra-venta de mercancías y trabajo.

Comparando la religión musulmana con la cristiana, Engels señaló una potencia histórica de ésta última, debido a la concepción judía del tiempo, contraria al eterno retorno reaccionario del tiempo nietzscheano: “en las insurrecciones populares del Occidente cristiano, el disfraz religioso solo sirve como bandera y máscara para atacar a un orden económico que se ha hecho caduco: finalmente, este orden es derribado, un nuevo orden se levanta, hay progreso, el mundo avanza” (nota 1). Acerca de los paralelismos con la cultura socialista, nos dice el gran amigo de Marx: “En cambio, [en el ser comunitario cristiano antiguo y el propio Jesús] existe el sentimiento de que se está en lucha [final y escatológica] contra todo un mundo [contra una civilización], y que de esta lucha se saldrá vencedor. Un ardor guerrero y una certeza de vencer que han desaparecido completamente entre los cristianos de nuestros días y no se encuentran ya más que en el otro polo de la sociedad, entre los socialistas”[6].

Más allá de las similitudes subjetivas con fines políticos de propaganda en los periódicos socialistas y las muchas diferencias existentes, pues Engels y Luxemburgo fueron prudentes de no hablar del ser histórico de Jesús y solo se ciñeron al origen social de los textos y prácticas comunitarias, con base en el estado actual de la ciencia contemporánea, es lícito hoy reconocer que Jesús de Nazaret (aprox. 5 a.d.e – 25 d.n.e.), en tanto figura histórica, sí existió. Jesús fue un predicador galileo de rango menor y rabino judío, nacionalista y reformador, que vivió en Galilea, Judea y Jerusalén, aunque fue poco agraciado en su tierra natal –“un profeta solo carece de prestigio en su patria, entre sus parientes y en su casa”, dijo él (Mc: 6, 4; Lc: 4, 24)– y no tuvo tantos seguidores en su tiempo, como se cree, sino décadas y siglos después.

Este Jesús de posible rostro moreno y barbudo, no bello, riñó de manera contradictoria con el Imperio romano durante el reinado de Tiberio (año 14 a.d.e., y 37 d.n.e.) y el Procurador de Judea, Poncio Pilatos, que lo condenó. Lo mismo la jerarquía eclesial del Sanedrín y las sinagogas. Por ello sería ejecutado por sedición (INRI) y blasfemia, por creerse rey de los judíos, relativizar el tributo al césar, flexibilizar la ley judía y apoyar a los pobres, con el método típicamente romano de la crucifixión colectiva. Jesús, que tuvo hermanos y hermanas, una madre no virginal María y padre a José, reflejó parte de las emociones e intereses materiales de vida de los pobres de su tiempo y propuso una salida religiosa anticipada a las contradicciones sociales de crisis de larga duración del mundo antiguo y su caducidad civilizatoria.

El Jesús real, histórico concreto, estuvo fuertemente influenciado por las nociones de tiempo mesiánico del destino y juicio final, los dones proféticos supersticiosos y la liberación del pueblo judío, el esperado rey (gobernante) providencial y salvador (parusía), posterior a Moisés y Adán, David y coetáneo con Juan el Bautista. Por eso y por lo difícil que fue la opresión romana en todos los aspectos vitales, Jesús llegó al delirio y convicción de auto considerarse el mesías, el rey de los judíos, previendo el fin de los tiempos antiguos. Una serie de procesos históricos de la lucha de clases e intercambios metabólicos con el medio natural, tales como: las tres guerras judeo-romanas (66 al 352 d.c.) y los conflictos anteriores de la antigua Israel y los pueblos semitas con las fuerzas de la naturaleza en el Medio Oriente y Mesopotamia, la cuna civilizatoria. Estos fenómenos, nos permiten comprender mejor la emergencia de un Jesús y el movimiento de comunidades cristianas de seguidores y discípulos, primero perseguidos por el Imperio, luego cooptados por el mismo como religión de estado. El actual Monte del Templo, lugar sagrado para trabajadores cristianos, musulmanes y judíos, expresa el conflicto civilizatorio de la sociedad de clases convulsa.

Parte de las posteriores adiciones y ornamentaciones al Jesús de Nazaret original, vienen de las tradiciones religiosas, culturales y filosóficas greco-romanas, orientales y místicas, posteriores: Sócrates y Platón,  Filón de Alejandría, Seneca, Osiris y Horus, Júpiter, Constantino y los Padres de la Iglesia y Apóstoles, Avesta, muchos otros. Así la religión musulmana y judía no sean cristianas en cuanto a la centralidad teológica de Jesús como profeta y su divinidad, estos sí reconocen la realidad del predicador Jesús.

A estas alturas, en la llamada academia y comunidad científica, reconocer el carácter histórico plausible de un sujeto tal de nombre Jesús de Nazaret en las comunidades judías antiguas y mesopotámicas reales –posible ser individual único o ser colectivo con base en varios predicadores reales–, rastreado en las fuentes históricas cristianas y no cristianas, depuradas y cribadas por especialistas seculares, no tiene implicación lógica alguna de estar en el redil de la sociedad civil en dar apoyo y soporte a un argumento teológico y creyente, tal y como conciben los teístas “científicos” heterodoxos que sostienen que sí existió y los ateos “científicos” ortodoxos y escépticos agnósticos, que niegan su existencia histórica fidedigna. Es un tanto vulgar y superficial el pretender fundamentar la irreligiosidad y concepción del mundo secular, sin dioses ni amos, en este argumento negacionista histórico, que no guarda correspondencia lógica de una u otra cosa; en su ánimo de ser doctos, la cultura superficial sobre Jesús termina haciendo el ridículo; poco favor le hacen ambos, entonces, a la causa liberadora de toda superstición y mentira, expresada en la cultura socialista.

Para finalizar este entramado de herencia, el tercer aspecto de la cultura socialista sobre Jesús y, tal vez, la más importante a meditar en estos tiempos posmesiánicos, con vistas al actuar, es la pregunta final por la perennidad humanista de Jesús en tanto personaje histórico universal. Más allá de la usanza para fines de conservación de la sociedad consumista de clases actual y la preservación de la ignorancia en nombre de la cultura espiritual, lo mismo, el populismo reformista de izquierda, cabe resaltar la interpelación democrática de Jesús hacía los condenados transgeneracionales y su promesa de liberación, las víctimas y vencidos de la historia, diría Benjamin. No basta ser creyente, para reconocer con objetividad y subjetividad esto.

Las hipotéticas sociedades socialistas posreligiosas del futuro, claro está, si las presentes logran sepultar la civilización de barbarie capitalista –nuestra tradición ha hecho innúmeras analogías con la antigua Roma imperial, muestra que nuestra concepción histórica es abierta y dialéctica: o victoria o fracaso– a través de partidos políticos revolucionarios de izquierda y organizaciones gremiales de la clase universal trabajadora y sus aliados populares, podrán reconstruir una nueva civilización post-capitalista imperfecta, de las ruinas y tesoros de la modernidad.

Así pues, sea, con los pies en la tierra, con la sabiduría de la distancia y la cercanía, la cultura contemporánea del tercer milenio sabrá apreciar mejor y reconocer este gran legado de Jesús-Cristo y la Biblia, que partió en dos las aguas de los  periodos de nuestra existencia. Tal vez, es allí donde yace parte del sentido de la vida y la muerte, el significado íntegro de la historia universal y su crisis civilizatoria situada:

La clave enigmática del conflicto humano-natural de clases en la crisis final de la civilización capitalista de los últimos 500 años y la promesa de lo que el joven Marx llamó el “secreto revelado” de la resolución hipotética de este nudo gordiano del “viacrucis” y calvario proletario, dirá también Rosa Luxemburgo, alias Lucius Junius Brutus, ante el desastre de la primera gran conflagración bélica y su preocupación humana, demasiado humana, por el peligro de que el capitalismo alargara sus días.

Notas

[1] En Colombia y varios países iberoamericanos, la recepción de Nietzsche fue en un sentido anticlerical y rebelde. Escúchese por ejemplo el álbum Plegarias (2012) de dieciocho canciones transvalorizadas del cantautor Jimmy Jazz, seguidor de José María Vargas Vila.

[2] Según el estudio de estadística por encuestas y estimación demográfica del Pew Research Center (2015), el 31.2% de la población mundial es supuestamente cristiana y seguidora de Jesús, aunque han venido bajando las tasas en Europa, según la influencia natal y familiar. A este credo monoteísta de raíz abrahámica, le sigue en el segundo lugar la religión musulmana (24.1%), el tercero es la religión hindú (15.1%), y el cuarto lugar son otras como los budistas, judíos, folks y religiones menores (13.6%). En la categoría de no afiliados y no creyentes, con más de 1.100 millones de personas, en el 16% restante hay de todo: ateos, agnósticos, personas espirituales y con sentido ético, sin iglesia, laicos y cuasi creyentes, etcétera. Puede ser previsible que, con el aumento de la crisis del coronavirus y las desigualdades sociales económicas, aumente la afluencia de la clase obrera a consumir el opio de los credos religiosos e iglesias, según cómo estos den su respuesta evangelizadora y según cómo reaccione también la contraofensiva del movimiento socialista, de la izquierda.

La información se encuentra en PRC y El País: Christians remain world’s largest religious group, but they are declining in Europe y 1.100 millones de descreídos

[3] Un ejemplo sugerente de esto es, a su modo, la columna ¿Jesús existió? (30/3/2021) de Pablo Emilio Obando A.

[4] Escribe Marx en el tercer manuscrito de los Manuscritos filosófico-económicos de 1844:

“La enajenación religiosa, en cuanto tal. Solo se opera en el campo de la conciencia interior del hombre, pero la enajenación económica es la enajenación de la vida real, su superación abarca, por tanto, ambos aspectos […] El comunismo comienza inmediatamente (Owen) con el ateísmo, pero el ateísmo, por el momento, dista mucho todavía de ser comunismo y, en general, todo ateísmo sigue siendo todavía más bien una abstracción…mientras que la del comunismo es inmediatamente real”. Disponible en Marxist Internet Archive.

Lo anterior no quiere decir, como expresa el revisionismo religioso de la TL (“teología liberadora”), que Marx no fuera un irreverente judío hereje, antes deísta y protestante, que no abrazara el ateísmo, cuando es uno de los ateos más famosos de la humanidad y mejor expresión de Jesús; simplemente, Marx no comulgaba con la versión liberal radical y materialista democrática contemplativa, de muchos ideólogos irreligiosos críticos de su tiempo, tampoco del idealismo de querer compatibilizar y fundamentar la teoría socialista en bases cristianas moralistas. El socialismo siempre será una cultura cosmovisión más omniabarcante que el mero anti teísmo expresado por minorías intelectuales.

[5] Luxemburgo, R. (1905). El socialismo y las iglesias. Disponible en Marxist Internet Archive.

[6] Capítulo dos de la Contribución a la historia del cristianismo primitivo, escrita por el aficionado Friedrich Engels. Disponible en Marxist Internet Archive.

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