Jaime Meriño y la jugada del Gobierno
Opinión

Jaime Meriño y la jugada del Gobierno

“Ahora que el cacao está dando fruto, ahí sí aparecen otra vez los ensobrera’os con sus camisas limpiecitas, esa ha sido siempre la jugada del Gobierno con nosotros”.

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octubre 31, 2018
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Conocí a Jaime Meriño a comienzos de 2008 en la población de Chengue, Sucre. Un lugar de brisa fría y paisaje envolvente, que se dio a conocer en los medios como el sitio de una masacre, de las tantas reseñadas por la prensa.

La primera vez que lo vi tenía un pantalón marrón claro y una camiseta de franjas de colores, los pies anchos y descalzos, con ligeras grietas en los talones. Su rancho tenía las marcas del abandono. Fue la misma vivienda que dejó aquella madrugada del 17 de enero de 2001. La madrugada en que todos salieron (todos), luego de que un grupo de paramilitares, en complicidad con agentes del Estado colombiano, asesinó a 27 personas en la plaza del pueblo y quemó más de 30 casas. Regresó a Chengue en 2006, hastiado de su condición de desplazado, y sin tener un sitio propio para cultivar.

A pesar de las tragedias que le tocó vivir, era un hombre feliz. Acogedor por vocación; a primera vista abrazaba con su mirada. Sembrador vocacional, agricultor empedernido. Campesino eterno.

El próximo 13 de noviembre se cumplirán dos años de su muerte.

Dos días antes de la conmemoración de los 7 años de la masacre de Chengue, Jaime Meriño me recibió en su rancho. Muy temprano, en la mañana del 17 de enero de 2008, me pidió que lo acompañara a arrancar yuca y ñame, recoger ahuyamas y algunas frutas, las que había prometido al mayor Dávila, quien ensayaba los actos para ese día.

Tomamos el camino que conduce a Macayepo. La neblina era espesa, así ocurre en región de la Alta Montaña. Él llevaba una linterna en su mano izquierda, dos sacos ajustado a la pretina del pantalón y un machete filoso en su mano derecha. Me hablaba en voz alta, cuando entramos en un cayo de yuca, comenzó a cantar, sin anuncio, en medio del silencio de la madrugada: “Voy a arrancá yuca, voy a arrancá yuca/ Voy a cogé ñame, y a buscá una fruta”… La melodía era simple, contagiosa. Guardo silencio, me miró, arqueó las cejas y levantó un poco la cabeza, todo en el mismo instante, y siguió: “Vamos a arrancá yuca, vamos a arrancá yuca/ Vamos a cogé ñame, y a buscá una fruta”. 

En segundos, pude reconocer el origen de su canto. Semanas antes, el pueblo se llenó de miembros de infantería. “Los mismos que hicieron falta para evitar la masacre”, me dijo después Osmán Meriño, sobrino de Jaime. En los límites del pueblo se habían apostado grupos de contraguerilla y fuerzas especiales, que se camuflaban entre los sembrados y la manigua, con unos uniformes que Jaime Meriño describía con inocencia y gracia: “Vea, esos tipo eran una misma “enramá” (de ramas), con “matojos” (de matas) sembrao’s de pies a cabeza, parecían la misma maleza. ¡Carajo…! que si uno no se daba cuenta, hasta lo podían pisar, porque andaban tirados en el propio monte”.

Volvimos a su casa. Jaime Meriño comenzó a organizar cada fruto y reconocí allí, cuál era su felicidad. Agarraba cada yuca como si se tratara del brazo de la mujer amada: “¡Mira esta hermosura, esta belleza!” —decía— Mientras pasaba su mano acariciante sobre ella. Organizaba unas pilas de yuca en el suelo, y cada cierto tiempo, se retiraba para observarlas en la distancia: “¡Qué hermosura de yuca, qué maravilla de tierra!”. Los ñames los sacaba del saco con un cuidado exagerado, los levantaba sobre su cabeza como si fueran recién nacidos, y les hablaba como el padre que reconoce su criatura. Lo vi acariciar una guanábana enorme, con sus ojos cerrados, reconociendo cada curvatura, cada puyita de su cáscara; respirar hondo, como si se hubiera quedado sin aire, para luego exhalar, y decir: “¡Qué lindura, vea, qué verraquera!”.

 

La historia de su amor por la tierra se la escuché en 2015, en la terraza de su casa
Foto: David Lara Ramos

 

La historia que da cuenta de su amor por la tierra y su agricultura se la escuché en 2015, en el piso de cemento pulido de la terraza de su casa, mientras yo recogía  testimonios sobre la eterna ausencia de Estado en la región de Montes de María: “Vea — decía siempre antes de comenzar su narración— póngale cuida’o lo que le voy a decir. Aquí vino, hace unos meses, una gente del Gobierno, eran como de la gobernación de Sucre, ensombrera’os, sus camisas blanquitas, elegantes… Hablaron de proyectos y riquezas, entregaron cientos de árboles de cacao, y que esta región era buena para ese cultivo… Pues sí… Los palitos estaban en sus bolsas,  dieron algunas ideas de cómo sembrarlos, pero fíjese usted, dijeron que iban a volver y hasta el sol de hoy no se han visto más por aquí. Usted sabe, así es esa gente del Gobierno. Pero vea, aquí nadie le paró bolas a ese proyecto. Un día yo senta’o en la terraza vi los palitos en sus bolsas negras arrima’os en el suelo, y me dije, carajo, yo voy a sembrar esa jodía, y vea, pegaba día con día pa’ sembrá esos palos, sembré mil doscientas de esas matas en cuatro días, ajá, como nadie quería coger esos palitos. Vea, la gente en esos proyectos lo que quiere es plata, y con gente del Gobierno que promete venir y no viene, uno tiene qué buscá su propio bienestar… Pues sí…

Jaime Rafael Meriño Mesa  (decía cuando se presentaba) fue el único y el primero en recoger cacao en la región. Un año antes de su muerte, volvimos a tomar el camino que conduce a Macayepo y me llevó a su sembrado de cacao, recogió los primeros frutos de una cosecha que se anunciaba generosa. Mientras caminaba, iba lanzando frases al aire, como si hablara con su cultivo. “Esto hay que opoca’o, hay que esmachá —pregunté qué es esmachá—, esmachá es mocharle todo lo malo; también hay mucho chupón —pregunté que un chupón— un chupón es una rama que se cría sola, sin na’, no da fruto, to’ eso hay que cortarlo, bara sola, le dicen, porque no da fruta, y si se corta, produce… Eso es lo que yo digo, por la experiencia de sembrar, porque uno… esa es la pura verdá, primera vez que ve un palo ‘e cacao, pero va’ ve’ usted, ahora que el cacao está dando fruto, ahí sí aparecen otra vez los ensobrera’os con sus camisas limpiecitas, esa ha sido siempre la jugada del Gobierno con nosotros”.

Volvimos con el saco lleno de cacao. No sentamos en la terraza y algunos vecinos del frente y de la loma del colegio, llegaron para ver los nuevos frutos que Jaime Meriño había traído de su tierra, para esperar las frases generosas y esas caricias medidas con las que agradecía a la tierra la nueva cosecha recibida.

***

 CODA: La caminata pacífica de las comunidades de Montes de María llegó ayer martes a la gobernación de Bolívar para exigir el cumplimiento de promesas pactadas en  el proceso de la Alta Montaña. Acuerdos firmados con Dumek Turbay, gobernador de Bolívar, en abril de 2017. Derecho a disfrutar de agua potable en las comunidades de Maríalabaja, entre otros asuntos. El incumplimiento sigue siendo la prioridad del Estado colombiano. Esa es la jugada del Gobierno, diría Jaime Meriño. 

 

 

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