Jaime Bayly, un mamarracho del espectáculo

Jaime Bayly, un mamarracho del espectáculo

"El peruano es un pésimo periodista, un patético presentador y una nulidad como escritor"

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
enero 08, 2019
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Jaime Bayly, un mamarracho del espectáculo

Cuando pienso en el desagradable Jaime Bayly, por asociación me llega a la memoria aquel arquetipo de la soberbia y la arrogancia que inmortalizó Hans Christian Andersen en el popular cuento El traje nuevo del rey. En este sentido todo el mundo, menos el famoso barbilindo, contempla la ridiculez de su vestimenta, la cual exhibe en su pasarela de periodista mendaz y de presentador de pacotilla. Es precisamente ese entorno de falso fulgor el que le permite ostentar la pompa de su burbuja ególatra y deleznable; pero, en esencia, ese protagonismo extravagante inherente a su calaña se parece al lamentable oficio de un bufón venido a menos.

Hasta el momento, si mal no estoy, nadie lo ha interpretado con el debido rigor conforme a la muchedumbre de sus desfachateces; pero, como se dice en mi tierra, a todo cerdo le llega su diciembre, y nada mejor que este enero para ocuparme de él, y así completar la faena de las fiestas que recién terminan y a la vez recomienzan con este agridulce denuesto. Alrededor de estas peculiares circunstancias, oficiaré pues de matarife en sentido figurado, pidiéndole disculpas de antemano a los porcinos del reino animal, a los que compadezco y respeto profundamente, mientras me ocupo de uno de sus homólogos del género humano. De paso admito, con un tris de perversión, que me encanta pinchar egos soplados y escupir sobre personalidades que cabalgan en la ostentación de su podredumbre mediática.

Para empezar, el célebre escritor, periodista y presentador peruano es el resultado de la frivolidad, el facilismo y la mediocridad de ese mundo del espectáculo que catapulta no a los talentosos, sino a los que están dispuestos a hacer lo que sea, aún lo más bajo, con tal de alcanzar el estrellato. A esta clase de personajes malcriados por los rutilantes medios de comunicación de hoy, la historia, esa señora justiciera e implacable, termina por abandonarlos en el lugar correspondiente; es decir, un buen día los sepulta en el panteón del olvido, reservado a quienes pasan por esta vida cual veleidosas mariposas timoneadas por las ansias de captar la atención del público por medio de cabriolas de saltimbanqui… mientras en su espíritu, en su interior carecen de peso y sustancia.

A propósito del Bayly escritor, me atrevo a formular una profecía coherente con la calidad de lo que pergeña malamente esta vedette: ninguna de sus obras pasará a la posteridad. Es más, si sus novelas se mencionan no es por la calidad de las mismas; más bien todo obedece a ese fenómeno mediático llamado “bombo”, propio de los mercaderes de ese mundo light, que le mete por oídos, boca y nariz a un público igualmente mediocre una información falaz. Con todo lo anterior quiero decir que en el amanerado peruano no hay ni pizca de brillantez ni nada de trascendente que le aporte a la academia o al pensamiento humano.

En cambio, es un pésimo periodista, un patético presentador y una nulidad como escritor; es decir, es un mamarracho que podría ostentar el título mundial de los que gozan de esa categoría lustrosa y llamativa que sobreabunda desde hace mucho tiempo en la televisión. En tanto novelista ha escrito, si no estoy mal, diecisiete obras… y podría escribir otras doscientas a su estilo, y todas se las publicarán las editoriales más prestigiosas del orbe. Señoras y señores, se trata es de vender a como dé lugar, y de hacer ver como bueno y ponderable lo que es malo, quizás pésimo, y que por ende, tarde o temprano cae por su propio peso. En efecto, sus novelas y programas de la tele carecen de médula y profundidad humana, y por eso es muy poco lo rescatable, salvo la mencionada frivolidad, y de paso esa inmediatez y ligereza de una personalidad que presume de inteligente, cuando su coeficiente intelectual corresponde a la media, si acaso. Eso sí, Bayly cuenta con una muy circense forma de captar la atención de la masa inculta, a la cual pertenecen los ingenuos que de vez en cuando, y como para estar a la moda, toman entre sus manos un mal libro recomendado por algún “gurú” de la literatura.

No sobra aclarar que en el marco de esa incultura light, esos lectores advenedizos hacen alarde de un huero intelectualismo propio de los intelectualoides. Ah bueno, y para ser justos con nuestro invitado de hoy, en algo sí es excelente el personajillo: es un ingenioso cortesano de los poderosos, máxime si se trata de hacer buen uso de las genuflexiones, para lo cual dispone de unas inmejorables rodilleras a la hora de entrevistar a sus ídolos de la ultraderecha. A propósito, en esto se parece mucho a su compatriota Vargas Llosa, quien es igual de lambón con el sistema, aunque a diferencia del pelele sí es un gran escritor y periodista… Pero tranquilos, amables y pacientes lectores míos: al Nobel también le damos lo suyo en cuanto fracasado de la política, y claro está, por vendida pitonisa que pregona por doquier sus oráculos para promover el statu quo en la cada vez más desigual e injusta Latinoamérica.

Y dejemos aquí, porque mi invitado empalaga, aburre, enferma…. Pero antes les dejo un regalo en gratitud por la perseverancia en esta diatriba: obtengan a través de mi lente un primer plano risueño de quien lleva al extremo las vanidades del rey del cuento de Andersen. Luces, cámara, ¡acción!

El energúmeno, aunque muy delicado Jaime Bayly, sigue una rutina puntual como abrebocas a su estúpido show: se mira en el espejo, gira como un capullo sobre sí mismo para pavonear sus miserias; y a continuación, corriendo incluso el riesgo de desnucarse, contempla la ridiculez de su trasero (y de paso toda su horra figura que recuerda el aire porcino de los megalómanos); y sin embargo, sus ojos mimosos, obnubilados por esa tierna capul de princesa, no le revelan la verdad de toda la escena ni el trasfondo patético de su existencia mediocre: se cree genial y tiene muy poco en su sesera, presume de divertido y su gracia produce grima. Mientras tanto, alardea por aquí y por allá una supuesta personalidad encantadora que sólo genera náuseas. Por último, y para desenmascarar el artificio de su imagen sui géneris, alguien que funge de director de un melodrama simiesco (ese alguien puedo ser yo) le grita tras bambalinas que él realmente no existe, que es una pompa de jabón; es decir, un rey de burlas que luce un traje ramplón de vedette estrafalaria.

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