"Hoy me da pena ser paisa"

"Hoy me da pena ser paisa"

"El día del plebiscito me di cuenta que, no es que Medellín no sea Antioquia, es que Antioquia puede llegar a ser peor que Medellín"

Por: Mateo Henao López
octubre 06, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Siempre había pensado que desde la década de los ochenta, Medellín vendió su alma, y siempre pensé que Medellín era la ciudad menos paisa de toda la región.

Medellín es cultura narco, Medellín es grandes edificios "nar-decó", concebidos con influencias dispares: desde Roma y Miami hasta las fincas de la colonización antioqueña.

Y al mismo tiempo, es interminables extensiones chabolistas en el oriente, occidente y norte de la ciudad.

Es intentar maquillar la decadencia instalando las primeras escaleras eléctricas para uso público en el país, permitiéndole a los artistas extranjeros plasmar su obra en cajas de cartón o de madera, que se supone son casas.

Medellín son las innumerables esquinas de barrio donde las neas se sientan a consumir marihuana y bazuco, jóvenes sin futuro, post-adolescentes alienados, que no viven, sólo matan el tiempo reparando su Yamaha RX115.

La misma motocicleta en que te robarán el teléfono móvil mientras caminas por Barrio Boston.

Medellín son las bendecidas y afortunadas, muchachas con un único propósito en sus vidas: ser llevadas el sábado a una finca en Santa Fé de Antioquia, en una Toyota Fortuner, y repetir ese ciclo en un bucle infinito.

Medellín es una pequeña mujer castiza que se percibe desproporcionada al recurrir a las cirugia estéticas.

¡Pero el turista estadounidense, el de las sandalias y pantaloneta, así la quiere!

Por el contrario, el paisa es un pequeño arriero, hijo de la soldadesca del norte de España, y en menor medida de las diversas poblaciones indígenas que poblaban la región en las épocas de la conquista.

Un pequeño arriero que vivió tres siglos encerrado entre infinidad de montañas, lo que le permitió ser uno de los pocos aislados genéticos del continente, y conservar ese peculiar acento sin variaciones por los posteriores dos siglos.

Y por esto es que somos tan arraigados, tan regionalistas.
¡Y hasta racistas!

A pesar del título hostil con el que concebí mi texto, en defensa nuestra puedo decir, que es normal que nos mostremos tan agrandados, si durante toda la época del virreinato fuimos una de las provincias más aisladas y pobres, pero pocas décadas después colonizamos todo el sur de la región, y desafiamos la geografía agreste que nos encerró en nosotros mismos, construyendo algunas de las obras de ingeniería más imponentes del XIX.

¡Sólo con machete, a lomo de mula!

Los bogotanos tienen la oportunidad de tener a poco menos de ciento cincuenta kilómetros de distancia, ciudades como Villavicencio y Tunja.

Pero, a poco más, o tal vez poco menos de cien kilómetros desde Medellín, ¿Qué hay?

A mí se me ocurre San José de la Montaña y Yarumal (Norte), Amalfi y Yolombó (Nordeste), San Carlos y San Rafael (Oriente), o Jericó y Jardín (Suroeste)

Si me extiendo a los doscientos sólo se me ocurren medianas ciudades paisas, como Manizales, Pereira y Armenia.

Seguimos estando encerrados en nosotros mismos.

Los paisas somos hombres y mujeres productivos, emprendedores, visionarios, innovadores, y de discurso cómico, exagerado pero sincero.

Para risa del resto de la República, podemos ser austeros, humildes, serviciales y nobles.

Aún así, el día del plebiscito me di cuenta que, no es que Medellín no sea Antioquia, es que Antioquia puede llegar a ser peor que Medellín.

Ya no es un buen momento para presentar argumentos a favor del proceso de paz, sólo quiero recordar que somos el departamento más afectado por la guerra en el país, con un millón doscientas víctimas registradas.

Medellín, decenas de carros bomba (Alguna vez una escultura de Fernando Botero sufrió la misma suerte) en El Poblado y La Candelaria, cinco días de más de cien mil habitantes sitiados por el ejército, y por los paramilitares (Operación Orión, Comuna 13), años de enfrentamientos entre el Bloque Cacique Nutibara, y la disidencia del Bloque Metro, en los barrios del oriente de la ciudad, y también en la comuna anteriormente citada.

Pero tanto nos dolió, que escogimos la peor solución: dejar de elaborar duelos, dejar de sentir compasión y empatía, y fingir que a nosotros no nos afecta.

Nunca comprendimos por qué sucedió todo esto, y cuando nos ofrecieron una oportunidad de terminar con ello, la dejamos de lado ya que nos dejó de afectar.

La dejamos de lado ya que nos creímos la historia que nos contaban los políticos financiados por empresas regionales y multinacionales que en el pasado apoyaron a los paramilitares en las regiones en que comercializaban sus productos y servicios, empresas en las que temían los alcances de la Jurisdicción Especial para la Paz, en caso de ser aprobado el acuerdo.

No sólo sucedió en Medellín: el Oriente Antioqueño ha sido una de las regiones más afectadas por el conflicto en toda la República, siete años después del cese de hostilidades, prefirió tomar una decisión que podría afectar al Norte, Bajo Cauca y Urabá Antioqueño, una decisión fácil de tomar desde lejos, cuando ya no te sucede.

El Oriente es Granada, el automóvil con cuatrocientos kilos de dinamita explotando en la estación de policía, el posterior bombardeo con artefactos explosivos no convencionales por dieciocho horas, que destruyó gran parte de la infraestructura del municipio.

Es lo que no es posible comprender sólo con las cifras, sólo es posible hacerlo sentándose con una víctima, un campesino que tiembla al contar lo que le sucedió, que por diez años tuvo que llorar a sus amigos y familiares que murieron en el transcurso de torturas llevadas a cabo por paramilitares en alguna habitación llena de cuchillos, piedras y jarras de ácido sulfúrico, en algún lugar en El Jordán (San Carlos), es ver como un pequeño mundo colapsa.

Los pueblos son pequeños mundos, esos veinte mil habitantes, esas quince cuadras, son todo lo que conocés.
Y que gran parte de ello desaparezca en una especie de regalo macabro previo al día de las velitas, acaba con toda esperanza de quedarse resistiendo.

Es Cocorná, y más de quince mil habitantes desplazados, es más del ochenta por ciento de la población actual registrada como víctima directa o indirecta del conflicto.

Es la incapacidad de seguir tolerando el miedo, de pensar que la próxima familia masacrada podría ser la tuya, salir de la finca a media noche, sorteando minas antipersona, retenes militares, paramilitares y guerrilleros, donde, en el caso de los segundos, te pueden retener y posteriormente acribillar si apareces en la lista negra, lista en la que puedes aparecer como colaborador de la guerrilla por sólo haber tenido que entregar forzosamente una vaca a un miliciano que quería comer sancocho, hace tres años.

Y si con suerte llegas a Medellín, es oír a los citadinos señalándote de guerrillero, estigmatizándote, es tener que acostumbrarse al caos, a la polución, a la inseguridad.

Es el suroeste antioqueño, donde gracias al conservadurismo y el ultracatolicismo que prima en el suroeste, en pueblos como Jericó y Jardín sólo tres de cada diez votantes pudieron perdonar.

Perdonar, eso sí, desde la distancia, ya que exceptuando la presencia en remotos sectores rurales del ELN, y la violencia bipartidista de mitad del XX, la guerra no les ha afectado.

Ellos lo que no perdonan, no son los crímenes de guerra, es el marxismo-leninismo como ideología de este grupo subversivo.

Es el nordeste, Segovia y el atentado al oleoducto central de Colombia perpetrado por el ELN, donde no se tomó en cuenta la presencia de la población civil en la zona, y más de ochenta personas murieron calcinadas.

Son pueblos como Ituango (Norte), y Argelia (Oriente), sitiados por lustros, llevándoles a la decadencia cultural, al desarraigo.

Hablando de Ituango, son hechos representativos como la Masacre de El Aro, siete días en que un pueblo fue torturado (Recordar que al dueño del único establecimiento de venta de abarrotes del lugar, le amarraron todo un día a un árbol, posteriormente sacándole los ojos y el corazón, mientras aún vivía) y masacrado, con el beneplácito de algunos funcionarios de la Gobernación de Antioquia, que llegaron a supervisar el derramamiento de sangre en helicóptero, y también de las Fuerzas Militares que permitieron a los paramilitares pasar por sus bases con el ganado sustraído a los habitantes del corregimiento.

Es normal que a los seres humanos no nos afecten los problemas que arrastran otros pueblos, culturalmente distintos al nuestro, pero es que aquí no nos duele ni el municipio con que compartimos frontera, y me atrevo a decir incluso, que ni el barrio al frente.

A mí si me duele mi raza, a mí si me duele la decadencia de mi cultura, a mí si me duele mi gente, y lo que representamos.

Me duele que gracias a la influencia del discurso regionalista y guerrerista del ex-presidente de la República, le hayamos fallado al Norte, Bajo Cauca y Urabá Antioqueño.

Siempre critiqué la decadencia en que nacieron, crecieron y se consolidaron los municipios del Bajo Cauca, pero hoy estoy admirando pueblos como Tarazá y Cáceres, pueblos que si estaban dispuestos a perdonar lo que los definió por más de cincuenta años.

Me duele que le fallamos a las demás capitales departamentales, le fallamos a los bogotanos, caleños, barranquilleros y payaneses que estaban esperanzados en empezar a construir la paz.

Le fallamos a los lugares más representativos del conflicto armado, a campesinos caminando dos horas para poder llegar a un puesto de votación en Toribío (Cauca), a los habitantes de un caserío internado en la selva chocoana, que a pesar de haber sufrido una de las masacres más cruentas de la historia colombiana, estaban dispuestos a perdonar (Bojayá)

Le fallamos a San Vicente del Caguán (y los otros cuatro municipios que formaron la Zona de Distensión en la década pasada)

Hoy ya no estoy interesado en oír argumentos en contra del Acuerdo de Paz, hoy no estoy dispuesto a oír que una de las democracias más estables de América Latina, un país que a pesar de estar en una subregión socialdemócrata (Ecuador, Bolivia, y hasta hace poco Argentina y Brasil) es, y será, para bien y para mal, neoliberal.

No estoy dispuesto a oír que Colombia se convertiría en la República Bolivariana de Venezuela, sólo por ofrecer a los ex-guerrilleros la posibilidad de tener cinco escaños en Senado, y cinco escaños en Cámara, sólo con posibilidad de hablar, más no de decidir.
Los colombianos y los venezolanos sólo tenemos en común nuestro idioma, la pertenencia al mismo virreinato en épocas coloniales, y la arepa como elemento esencial de nuestra gastronomía.

Y hablando de esto último, ¡Las de Venezuela saben mejor!

Esto no era una rendición, era un acuerdo de paz, y a los ex-guerrilleros se les debía de garantizar oportunidades de reinserción a la sociedad.

No aceptamos pagarles una bonificación inicial de un millón ochocientos, y otras veintitrés de poco más de seiscientos mil a estos ex-combatientes, gracias a que no somos capaces de analizar y deducir, que en dos años sólo nos gastaríamos lo que en siete días de guerra tenemos como presupuesto de defensa.

No aceptamos que podían pagar con la reparación de los efectos directos o colaterales de sus acciones, hubiésemos preferido que los campesinos de Briceño sigan perdiendo sus extremidades, ya que el que podía retirar las minas está encarcelado.

Y es que todos los grupos subversivos del país, y nuestras Fuerzas Armadas, están compuestas por campesinos pobres que gracias a la ignorancia que genera la falta de acceso al sistema educativo en sus veredas y corregimientos, creyeron encontrar una oportunidad en el discurso romántico de las FARC y el ELN, o en el contrainsurgente de los diversos grupos de autodefensas, y el ejército.

O peor aún, de niños y niñas reclutados forzadamente.

Podemos encontrar muchos culpables, sólo hay que leer acerca de la historia del país en el período post-independentista, la Guerra de los Mil Días, y La Violencia para comprender que hay demasiados factores que influyeron en este resultado final.

Hablando de niños, y queriendo poner un ejemplo, alguna de las líderes más sanguinarias de las FARC, Alias Karina, en la adolescencia se dejó seducir del elemento romántico del discurso marxista, gracias a la ignorancia en que vivía, gracias a un padre iletrado que sugería que ningún hombre o mujer necesitaba estudiar, en el caso de estas últimas, sólo saber cuidar a su marido.

No es necesario ofrecer contra-argumentos en este momento, aunque si que quise exponer unos cuantos.

Hoy me siento mal de ser lo que siempre me había hecho sentir orgulloso, de mi pertenencia a un grupo étnico, cultural y racial, hoy me duele ser paisa.

Perdón por ofrecerles un voto para la continuidad de la guerra, perdón por haber dejado de ofrecerles desarrollo industrial y agropecuario para inundarles de cocaína y paramilitarismo, de neas y putas.

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