Hormonas al poder

Hormonas al poder

"Nuestros jóvenes demuestran que ya son grandes. Es hora de que nuestra democracia demuestre lo propio"

Por: Mauricio Puello Bedoya PhD
junio 03, 2021
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Hormonas al poder
Foto: Las2orillas / Leonel Cordero

En su libro Tiempo Nublado (1983), Octavio Paz asegura que desde la primera mitad del siglo XX la figura del padre como protagonista del poder público ha entrado en decadencia, siendo desalojado progresivamente por la figura del joven. Un acontecimiento que ha requerido la recomposición (no sin dolor) de las raíces de los estamentos gubernamentales, y de los propios supuestos de la democracia occidental.

En su trasegar hacia lo público, la espiral ascendente de la juventud ha tenido picos definitivos en los años sesenta. Inicialmente en el movimiento norteamericano que desde 1963 encabezó la exigencia de retirar al ejército de la guerra del Vietnam; ultimátum que coincide con la Marcha por los Derechos Civiles liderada por Luther King, quien el 28 de agosto de ese mismo año pronuncia su célebre discurso I have a dream, ante 200.000 personas reunidas en el Monumento a Lincoln. Y pocos años después el Movimiento de Mayo del 68, en París, originalmente liderada por jóvenes en torno a un ideario emergente en lo inmediato difuso, pero que después tomaría la forma de ‘Contracultura’, donde tendría su germen el movimiento Hippie.

Una puerta genital y narcótica que millones de jóvenes del mundo cruzarían con furia, azuzados por filósofos que como Herbert Marcuse enarbolaban la consigna de una ‘rebelión de los instintos’; y también por prácticas orientales disipantes y devotas del sexo como vía espiritual, occidentalizadas por figuras en su momento icónicas como Alan Watts.

Tendrían que pasar varias décadas para que el joven consiguiera, con la ayuda de las plataformas digitales, transformar su fama de lujurioso irreprimible, vago y amigo de la espectacularidad, en una alternativa de poder respaldada con sólidos criterios y capacidades de acción edificantes. Atributos que, sorprendentemente para muchos, han resultado ser perfectamente compatibles con los sistemas endocrinos juveniles.

Nativos digitales, dueños de sus horarios de trabajo, e inscritos en organizaciones horizontales, personales y volátiles, hoy los jóvenes menores de 40 (edad que tiende a disminuir exponencialmente) colonizan poco a poco los cargos de CEO de grandes corporaciones globales, y los cupos de doctorado de las plantas docentes de reconocidas universidades del mundo.

En el caso de Colombia, una señal significativa del protagonismo propositivo que puede ejercer la juventud ha sido el movimiento por la séptima papeleta, impulsor de la Constituyente del 91. No obstante, los esfuerzos por consolidar liderazgos juveniles orgánicos y de largo plazo han sido inseguros y esporádicos en el país, finalmente pervertidos por círculos de poder aún arraigados en el autoritarismo y el patronaje colonial.

En el caso de las protestas que por estos días ocupan a Colombia habría que saber discriminar la emergencia del liderazgo juvenil de los demás fenómenos que en paralelo se expresan. El poder de los jóvenes no se puede estigmatizar bajo el nombre de comunismo, castrochavismo, narcoguerrilla, vandalismo o, como diría Alejandro Ordóñez, un simple nihilismo.

Desde la perspectiva de la democracia personal que se impone en el mundo, basta ver en medio de las protestas los rostros auténticos y desvergonzados de los jóvenes hablando sin rubor de lo que sienten y quieren, para entender que los exclusivos interlocutores civiles del gobierno han dejado de ser los nodos sindicales y sus narrativas burocráticas e ideológicas. El gesto más inteligente que puede hacer el actual gobierno, como fórmula audaz de solución al paro, pero sobre todo como un invaluable legado a la transformación política nacional, es apostarle a la formalización del movimiento juvenil, a su dignificación como interlocutor legítimo.

Los jóvenes son, incluso tardíamente, el sujeto político destinado a renovar nuestro panorama social en el largo plazo. Confiemos en ellos. Abrámosles sin recelo los espacios necesarios, no solo para que sus voces sean escuchadas, sino para que sus espíritus se expandan y se inventen un mundo, que seguramente nos incluirá generosamente. Así transmutará la protesta en oportunidad, de lo contrario por esa puerta mal cerrada volverán las hormonas juveniles a reclamar sus espacios, que cada vez serán más costosos.

Nuestros jóvenes demuestran que ya son grandes. Es hora de que nuestra democracia demuestre lo propio.

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