Homenaje de Álvaro Leyva Durán a su hermano Santiago

Homenaje de Álvaro Leyva Durán a su hermano Santiago

Este texto fue leído en el funeral de Santiago Leyva el 19 de febrero en Bogotá

Por: Álvaro Leyva Durán
febrero 23, 2016
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Homenaje de Álvaro Leyva Durán a su hermano Santiago
Foto: Subida por autor

Santiago Leyva Durán. Una figura extraordinaria; un fuera de serie; un hombre muy particular; absolutamente excepcional. Ahí está, ese personaje inusual; ese indecible hermano mío, Santiago, hecho cenizas.

Las palabras con que he iniciado esta oración,  porque eso es lo que es, una oración,  muy seguramente los lleva a que ustedes se pregunten: “¿Y que gracia tiene que una persona en pena por la muerte de un hermano lo califique de extraordinario o lo tenga en su mente adolorida como “un fuera de serie”?;  ¿y por qué ha de extrañarse que pueda estar hecho cenizas si el solo nacer implica el riesgo de que la parca Morta corte sin avisar el hilo de la vida? Cabría decir, desnaturalizado quien no alabe a su hermano muerto, e ingenuo quien no sea consciente de que cada día de existencia es una bellísima sorpresa ya que la parca Décima guarda para sí, como un misterio, la medida en tiempo de nuestra presencia en el planeta. Mañana mismo, cualquiera de los que aquí nos encontramos, puede hallarse en la puerta del horno crematorio.

Quizá con tres ejemplos no mas, pueda yo explicar el verdadero alcance de mis palabras.

En vísperas de cumplir Santiago sus cuarenta años, por aquellas ingenuidades de la juventud que llevan a percibir  que a esa edad comienza la vejez, me dijo: “Quiero invitarlo con Rosario a un sitio tan lejos tan lejos, como para que nadie me pueda llamar el día  de mi cumpleaños”.   Él mismo escogió el destino. A Moscú fuimos a parar.

Nos correspondió el momento de la caída del antiguo sistema. La crisis era aguda. La miseria se hacía evidente en todo el país. Mucho mas en la capital. Caminábamos por los lados de la Plaza Roja. Se acercó alguien a Santiago a pedirle una limosna; otro a preguntarle por sus bluejeans. Su sorpresa fue total. Entonces nos hizo volver al hotel, allí recogió toda su ropa salvo dos mudas, regresamos al mismo sitio a donde había sido acosado, y en esa esquina céntrica la fue repartiendo como si estuviera salvando el mundo. No contento con ello, cambió dólares por esos rublos que en aquella época de devaluación incontenible había que cargar por montones para comprar un pan. Volvió al mismo sitio  para repartirlos. Se formó una cola gigante. Rosario le pidió prudencia porque estaba por convertirse esa especie de locura en un problema de policía. “Nos vamos ya  -le dije–, usted está perdiendo el sentido de las proporciones”. Se le aguaron los ojos. Alguna gente nos siguió por largo trecho.

Estando yo en México, asumiendo alguna situación que lo llevó a pensar que podía ser útil su presencia, se me presentó de manera sorpresiva. Viajó desde París. Dos días después  tendría lugar en esa ciudad el primer partido del Mundial de Fútbol de 1998. Desde hacía seis meses atrás había adquirido boletas para asistir. El fútbol era su pasión. Gozó viendo los dos primeros partidos conmigo en un bar cualquiera de la capital mexicana.

Hace apenas dos años, después de haber pasado su primera crisis de salud en una unidad de cuidados intensivos en una clínica en Berlín, a donde me desplacé para acompañarlo siendo época de Navidad, viajamos  juntos a Colombia a comienzos del nuevo año.  En algún momento del trayecto dejó entrever cierta señal de angustia. “Qué pasa -le pregunté-, tranquilícese”. Ya en Bogotá, lo primero que le pidió a quien nos recogió fue que nos llevara al barrio La Perseverancia. Allá terminamos, mas precisamente en la casa de las Misioneras de la Caridad, conocidas como las monjitas de la Madre de Calcuta.  No me invitó a entrar. Me hizo esperar en el carro.  Se trataba de un asunto muy personal. El episodio de Berlín lo había distraído de algún compromiso pendiente con ellas. Terminada la vista su cara era otra. Estaba ya tranquilo. Vine a saber que mi difunto hermano era uno de los mas queridos benefactores de las monjas. Pasado el tiempo me enteré con detalle de sus afanes por el bienestar del ancianato  y el orfelinato al cuidado de las religiosas de su devoción. El suceso de fin de año le había impedido ir a celebrar con ellas, sus amigas, sus fiestas navideñas.

Y es que ese hombre, Santiago, digno de enorme admiración, tejió con cada uno de sus hermanos una relación mágica no inferior en calidad humana a la que fue bordando conmigo. Fue un dador compulsivo. Dador de vida, dador de calurosa amistad, dador de solidaridad, de una manera que dejaba permanente impronta. Y fue así no solo con los suyos. A quien se iba acercando iba marcando con una actitud muy propia de su exuberante bondad y personalidad. Su sonrisa y su abrazo regaban simpatía justificando con ella la grata recordación. “Ese Santiago…”, se oía decir por quien apenas lo topaba.

¿Y en materia de creatividad? Mientras regaba ensueños y utopías por donde iba transitando fue forjando un pequeño imperio que traspasó fronteras; habiendo pasado para llegar a forjarlo, y desde muy temprana edad, por las mas disímiles actividades en función de ensayos, aprendizaje y crecimiento personal: El futbol, la producción de televisión, el doblaje de cine, la aéreo mensajería, las comunicaciones, la aviación, el turismo, la seguridad vehicular con tecnología de punta perfeccionada para el mundo con su propio equipo. Para ello creó empresas, unas plenamente exitosas, otras menos, en sitios, algunos ya dejados de lado, otros en donde aún la actividad es plena: Alemania, Austria, Suiza, España, Hungría, Budapest, Brasil, Venezuela, Bolivia, Chile, Paraguay, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, China y Estados Unidos.

Y en el trayecto de esa “rauda espiral desorbitada” de su muy sana y bellísima visión de futuro, cruzó el camino de una mujer maravillosa. Y ahí está Juan Felipe; ahí está Sofía. El amor de sus amores, su hijo; rápidamente comenzó  a forjar en él  sus singularidades.  Pretendió enseñarle el mundo como el gran poeta lo hiciera con su querida hija: “Este es el cielo de azulada altura / y este el lucero y esta la mañana / y esta la rosa y ésta la manzana / y esta la madre para la ternura. / Te pongo en posesión de cada cosa….”. Continuar el camino del aprendizaje y del amor encendido  es tu misión, Juanfe.

Y Sofía, la de sus encantos; niña mujer hoy. Su mejor apuesta. La quien recibe la encomienda de realizar los caros ensueños de Santiago en función de la debida protección  a su madre. Tu, a partir de hoy, vigilante igualmente de tu  hermano en transito de la niñez hacia el hombre continuador de una fértil faena.

Y la enfermedad lo asaltó a mano armada. Lo hirió de forma desalmada, y él luchador invencible, vencedor en mil batallas, con entereza recurrió para defenderse a la espada vorpalina del Cid Campeador. La utilizó con la magia del astra mitológica y buscó el duelo a esgrima con la muerte. Alcanzó a arrinconar a la malvada Moira quitadora de vida, y extendió sus esperanzas.  Y lo fue logrando, no por los alcances de los mas notables recursos de la medicina, sino porque la carga del amor por Juanfe y Sofía los fue convirtiendo a ellos en dadores de vida. Ustedes dos, hijos ambos de su inconmensurable corazón,  le concedieron la licencia para combatir. Y una noche, repleto del optimismo que lo caracterizaba, habiéndole pedido unos días antes a Mariángela que lo  mirara directo a los ojos para preguntarle sin ambages si consideraba que saldría avante, a lo que ella definitivamente asintió, dejó de lado su escudo y su espada. El sueño acarició su cuerpo adolorido y el ángel mayor, no la vulgar Moira, vino por él; se lo llevó. Y él, Santiago, dueño de una fe nunca puesta en duda emprendió el viaje eterno con la mas profunda convicción de que “Quien cree  en ti Señor, no morirá para siempre”.

María Ángela, Sofia y Juan Felipe

La esposa y los hijos de Santiago Leyva

Y siguiendo su más profunda convicción tuvo que haber sido recibido por el Redentor con las siguientes sagradas palabras: “Entra sin preocupación, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mi”.

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