"Guerra híbrida": el peligroso concepto en el que todos somos sospechosos

"Guerra híbrida": el peligroso concepto en el que todos somos sospechosos

En la entrevista no hay competencias. El oficial es incapaz de comprender la tragedia acaecida. Los periodistas no son capaces de elaborar y significar el hecho

Por: Ethan Frank Tejeda Quintero
abril 13, 2022
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Foto: Pixabay

El General a cargo de la operación en el Putumayo habla de "Guerra híbrida", un concepto peligrosísimo en el que todos son sospechosos.

En él se asumen a sospecha todas las producciones de sentido. Ese concepto les permite parangonar el porte ilegal de armas y la realización de un meme.

Para los que creen en esta doctrina alguien que escribe un post en Facebook es imputable y merece ser dado de baja. Lo híbrido hace imputable la opinión, la diplomacia, la libertad de prensa, la divergencia. Los defensores de esta doctrina creen en "la verdad de a puño". De hierro o con manopla.

En la W, para madrugar a lo infamante, el General menciona el criterio cerca de 10 veces. Lo hace ante un grupo de periodistas incapaces de contra preguntar. Son crítica desactivada. Incluso uno de ellos llama "descache" a la muerte de civiles en la intervención militar.

El hombre de armas se contradice, justifica la tácita pena de muerte en el territorio nacional, culpa a la población de "alterar las escenas", imputa a diestra y siniestra. Justifica las acciones de "tierra arrasada". Piensa que detenerse en el uso de prendas que no permite identificar a los armados es una banalidad.

Dice que todos los muertos estaban en un organigrama criminal. Pasa de general a juez y de juez a verdugo. Sus interlocutores quedan impávidos. En la entrevista no hay competencias. El oficial no es capaz de comprender la tragedia acaecida en dicho caserío. Los periodistas no son capaces de elaborar y significar el hecho. La intervención del alto oficial gana el tenor de "comunicado oficial".

Todo se resume en los rótulos "bazar cocalero", "estructuras de apoyo", "grupos armados residuales", etcétera. En ellos se ratifica que las fuerzas armadas hoy se comportan como lo hicieran los paramilitares en el tránsito entre siglos.

En los militares, quienes pregonan el respeto al DIH, el obrar a la luz de "las listas", la acusación de "auxiliadores" y, tristemente, la predisposición a la masacre. Los periodistas no preguntan si alguno de los 11 muertos tenía órdenes de captura. Para ellos no parece importante destacar que varios de los caídos ejercen funciones en la comunidad. Uno de ellos es presidente de la junta. Otro es gobernador indígena. La ignorancia de lo dado o su interpretación brutal se impone.

Nos sitúan ante la versión más cruel de la ignorancia. La poética de la impunidad se nos anticipa. Alimentada o justificada por las declaraciones de la violenta idiotez de tipos como Edward Rodríguez. Para quien el derecho internacional humanitario es o de hule o del material que hace la comodidad de los Crocs.

De personas como Enrique Gómez para quien todo aquel que señale los procederes criminales del Estado es un aliado de las estructuras narcoguerrilleras. Sujetos que están dispuestos a localizar como actores de "la guerra híbrida" a los periodistas que sospechen de la agenda del "gobierno"; a los líderes socioambientales que intentan proteger los territorios de la ampliación de dos fronteras que coinciden: la ganadera y la cocalera; a las juventudes cansadas del esquema mafioso que se expresan en las calles, en los muros o en canciones; a todos aquellos y aquellas que sean capaces de advertir las inmundicias de una administración que se porta como un bully con su población.

En un panorama en el que el genocidio y el linchamiento forman parte del perfeccionamiento del brutismo político. Estadio en el que criterios como "guerra híbrida", "revolución molecular disipada" y "combinación de las diferentes formas de lucha", convierten en objetivo a todos los seres, máxime ante unas instituciones que se comportan como oficinas de cobro o escuelas de sicarios.

Apoyadas por unas emergencias mafiosas acostumbradas o gustosas de esas formas. Impunes, porque así lo dicta la dominanción del militarismo de la perspectiva mediática.

Algo que explica cómo las casas periodísticas usaron el escándalo como viento de cola y ahora disponen los cañones contra sus propios colegas. De ahí la reiteración de frases como "la última palabra la tendrán las autoridades", "las investigaciones de la Fiscalía nos dirán la verdad" y "tenemos que confiar en la versión oficial".

La sociedad que los hizo cómplices de las probabilidades de un narcogobierno no les permite la empatía con las poblaciones. Para ellos los más pobres son los sospechosos de siempre, mientras crean la desconfianza en torno a sembradores, raspachines o productores de base e inflan en las encuestas y debates al candidato de los señores de la mafia.

En esa dinámica del escándalo y de la indignación que no son más que prendas de la normalización. Una cada vez más insoportable. Que devora los párpados de un público que ya aprendió a reír cada vez que en una película tras el "estallido de un escándalo" vemos a la policía capturar a los implicados.

Eso no es más que ficción, porque ya sabemos que el proceder criminal develado sólo genera voces que le justifican, apoyan o lo negocian en heroísmo. De ahí se hacen famas y fortunas porque ser habladores de y mercaderes de estiércol se convirtió en lucrativo oficio. Y quien no lo haga se le llama "caja de resonancia de los violentos".

Y el victimario se convierte en dispensario de culpas y señalamientos. Mientras los "interesados" le aplauden aún con el fusil humeante entre las manos. Los militares logran convertir la masacre en espectáculo y a las víctimas en demonios.

Logro brutal dado sobre muchas voces y dicho muchas veces. Porque , parafraseando a la doctrina, "la infamia híbrida" requiere de muchas funciones y de muchos roles.

Ahí son vitales las Marbelles dispuestas a tratar de King kong a todo aquel que no pase "su cartuja de color", los Gómez -entre los que se destaca alias La Ballenita- dispuestos a asumir al ELN cualquier liderazgo popular, los Noguera con sus clases de axiología que sirven para que todo aquel que luche por su dignidad se sepa "ri-dí-cu-lo", los Casas Santamaría que insuflan con la impostación de voz mayor a las infamias tradicionales, el Carlos Antonio Vélez que igual insiste en tratar de fracasado a Pep Guardiola que en imputar por terrorismo a Fecode, son muchos y "machos". Cuando no rastrojos.

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