Frívola ciencia: el problema de usar animales en experimentos

Frívola ciencia: el problema de usar animales en experimentos

"Si bien aún existen fervientes defensores de esta práctica, lo cierto es que son pocas y debatibles las razones a favor de la misma"

Por: Yani Mateus
julio 23, 2020
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Frívola ciencia: el problema de usar animales en experimentos
Foto: Pixabay

Imaginemos por un momento el siguiente panorama: primates inmóviles con electrodos en el cerebro; conejos en jaulas de contención con severas lesiones en ojos y piel, siendo desangrados hasta que mueren; gatos y perros cegados, entubados, agonizando; ratones mutantes desmembrados, con inflamaciones y hematomas; cerdos, cabras, ovejas, caballos, aves y peces con protuberancias, retorciéndose por el dolor y la desesperación…

Aunque estas escalofriantes escenas parecen provenir de una película de terror del más temible estilo gore, en realidad hacen parte de la rutina de sufrimiento que día a día millones de animales padecen en laboratorios alrededor del mundo en miles de procedimientos con objetivos biomédicos, farmacéuticos, diagnósticos, toxicológicos, cosmetológicos, de enseñanza y entrenamiento. En adición, la colecta y la cría en cautiverio con fines “científicos” imponen sobre la existencia de algunas especies serias implicaciones.

La experimentación con animales es un tema controvertido y polémico, sus defensores justifican estas crueles prácticas con el supuesto beneficio que implican para el ser humano; según ellos el progreso médico no puede darse sin el uso de animales experimentales. Sin embargo, grandes avances médicos se han logrado gracias a estudios en humanos y métodos alternativos; además en ocasiones el uso de animales representa un obstáculo para la obtención de resultados confiables y extrapolables.

Según indican los médicos Neal D. Barnard y Stephen R. Kaufman, durante las décadas de los veinte y los treinta del siglo XX, el uso de primates retardó el desarrollo en la lucha contra la poliomelitis. En los años sesenta, científicos apoyados en numerosos experimentos con animales concluyeron que la inhalación de humo de tabaco no producía cáncer de pulmón. Durante décadas la industria del tabaco se escudó en estos estudios para retrasar normas legales para su restricción y bloquear las recomendaciones médicas para eliminar el hábito de fumar.

En 1988, Lester Lave exponía en Nature que en experimentos dobles con ratas y ratones para evaluar el carácter cancerígeno de 214 compuestos los resultados coincidían solo en el 70% de las ocasiones. Si la correlación entre estos dos roedores no resultó elevada, la correlación entre roedores y humanos forzosamente será inferior.

El principal problema de la experimentación animal consiste en que cada especie responde diferente a medicamentos y a otras sustancias; de esta manera las pruebas con animales no predicen con exactitud lo que sucederá en los humanos. Es bien conocido el caso de la Talidomida, un somnífero que a partir de 1957 se comercializaba en varios países europeos y que se había probado en animales, pero no en humanos. Las mujeres embarazadas que la ingerían durante la gestación, daban a luz bebés con grandes malformaciones y en pocos años unos 10.000 niños nacieron sin brazos o sin piernas. Peter Singer señala que este caso es aleccionador por dos razones, en primer lugar, un somnífero es un producto cuya necesidad es cuestionable y, en segundo lugar, las pruebas con animales hicieron creer en su inocuidad.

El caso de la Talidomida y otros igualmente trágicos condujeron a que en la mayoría de los países industriales a partir de los años setenta se legislara para obligar a experimentar con humanos todos los nuevos tratamientos biomédicos antes de comercializarlos.

El uso de animales en investigaciones resulta descartable por razones éticas y morales, por el creciente conocimiento de la capacidad de sentir de los animales, por el entendimiento del dolor en otros seres y por el desarrollo del concepto “especismo” y de su antítesis “antiespecismo”.

Los crasos errores y riesgos a los que los experimentos con animales han conducido debido a la incapacidad de extrapolación de resultados; el efecto de la vida de laboratorio sobre los resultados y la dificultad para garantizar un ambiente 100% controlado contrasta con los grandes avances obtenidos con métodos alternativos.

El chimpancé, el primate más cercano al humano, tampoco escapa a esta frívola ciencia. Centenares de chimpancés han sido sometidos al aislamiento, al encierro y a procedimientos experimentales para infectarlos con el Síndrome de Inmunodeficiencia adquirida en humanos (SIDA). Finalmente, estos experimentos resultaron ser inútiles, debido a que el chimpancé no desarrolló la enfermedad. La afectación a miles de primates, la pérdida de tiempo y de recursos económicos fue colosal.

Es reprochable el uso de animales en la cosmetología y productos de aseo, donde la vanidad y banalidad humana priman sobre la existencia digna de los demás animales no humanos, arrebatándoles su libertad, naturalidad y su vida. Ratones, conejos, cobayos y gatos, entre otros animales, son sometidos a tortuosas pruebas para comprobar que productos como maquillaje, jabón, champú, cremas corporales, perfumes, crema dental y otros no causen irritación o alergias a la creciente población humana que a diario usa estos productos.

En la mayoría de las categorías de productos que experimentan con animales existen alternativas que no usan animales: en el mercado se encuentran diversos productos de aseo y cosmetológicos que no han sido probados en animales, su uso masivo salvaría vidas. Existen algunas listas en internet sobre las marcas que experimentan y las que no; adicionalmente algunos productos ya traen esa información en los envases o marquillas.

En realidad son pocas y debatibles las razones a favor de la experimentación animal. Durante años, Michael A. Fox, veterinario de profesión, defendió la idea de que en la medida en que los animales carecen de autonomía, son incapaces de liderar sus propias vidas, y por lo tanto no pueden tener valor por sí mismos. En su libro The case for animal experimentation” expone y defiende su idea; el libro fue excelentemente acogido por la comunidad científica y fue reseñado en la revista The Scientist en octubre de 1986. Sorprendentemente, en diciembre de ese mismo año Fox envió una carta de contrición expresando que se encontraba en desacuerdo radical con algunas de sus principales tesis. Posteriormente, Fox optó por una dieta vegetariana y se convirtió en partidario de la abolición de la experimentación animal.

Lamentablemente, aún existen fervientes defensores de la experimentación animal, que guiados por ideas arcaicas y razones mercantiles se aferran a la ciencia frívola dependiente de la crueldad, menospreciando la medicina preventiva y dejando de lado la ciencia de vanguardia que apunta hacia el uso de tecnologías computarizadas, técnicas in vitro y herramientas que tienen la ventaja de ser directamente relevantes e incidentes sobre los seres humanos, con resultados más rápidos; esto, a largo plazo, resulta más económico que mantener a miles de animales. En segundo plano se encuentra un sector que se sitúa en un punto medio al aceptar el uso de animales para experimentación, pero sólo bajo ciertas condiciones.

A pesar que desde 1959, el zoólogo William M. S. Russell y el microbiólogo Rex L. Burch publicaron el principio de las tres erres (reemplazar, reducir y refinar); su aplicación y cumplimiento han sido cuestionables.

Para finalizar, los dejo con una adaptación de un experimento mental planteado por Pablo de Lora, que consiste en leer fragmentos de las metodologías empleadas en la experimentación con animales y sustituir mentalmente el término “animal(es)” por el de “humano recién nacido”.

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