Final capitalina, desde un corazón rojo

Final capitalina, desde un corazón rojo

"Me acostumbré a escuchar el famoso 'santafecito lindo', que como el cariño verdadero ni se compra, ni se vende. En este punto descubrí que pertenecer al rojo tenía su embrujo"

Por: Diego Andrés Ramírez - Ramandres
diciembre 12, 2017
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Final capitalina, desde un corazón rojo
Foto: El Espectador / Óscar Pérez

Esta es una historia del corazón como las que me gusta leer. Como las que nos contaban los abuelos y hacían volar nuestra imaginación. Aunque parece pretensioso decirlo así, esta es la historia del corazón rojo de un santafereño.

La inspiró un niño llamado Juan Diego. Su abuelo me comentó que el chico es un hincha furibundo de Santa Fe y que, por esta razón, lo llevaría al Campín al partido definitivo contra el Deportes Tolima el pasado 9 de diciembre. Al indagar sobre quién motivó al pequeño a ser cardenal, me reveló que su afición había nacido libre como el sol cuando amanece.

Comprendí su respuesta, pues libre también brotó en mi infancia. En casa teníamos un viejo armario de madera con dos puertas que nos repartíamos con mi hermano Juan. En la puerta de mi hermano alguien colocó una calcomanía del escudo de Millonarios y en la otra estaba estampada la del Independiente Santafé; este hecho selló mi suerte para pertenecer al león.

Remontémonos al año 1975 cuando Santa Fe ganó su sexta estrella, era apenas un crío y en verdad, no recuerdo absolutamente nada de fútbol, de hecho, mi memoria futbolística se inicia en 1978 cuando se disputó en Argentina el mundial. Fue la primera vez que vi fútbol en directo.

En ese mismo año, un equipo colombiano llegaría a la final de la Copa Libertadores, Deportivo Cali, con un magnifico once comandado por el habilidoso Diego Edison Umaña y dirigidos por el futuro técnico campeón del mundo Carlos Salvador Bilardo. Enfrentaron en la final al Boca Juniors y finalmente sucumbieron en Buenos Aires por un contundente 4-0. A pesar de todo, fue un capítulo brillante del fútbol colombiano.

Recargado con ese subcampeonato continental y aprovechando que Santa Fe había quedado subcampeón del fútbol colombiano en 1979, me alisté para escuchar mi primera Copa Libertadores a través de la señal radial, sería mi debut como hincha y aunque no fuera al estadio, la señal de la AM sería testigo de mi amor rojo.

Esta sería una de las decepciones más grandes de mi vida. Santa Fe jugaría contra América, Universidad Católica y Emelec, fue mi debut como hincha radial y tuve que soportar la eliminación del rojo en primera ronda, lo único que quería era “ser feliz”. Algunas lágrimas corrieron por mis mejillas y debo señalar, que gracias a esas inocentes lágrimas jamás volví a llorar por la “pecosa”.

No sabía lo que vendría en el futuro, de haberlo intuido mi joven afición podría haberse frustrado. Empecé a crecer con un equipo que año tras año era eliminado por falta de buenos jugadores, por falta de un técnico ganador, por la suerte; en fin, por múltiples circunstancias y entonces, me acostumbré a escuchar el famoso “santafecito lindo”, que como el cariño verdadero ni se compra, ni se vende.

En este punto descubrí que pertenecer al rojo tenía su embrujo, pues cada vez que perdíamos o éramos eliminados la pasión roja seguía creciendo. Es decir, mi afición era inversamente proporcional al triunfo, tras cada derrota venía un amor rejuvenecido.

Pasaron jugadores que lograron mantener la lucecita prendida de la esperanza. Cómo olvidar al goleador Hugo Gottardi o nuestro arquero Navarro Montoya, o el fantástico Fredy Rincon de quien tuve noticia desde que llegó al equipo desde Buenaventura, creo que le pusieron la “La Palmera”.

Debo admitir que como hincha cardenal en algunos años era mejor pasar de agache, durante esos años oscuros crecieron de manera desbordante las hinchadas primero de Millonarios y después la de América y de Atlético Nacional.

En plena adolescencia y tocado por la pasión roja, un primo me propuso que viajáramos a Medellín para ver a Santa Fe frente al Atlético Nacional en un octogonal. Me pareció una manera sensata de sellar mi pasión roja y viajamos. Perdimos 2-0.

En este punto de la historia, ya me imaginaba diciéndole a mis nietos que yo era hincha de un equipo que se llamaba Santa Fe y que ahora jugaba el hexagonal del Olaya. Realmente me imaginaba lo peor. Es más, me imaginaba escribiendo una nota como esta para el periódico del barrio.

Pero como no hay mal que dure cien años, ni hinchada que lo aguante, llegó el 2012 cargado con su alegría y desde el parque Simón Bolívar fui testigo de la séptima estrella, pasaron 37 años. Y como el ser humano es malpensado por naturaleza me imaginé que pasarían otros tantos años para obtener la siguiente estrella. Sin embargo, esa estrella significó el inicio de una era llena de luces en el firmamento y nuestro equipo se convirtió en un grande.

Por eso es tiempo de homenajear mi armario donde estaban las calcomanías de los equipos de Bogotá. Si aún tuviera ese mueble propondría que en la final los jugadores salieran unos desde la puerta de mi hermano Juan y los otros desde la gloriosa que abrió las puertas a mi afición. La redonda rodará y será la protagonista de una final inédita entre rojos y azules. Los Juanes y los Diegos de cada familia nos reuniremos a disfrutar que nuestros equipos están más cerca de las estrellas.

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