Estados Unidos: la crisis de los opioides
Opinión

Estados Unidos: la crisis de los opioides

La “crisis de opiáceos” no está para nada resuelta, al contrario, se ha agravado entre el fracaso de Trump y Biden y aquí pagamos la mortal factura

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enero 18, 2022
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El viernes pasado saltó a las primeras páginas de los diarios de Nueva York una noticia trágica que prueba hasta qué punto la llamada en 2017 “crisis de los opiáceos” está aún muy lejos de resolverse. Ese día tres adolescentes fueron víctimas de los letales efectos de la sobredosis que causó la muerte a uno de ellos. Tenía 13 años de edad, cursaba el séptimo grado en el Sport and Medical Sciences Academy, en cuyo gimnasio sufrió el ataque cardíaco que le causó la muerte. La noticia conmovió a Hartford y aún más la información de que en el registro de las instalaciones de dicho instituto de educación secundaria realizado con perros policía poco después, se descubrieron 40 bolsitas de polvo de fentalino, el opioide que causó la muerte del adolescente cuyo nombre, sin embargo, no fue hecho público por las autoridades. Un dato que indica cuán amplio puede ser el  consumo del fentalino entre los estudiantes de este colegio elitista y da pie a la sospecha de que entre ellos hay quienes está implicados en la distribución del mismo.

Así mismo corrobora el hecho de que el consumo de esta clase de sustancias sicotrópicas ya no es un mal que afecta en exclusiva a las minorías étnicas y a los grupos marginales sino que ya afecta también a la clase media de las pequeñas ciudades de provincia que se creen al salvo de los violentos conflictos sociales que aquejan a las metrópolis del país. Incluidas Nueva York y Boston, en medio de las cuales se encuentra Hartford, capital del estado de Connecticut.

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Entre abril de 2020 y abril de 2021 más de cien mil personas perecieron por sobredosis de opiáceos, 28, 5 % más que el año anterior y el doble de quienes fueron víctimas en 2015

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También demuestra que, como ya dije, la “crisis de opiáceos” a las que en 2017 las autoridades atribuyeron el carácter de “emergencia nacional” no está para nada resuelta. Al contrario: desde entonces no ha hecho más que agravarse. Según datos del NHCS- el Centro Nacional de Estadísticas de Salud – entre abril de 2020 y abril de 2021 más de cien mil personas perecieron por sobredosis de opiáceos, un incremento del 28, 5% con respecto al año anterior y el doble de quienes fueron víctimas en 2015. Estadísticas aterradoras que muestran el fracaso tanto de las medidas adoptadas por administración Trump como la de Biden en un intento de resolver esta crisis. Y que a mí no me sorprende. Porque tanto el lenguaraz republicano como el balbuciente Biden, siguen pensando lo que desde Richard Nixon hasta hoy día han pensado todos los presidentes de los Estados Unidos de América. Que el problema del consumo masivo de drogas es un problema de orden público que deben resolver leyes, jueces y policías y no un problema de salud pública que deben resolver médicos, educadores, sicólogos y sociólogos. De allí que la mitad o más de los presos en las cárceles de USA pagan condenas por delitos relacionados con el tráfico y el consumo de drogas, sin conseguir que disminuyan sino que por el contrario aumenten el tráfico y el consumo de las mismas.

En esta tragedia nos ha tocado, como bien se sabe, la peor parte. La del país cuyos gobernantes han exhibido con orgullo su obediencia canina a “guerra contra el narcotráfico” declarada por Washington, obteniendo sin embargo resultados mucho peores que los obtenidos por los Estados Unidos. Aquí hemos pagado y seguimos pagando con una amarga cuota de asesinatos, corrupción de las autoridades y de los cuerpos de seguridad del Estado, fortalecimiento de las mafias y descomposición de la moral publica el empecinamiento de los fanáticos que siguen defendiendo a ultranza una guerra tan atroz como insensata. Eso para no referirme a las fumigaciones con glifosato de los cultivos de coca y marihuana que lo único que han conseguido, aparte de envenenar selvas y acuíferos, es mejorar la posición de la competencia en el mercado de sustancias psicotrópicas de los Estados Unidos. Me refiero a las empresas farmacéuticas y a los fabricantes ilegales de opiáceos que los producen  en casa y no en nuestras remotas selvas.  Y desde luego a los agricultores de California, que hoy pueden vanagloriarse de que la marihuana que cultivan compite en pie de igualdad con la legendaria Santa Marta Golden. A sus cultivos no los fumigan con glifosato.

 

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