¿Esclarece la verdad del conflicto la Comisión de la Verdad?

¿Esclarece la verdad del conflicto la Comisión de la Verdad?

La estrategia de los comisionados fue ampliar el espectro de testimonios e historias de caso, escuchando a más de 28.000 víctimas y victimarios. ¿Fue suficiente?

Por: Pedro León Vega Rodríguez
julio 05, 2022
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¿Esclarece la verdad del conflicto la Comisión de la Verdad?
Foto: Leonel Cordero

Para hablar sobre la verdad del conflicto colombiano, de tipo académico, científico y teorético, en lugar de su connotación ideológica, que suele resultar sesgada, es necesario hablar primero de la verdad que entraña la propia comisión, su estructura, sus integrantes, sus fines y procedimientos investigativos; igual que para referirnos a la historia del conflicto armado interno colombiano es necesario primero conocer la naturaleza y constitución del mismo Centro Nacional de Memoria Histórica. Dos instituciones de reciente creación cuya función principal es acompañar y fundamentar la construcción de la paz en Colombia.

Para abordar un análisis serio sobre la verdad y la historia del conflicto, estas instituciones deben admitir sus propias limitaciones, y visibilizar mejor su alcance académico e institucional, normalmente con mayor énfasis en las coyunturas políticas de la sociedad que en la producción de nuevo conocimiento para acercarse a la verdad. Asimismo, le conviene aceptar las inevitables críticas a sus investigaciones, en términos teóricos y metodológicos, y preocuparse menos por las de tipo político e ideológico. Sus informes finales deben partir de estos presupuestos si quieren ser transparentes y respetuosos de la opinión pública.

Sin estas primeras consideraciones, cualquier cometario por muy respetable que sea, por mucho prestigio que tengan los representantes de la Comisión de la Verdad y del Centro Nacional de Memoria Histórica, será una simple opinión y el inicio de una nueva versión, un poco más maquillada, del juego de discrepancias y la consiguiente polarización al ritmo desbocado de las retóricas ideológicas.

Tampoco se resuelve esta limitante con una pretendida neutralidad ideológica, porque el fin de la academia no es la neutralidad sino la búsqueda de la verdad, así como la ciencia es todo menos una disciplina neutral, y las mejores investigaciones científicas son casi siempre contra-intuitivas, sorprenden cuando revelan la verdad. Antaño la ciencia nos enseñó que el sol no gira alrededor de la tierra, como se creía entonces, sino la tierra alrededor del sol. Conviene ser prudente cuando se opina sobre el conflicto armado interno colombiano, porque también es altamente contraintuitivo.

Los ciudadanos están comprometidos con la construcción de la paz, preferiblemente más en sentido político que ideológico. Los académicos e investigadores tenemos la obligación de perseguir la verdad con proceso de paz o sin proceso de paz, y en el sentido que la producción de conocimiento determine.

Empecemos por afirmar que una Comisión de la Verdad sólo puede realizar una investigación de elevada envergadura intelectual y académica si está conformada por intelectuales y académicos del más elevado nivel en el campo de las ciencias sociales y humanas, fogueados y probados en la producción de conocimiento nuevo como sinónimo de una verdad con pretensiones de universalidad y validez.

Este no es el caso de la Comisión de la Verdad que lidera el padre Francisco de Roux, un equipo cuyos miembros fueron seleccionados por otro tipo muy diverso de méritos y perfil ético:  un cronista del conflicto, una periodista de guerra, un ex militar en representación de sus compañeros víctimas del conflicto, una representante de los estudios de género, una activista social y política, una afrocolombiana perteneciente a la mesa departamental de víctimas de Antioquia, una defensora de la agenda social indígena, un profesor universitario, dos defensores de derechos humanos, una abogada y una analista de conflictos sociales. Una representación muy diversa en sentido cultural, asociada a la experiencia del conflicto, pero académicamente limitada.

Adicionalmente, el mandato de la Comisión de la verdad es la dignificación de las víctimas como eje central de su trabajo, más que la identificación y profundización de las causas estructurales del conflicto.

La estrategia de los comisionados fue ampliar con cierto pragmatismo el espectro de testimonios e historias de caso, escuchando a más de 28.000 víctimas y victimarios, con una millonaria inversión en desplazamientos y logística, con miras a tocar las fibras emocionales de la sociedad colombiana, para “empapar al país del sufrimiento que hemos tenido desde todos los lados”, de suerte que “nos conmueva y nos ponga en una actitud de que esto es intolerable y de que esto no puede volver a pasar entre nosotros”.

Según Francisco de Roux, en cinco años de investigación la Comisión de la verdad “ha tratado de recoger el sentimiento de la Colombia profunda, en su dolor, en sus sentimientos, que parece muy conmovedor”.

Lo anterior confirma que la investigación se limita a las capacidades y fortalezas de los comisionados, con un alcance investigativo de nivel descriptivo y observacional, el nivel más básico de una investigación académica. Si bien resulta honesta esta postura, no supera el nivel periodístico y menos logra la envergadura científica, metodológica y teorética necesarias para el esclarecimiento de la verdad del conflicto armado interno colombiano, así como tampoco logra la revelación de nuevo conocimiento para la reconstrucción del arsenal teórico de conflictos que propicie la no repetición.

En ese sentido, las recomendaciones de la Comisión de la Verdad son apenas intuitivas, no científicas ni teoréticas, y corresponden menos al producto de su propio trabajo que al de otras investigaciones individuales ya conocidas en el ámbito académico. Aunque sean acertadas sólo son intuitivas, llenas de lugares comunes y marcadas por el acumulado de consensos.

La multiplicidad de casos no agrega nada nuevo al acumulado de conocimientos sobre el conflicto colombiano. La experiencia particular, excepto en términos existenciales de cada víctima, no es necesariamente sinónimo de verdad, ni tampoco hay un camino de la experiencia a la verdad, por muy abundante que sea esa experiencia en cantidad de casos particulares. La verdad hay que construirla a partir de la experiencia, de manera metódica y sistemática con avances progresivos en la escala del conocimiento, pero no es la experiencia misma; la verdad no son los hechos crudos sin mediación de una interpretación, una tesis, una teoría, que es el aporte del investigador profesional.

El solo énfasis en la experiencia particular de las víctimas significa que la Comisión plantea un enfoque más moralizante que académico, más emocional que científico, orientado a lograr la reconciliación y la paz con un criterio más ideológico y efectista, y menos fundamentado en la producción de conocimiento nuevo y en la reconstrucción de los saberes teóricos y pre-teóricos propios del entorno social del conflicto.

De manera que los colombianos no deben sorprenderse con las limitaciones del informe final y no pueden esperar resultados ajenos al perfil intelectual de los comisionados y a su propio mandato. Esclarecimiento de la verdad por parte de la comisión no hay y no habrá, no sólo porque no existe investigación académica y científica de alto nivel intelectual y académico, sino también porque esa no era su misión.

Es comprensible esta deficiencia en razón a las características y fortalezas del grupo investigador, tanto como no puede esperarse la clasificación a un mundial de futbol de una selección nacional conformada por los dirigentes políticos más eficientes o por los mejores científicos sociales, por muy éticos que sean y por mucho que lleguen a esforzarse. La razón es sencilla: ese no es su oficio ni su fortaleza.

Una crítica constructiva al trabajo de la Comisión de la verdad es válida y necesaria, porque la verdad no puede ser retenida en el plano humilde e intelectualmente limitado del trabajo periodístico y de las bases de datos, de alcance estrictamente empírico y observacional, propio de un enfoque historiográfico positivista, aunque la comisión haya reducido esa pretendida verdad a la memoria de las víctimas, sin percatarse de la carga de tergiversaciones, prejuicios, odios y resentimientos que conlleva; y aunque esa verdad esté acompañada de grandes titulares en poderosos medios de comunicación, donde se asienta el poder.

La verdad no la revela un testimonio o una denuncia, aunque provenga de las propias víctimas o de sus victimarios. El cambio de paradigma del conocimiento, después del giro lingüístico y el giro pragmático en el pensamiento filosófico contemporáneo, abandona la filosofía de la conciencia y las posturas existencialistas heideggerianas para concebir la filosofía en términos controversiales y trascendentales.

Esta nueva perspectiva trasciende el alcance de la experiencia particular impulsada por la dinámica atomizadora de la modernidad para buscar una verdad con pretensiones de universalidad y validez, que integre explicación y comprensión de sentido, epistemología y hermenéutica, trascendiendo para ello el ámbito científico aunque no desconociéndolo, donde la comprensión es el saber fundamental y el sentido el concepto teorético básico, ahí donde la verdad alcanza expresiones más sutiles y sofisticadas de síntesis histórica.

Una perspectiva que interpreta la diversidad, pero también la unidad en la diversidad, donde se trascendentaliza el conocimiento como un mejor comprender y un mejor entender, en términos de la función pragmática del leguaje. Esto es lo que hace el pensamiento filosófico contemporáneo en lugar de concebir la verdad como simple opinión y entender la historiografía como una actividad limitada a la política de la memoria -que llega incluso a desarticular la historia misma como disciplina académica y como ciencia social-, postulados muy conocidos e incluso ya en decadencia del pensamiento dogmático posmoderno, crítico de la razón y antiteórico.

Asimismo, la historiografía positivista recalcitrante que las cifras frías y crudas de las estadísticas interpretan fue superada hace más un siglo por los pioneros del pensamiento historiográfico contemporáneo. Será válida para organizar una base de datos del conflicto, como lo ha hecho el Cinep por más de cincuenta años, incluso bajo la dirección del propio Francisco de Roux, pero no para construir conocimiento nuevo sin elaboración metódica y sistemática de verdades no epistémicas. Y el informe final de la Comisión de la verdad carece en absoluto -como era de esperarse y no debe sorprender a nadie-, precisamente de aportes de conocimiento nuevo sobre la violencia política y el conflicto armado interno.

En cambio, abunda en relatos conocidos, repetidos una y mil veces por anteriores comisiones de la verdad y en miles de tesis universitarias durante los últimos cincuenta años, que hablan de masacres, de la sevicia con la que los actores armados “matan, rematan y contra-rematan”, del abandono de estado, de la degradación de la guerra y del narcotráfico. Nada nuevo bajo el sol, el mismo discurso sobre violaciones de los derechos humanos conocido por la sociedad colombiana que los vive y los padece pero que no los comprende. Insiste además en el concepto tradicional de violencia política, de alcance puramente subversivo.

Pero de conocimiento nuevo para acercarse a la verdad nada, ningún producto intelectual de envergadura, ninguna tesis, ningún enfoque novedoso. Sin embargo, sorprende que sin mediar relación con el trabajo de investigación la Comisión pasa a opinar que la violencia política es producto de la polarización ideológica, por la que supuestamente los hombres se matan, y no de relaciones de poder y grandes intereses de riqueza, tierra y poder en zonas de conflicto. Una verdad que explica por qué en los conflictos armados internos y guerras civiles a nivel regional, nacional e internacional el ochenta por ciento de víctimas son civiles, inermes y ajenos a las hostilidades.

No obstante, el argumento de la polarización ideológica es perfecto para pontificar sobre la reconciliación y el perdón en términos religiosos, que siempre será bienvenido y merece respeto, pero que también esconde la carencia de conocimiento nuevo en términos teóricos y metodológicos. Con el agravante que para llegar a esas conclusiones se invirtieron 117 mil millones de pesos, una suma sin precedentes en la historia académica del país, exagerada e innecesaria para llegar a los resultados tan predecibles que enseña el informe final, y tan carentes de fundamento teórico.

La verdad es una construcción metódica y sistemática que debe evidenciarse en los hechos (lo fenomenológico, la experiencia, el ámbito descriptivo y observacional), fundamentarse científicamente (explicación en lo epistemológico propio de la ciencia) y justificarse en términos intersubjetivos y comunicacionales (la verdad como coherencia con pretensiones de universalidad y validez en lo hermenéutico, ético y estético referido a la comprensión del otro), tras remitirse y retroalimentarse en el mundo social de la vida (conocimiento trascendental en términos de la función pragmática del lenguaje, de un mejor entender y un mejor comprender), hasta alcanzar el nivel teórico con referencia a un mundo social inclusivo (la verdad no epistémica como sinónimo de verdad ontológica).

Como puede apreciarse, la verdad es la transparencia y la consecuencia de nuevos procesos de teorización, que se elaboran en el ámbito filosófico, donde se reflexiona y se analiza al más alto nivel intelectual. Con la salvedad que no hay un camino de la experiencia a la teoría; no por abundar en experiencias con dos mil volúmenes de testimonios y 28 mil entrevistas una investigación alcanza el nivel teórico, el fin más elevado y la meta perseguida de todo investigador. Esto se debe a que la verdad que se profundiza es, además de experiencia, creación, invención, no ficcional sino una invención entendida como síntesis del concepto a nivel del arte, producto de la reflexión y la ampliación de la sinapsis que realiza el investigador en su oficio. En el entendido que sólo se comprende a nivel teórico, o al revés, se teoriza porque se comprende.

La verdad teorética en la investigación historiográfica la construyen historiadores como Michelet, cuando acuña el concepto de “Renacimiento” y crea el concepto de “revolución burguesa”, o Norbert Elías cuando introduce la noción de “configuración social” y crea el concepto de “sociedad cortesana” y “sociedad burguesa”, o Fernand Braudel cuando crea el concepto de tiempo histórico de corto, mediano y largo plazo. Estos conceptos no se encuentran directamente en las experiencias, son invenciones, creaciones que surgen del proceso de investigación en su punto más alto cuando se alcanza metódicamente el nivel teorético.

Es duro admitirlo, pero las investigaciones del Centro Nacional del Memoria Histórica y de la Comisión de la Verdad en Colombia tienen grandes limitaciones intelectuales y académicas, sólo pueden ser respetadas como grandes bases de datos, primer paso importantísimo de la investigación académica para construir la verdad que el país espera, pero en ese nivel, el trabajo académico apenas empieza. Aún no hay avances suficientes para las opiniones y menos para recomendaciones sin marcar la diferencia entre el ciudadano y el investigador, aunque tales opiniones provengan de sus prestigiosos directores. Hablo con autoridad moral y académica sobre violencia política y la reflexión historiográfica con dos investigaciones de alcance teorético y universal: “Teoría General de la Violencia Política” (2017) y “Batalla por la síntesis histórica” (2020).

Conviene a los investigadores abandonar la simulación cultural, pues la verdad con pretensiones de universalidad y validez, sinónimo de producción de nuevo conocimiento a nivel teórico, tiene su propio peso específico, y sólo después de alcanzada esa consistencia de la investigación son válidas las opiniones y recomendaciones en los informes finales. La producción de conocimiento que conduce al esclarecimiento de la verdad es ajena al poder, al prestigio y a la autoridad; y esa verdad no necesita de barras bravas ideológicas para ser reconocida. Lamento decirlo, la verdad del conflicto no la esclarece todavía la Comisión de la Verdad.

 

 

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