¿Es posible un socialismo libre de egoísmos?

¿Es posible un socialismo libre de egoísmos?

Los socialistas son muy buenos repartiendo aquello que no poseen y, cuando tienen algo en cantidades específicas son reacios a distribuirlo equitativamente

Por: Juan Carlos Camacho Castellanos
diciembre 11, 2021
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¿Es posible un socialismo libre de egoísmos?

El socialismo, pese a haberse inspirado en las mejores intenciones y haber tenido por mentores tal vez a lo más selecto de la sociedad, no deja de constituir una grave amenaza para el nivel de vida y la existencia misma de una parte de la población actual
Hayek

Hay una excelente historia (o fábula) que describe con claridad la imposibilidad del sistema socialista; cuenta que se encuentran un furibundo socialista con un liberal y este le hace la siguiente pregunta: “¿Si tuvieras 2 casas y un vecino necesitara una, qué harías, la arrendarías buscando un beneficio o, según tu dogma, se la cederías?

El seguidor incondicional del sistema socialista responde inflándose de orgullo, “la cedería sin pensarlo, las cosas no son de quien las posee sino de aquel camarada que las necesita”. El liberal entonces le pregunta: “¿Si posees dos automóviles y tu vecino ninguno, cederías el vehículo adicional o lo colocarías a la venta con un sustancial beneficio?”. El digno seguidor del socialismo del siglo XXI se apresura a responder: “Lo entregaría, sin dudarlo, a mi estimado camarada”.

Al final el liberal le pregunta: “¿De contar con 2 gallinas en tu granja, si un compañero proletario necesitara esa gallina, la entregarías libremente o la venderías para obtener un beneficio económico? El camarada se queda callado y entra en una profunda reflexión. El liberal le espeta “Contesta, ¿qué harías?”, el progresista se queda en profundo y misterioso silencio.

El liberal le vuelve a solicitar una respuesta, a lo que, al fin, el digno seguidor de las ideas marxistas le contesta, “Es que ¿sabes?, dos gallinas sí tengo”.

Lo anterior demuestra que, en primer lugar, los socialistas son muy buenos repartiendo aquello que no poseen y, en segundo lugar, cuando tienen algo en cantidades específicas son bastante reacios a distribuirlo equitativamente.

Nuestro amigo podía entregar la casa y el automóvil que solo existía en un teórico proceso de análisis, pero cuando le tocaron sus intereses reales se dio cuenta que la gallina adicional sí le importaba como posesión y que, más allá de la utopía buenista del marxismo, la realidad es que aquello que poseemos es importante y valioso para nosotros.

Es aquí, en esta simple verdad, que el socialismo (progresismo, marxismo y cualquier sueño utópico de la izquierda) se cae, se desmorona; porque el ser humano, por naturaleza, es profundamente egoísta; y, aun cuando puede ceder en cierta medida a su egoísmo frente a la posibilidad cierta de ayudar a los demás por razones morales o por decisión ética personal (colaborar con una causa humanitaria o aportar un poco de su riqueza para salvaguardar la integridad física de un semejante), es muy probable que aquellos bienes económicos materiales que atesora sean muy preciados y, frente a la realidad, para él (o ella), sea imposible desprenderse de los mismos sin obtener un posible beneficio monetario.

Es aquí donde observamos a muchos “líderes” de izquierda que, viviendo en una grosera opulencia, exigen a los demás que se desprendan de su “riqueza” en pro del bien común, pero ellos, ni por asomo, se desprenden de sus Rolex o de sus vehículos de alta gama. Son muy buenos regalando lo que no poseen, pero muy avaros respecto a su riqueza personal.

Así vemos a los progres colombianos, como el sr. Petro luciendo calzado de marca, disfrutando de primera clase en vuelos internacionales y pasando temporadas de descanso en Europa, cuando el colombiano promedio tiene que usar calzado chino de bajo costo, viajar en buses y pasar el día de descanso en el atestado parque Simón Bolívar.

Ese tipo, como Gustavo Bolívar, que apoya a la primera línea, pero llega a su casa temprano cuando hay protestas porque a él lo llevan en camioneta blindada y con esquema de seguridad, mientras que el proletariado camina a sus hogares bajo la lluvia y con un frío aterrador colándose a sus huesos sencillamente porque, a los “pelaos del corazón” de la alcaldesa, se les dio por impedir la circulación del transporte público. Pero los privilegios de ser senador no los cambian y su tranquilidad es a costa de la intranquilidad del proletariado.

Los progres regalan lo que no tienen, expropian lo que no les pertenece (después de los impuestos la expropiación es la peor rapiña de un estado socialista) y disfrutan de groseros privilegios por “sacrificar” sus existencias para imponer un sistema justo frente a la horrorosa explotación del “neoliberalismo” y del monstruoso afán “capitalista” de los grandes y malévolos empresarios.

Pero, al final, después de cientos de experimentos socialistas inútiles, hambreadores, que han dejado sendas de cadáveres a la orilla de su triste recorrido se descubre que nuestra naturaleza es incapaz de aceptar esas ideas totalitarias y que la única forma de imponerlas es a sangre y fuego, rodeando las naciones de muros o destrozando poco a poco la dignidad con aparatos represivos que destruyen física y espiritualmente al ser humano.

En resumen, ya lo decía el gran Adam Smith (1723-1790): “No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero de donde cabe esperar nuestro almuerzo, sino de la atención a su propio interés”, y frente a esa afirmación los progres deben entender que sus ideales se estrellarán una y otra vez contra la egoísta naturaleza del espíritu humano.

Además, hay otro factor aún más poderoso, la simple semilla de libertad que germina en nuestros corazones cada vez que un tiranuelo (de cualquier lado) intenta imponer sus ideas sobre la simple razón del sentido común y del libre albedrío.

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