Entrega de armas
Opinión

Entrega de armas

Las fotos del libro de Univalle “Entrega de armas de las guerrillas del Llano” son las mismas del M-19, son las mismas de las Farc, es la misma manera cruel de encarar los conflictos en Colombia

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julio 16, 2019
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Entre el 9 de septiembre y el 21 de octubre de 1953, en los llanos orientales de Colombia se desmovilizaron y entregaron sus armas 1.470 guerrilleros, según el coronel Alfonso Saiz Montoya, Jefe Civil y Militar de los Llanos Orientales. Según Arturo Alape, seudónimo de Carlos Arturo Ruiz, líder guerrillero comunista que fue luego biógrafo de Manuel Marulanda, Tirofijo, los desmovilizados fueron 3.540 en los llanos y 6.500 en todo el país.

Ese proceso de paz y esa desmovilización gigantesca para la época, se concretó a comienzos del gobierno del Excelentísimo Teniente General Gustavo Rojas Pinilla, quien había asumido el poder de modo reticente el 13 de junio de ese año, luego del golpe de estado a Laureano Gómez. Para pacificar un país que se desangraba en una violencia partidista sin tregua, después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1947, Rojas ofrece inmediatamente llega al poder una amnistía general en el Decreto 1546 de 22 de junio de 1953, con garantías de respeto por la vida y ofrecimiento de ayudas a quienes entregaran las armas. Las negociaciones se habían venido haciendo desde antes, sin éxito, descalificadas siempre por el gobierno conservador, que había llevado al llano a convertirse en una zona de conflicto con grupos guerrilleros liberales independientes, con distintas agendas, diseminados por todas partes. El nuevo gobierno, con todo y que era una dictadura militar, contaba sin embargo con el respaldo del grueso del mundo político, lo cual produjo el milagro de la desmovilización.

Solo en los llanos orientales hubo diez ceremonias de entrega, registradas en fotografías recopiladas por Germán Guzmán Campos, párroco de El Líbano, Tolima. Todas iguales. Los guerrilleros, campesinos llaneros pobremente vestidos, de pistola al cinto, rodeados de oficiales del ejército. Entre ellos, su líder, Guadalupe Salcedo, una figura morena, esbelta, de bigote y sombrero, que recuerda irremediablemente a Carlos Pizarro.

 

Comandantes que se entregaron: Eduardo  Fonseca Galán y Carlos Roa Carreño

 

 

El cura Guzmán es todo un personaje. Nombrado en representación de la Iglesia Católica como miembro de la Comisión de Paz integrada por la Junta Militar de Gobierno, que reemplazó a Rojas Pinilla, cuyo fin era investigar las causas y situaciones de la violencia en el territorio nacional, viajó durante cuatro años por todo el país recogiendo testimonios y documentos sobre el conflicto armado que fueron el material para el libro clásico La violencia en Colombia, 19 de sus 27 capítulos escritos por él. Gracias a ese trabajo fue elevado a la dignidad de monseñor por Su Santidad el Papa Juan XXIII quien lo nombró como su camarero secreto. Dedicado a la cátedra universitaria muere en México en 1988, como laico, casado primero por lo católico, con dispensa especial, con una señora caleña, y luego por segunda vez, con una señora costeña.

Allá a México fueron a dar todos los archivos que había recopilado, pues la famosa comisión investigadora, presidida por Otto Morales Benítez no produjo ningún informe escrito. Luis Carlos Castillo, Alberto Valencia y Francisco Ramírez, profesores titulares de la Universidad del Valle, de Cali, con la colaboración de la universidad de Texcoco, México, digitalizaron, analizaron y clasificaron esos archivos, que acaban de ser publicados en el libro Entrega de armas de las guerrillas del Llano. Sep.-oct. 1953 por el Programa Editorial de Univalle, con un análisis explicativo del profesor Valencia.

Lo que llama la atención de ese rescate gráfico y documental, y de ese análisis, es la manera casi cruel como se repiten y no se solucionan los conflictos en Colombia, con el mismo procedimiento macabro: un conflicto social, convertido en conflicto político, transmutado en rebelión armada, reprimido militarmente, que ante la imposibilidad de suprimirlo termina en un acuerdo de paz, en una ley de amnistía y compensaciones, que poco se cumplen y dan origen a otro conflicto.

¿Será que esta vez nos hemos librado de esa noria, que da vueltas y vueltas sobre el mismo punto muerto? Nos han de contar los sociólogos las relaciones que existieron entre esa desmovilización de las guerrillas de hace 66 años y el surgimiento de las Farc en 1964 en Marquetalia, Tolima, como una guerrilla campesina, y el de tantos y tantos grupos guerrilleros, casi en su totalidad de origen rural, casi en su totalidad como respuesta armada a un problema irresuelto de presión por la tierra, casi en su totalidad sin la respuesta prometida del Estado en sus acuerdos de paz.

Si la vida se repite en círculos, como decía Úrsula Iguarán en Cien Años de Soledad, al ver la repetición de las tragedias familiares a través de las generaciones de Buendías, es inevitable pensar lo mismo al ver cómo se parecen las fotografías de la entrega de armas de las guerrillas del llano, a las de la entrega de armas del M-19, a la de la entrega de armas de las Farc: siempre desarmados, siempre en la lucha, como una maldición de una sociedad que no ha sido capaz de verse así misma en esas fotografías amarillentas y desoladas.

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