Por fin se anunció lo obvio: el presidente Santos no iba a tener la grandeza de olvidarse de su reelección para dedicarse a la paz. Como buen colombiano, aprovechó el papayazo que heredó de Uribe, quien debe estar que se pega un tiro por haber cambiado la Constitución para reelegirse solo él, y nadie más. Hoy, una lectura del país deja entrever que la única elección es entre Santos y Uribe, porque Zuluaga deja ver claramente que es el nuevo "Uribito". Para quienes escuchamos sus declaraciones a raíz del anuncio del presidente Santos, sin verlo en televisión, la confusión fue obvia: ¿Quién habla? ¿Uribe?
Y aquí es donde es necesario recordarle al país que existe el "voto en blanco". De acuerdo con las últimas encuestas, un voto que hoy le gana a todos los candidatos incluyendo al presidente Santos. Aunque el país siempre ha despreciado el valor del voto en blanco, es hora de entender y valorar su expresión. El voto en blanco manifiesta la insatisfacción ciudadana; y hoy, esa equivale a un tercio de la población potencialmente votante que quiere algo distinto a los actuales candidatos. Ni les gusta la propuesta Uribe —más guerra, seguridad democrática, confianza inversionista, Carimagua, etc. — ni tampoco quieren otro período de Santos.
Nunca se había visto algo semejante en Colombia, y por eso, le llegó la hora a otra alternativa —una sola— y no millones de ellas como se ve hasta el momento. Es claro que si los candidatos que plantean 'ni Uribe ni Santos' siguen dispersos, dividirán los votos y solo lograrán reafirmar esa inconveniente dicotomía. A Colombia le sobran demócratas que están cansados de esta nueva versión de bipartidismo que ha generado tantos problemas en el país, esa que hoy se presenta en su peor forma, la escogencia entre la guerra o la paz. ¡Qué horror!
Más que nombres notables o ilustres que entren a la palestra, lo que se requiere es agrupar todas esas tendencias que se apartan de la receta del establecimiento, y con creatividad, por fin abran la puerta a otra opción política, más moderna, más democrática, y por consiguiente, incluyente. Una opción sin ese clientelismo, nepotismo, corrupción, egoísmo y demás ismos que caracterizan a la política tradicional, hoy representada tanto por el presidente Santos como por Zuluaga, o mejor dicho, por el nuevo "Uribito".
No se presentará fácilmente otra oportunidad igual para cambiar este escenario cooptado por los cacaos del país, por esa elite que nace con el destino señalado, que se reparte la riqueza nacional como si toda Colombia fuera de ellos. Ese establecimiento que no se cuestiona; que excusa las malas prácticas de sus representantes, que aunque planteen ideas distintas, a la hora de la verdad, se abrazan en esa convivencia que les ha permitido repartirse nuestro país.
Pero… para que una verdadera alternativa política tenga chance, se necesitan cosas muy escasas en Colombia. Primero, debe plantear ideas modernas, novedosas —esas que en otras latitudes están en proceso—, y que permitan demostrar que la nueva alternativa no quiere regresar al pasado sino avanzar con pie firme hacia el futuro. Segundo, un grupo sin egos, que también sobran este país que crea ídolos con mucha facilidad para después descolgarlos. Tercero y tal vez lo más importante, una alternativa con gran generosidad, que piense mucho más en lo que le conviene al país como unidad y no a personas individuales por estrellas que sean. Finalmente, sin duda, una alternativa con capacidad de convocatoria, para que realmente se logre vencer esa odiosa dicotomía entre o la guerra o la paz. Hoy de verdad se abre la gran posibilidad de que florezca una alternativa política distinta, una que satisfaga las expectativas no solo del 30% de personas que no encuentran respuestas adecuadas a sus expectativas sino del 100% de los colombianos, estén donde estén.
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