Entidades Oscuras (El Inicio)

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Lucifer buscaba pruebas irrefutables para demostrar la negligencia y falta de interés del Todopoderoso hacia ellos: «sus hijos abandonados»

Por: Nery Galué Leal
marzo 08, 2022
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Entidades Oscuras (El Inicio)
Foto: Pixabay

Capítulo I
LA GRAN CONSPIRACIÓN

Con el transcurrir de los tiempos, Lucifer, tras sus incesantes reproches y búsqueda de pruebas irrefutables para demostrar la negligencia y falta de interés del Todopoderoso hacia ellos: «sus hijos abandonados», había logrado ya que gran parte de las huestes celestiales superiores se anexaran a su ideología.

─¡Yo les diré quién es el Padre! ─habló Lucifer con voz vibrante al Gran Magistrado Celestial. Cientos de ángeles y otras entidades superiores allí presentes le apoyaban apasionadamente creando una barrera alrededor del gran podio circular y blanquecino donde él se encontraba mientras otras hacían caso omiso a sus palabras plantándose frente a los nueve sabios, jueces de la creación, apoyando ambas manos sobre los pomos de sus respectivas espadas, atentos a lo que suponían acarrearía otra rebelión.

─El Padre no es más que un egoísta y caprichoso ser que cuando se antoja de algo, debemos correr y hacer lo que nos pida para que pueda sentirse complacido y mimado ─expuso con ira en sus ojos a la vez que expandía sus alas moteadas de plumas negras─. Pero ¿qué pasa si no lo obedecemos? ¿Qué pasa cuando este capricho no es concebido?

Lucifer bajó entonces lentamente del podio y, con sumo aire de prepotencia, caminó y se posó frente a Miguel.

─Tú, Miguel ─habló con sarcasmo─. ¡Oh, ferviente guerrero seguidor de una doctrina vacía, egoísta, mentirosa y maliciosa! ¡Tú, que has liderado todas las batallas divinas representando el nombre del Padre ante aquellos que osaban decir que estaban cansados de un totalitarismo al cual no obedecerían más! Dime, en todos estos tiempos, ¿el Padre se ha aparecido ante ti para agradecértelo?

Miguel permaneció en silencio dejando escapar únicamente un suspiro en desacuerdo. Sus ojos azules centelleaban con fulgor y la ira ardía en él como llama devoradora. Sus alas níveas permanecían siempre plegadas, pero de vez en cuando sentía la necesidad de abrirlas para sacudir su enojo. Era un arcángel sumamente fiel al Padre y las palabras hostiles proferidas por su hermano le traspasaban los tímpanos como veneno y herían en gran manera.

─¡Oh, Miguel, Miguel! ─exclamó Lucifer dejando caer un poco sus alas─ Todos ustedes aquí me conmueven ─dijo mientras caminaba a paso lento, alejándose de Miguel, y observando el rostro de cada uno de los presentes─; en verdad siento tristeza al ver tanta devoción hacia un mal padre que abandona a sus hijos para irse de holganza y luego regresar con solo reglas y edictos. ¿Es que acaso no lo ven? ─inquirió con voz tonante a la vez que detenía su caminar.

Lucifer era inmensamente poderoso. De todos los seres divinos, él era el más perfecto y el más audaz luego del Padre mismo. Aquel estatus de poder obligaba a muchos a encontrar algo de verdad en sus palabras. Sin embargo, Miguel, Gabriel, Rafael, Uriel, Samuel y Zadkiel se mantenían firmes en su devoción al Padre Universal; lo que irritaba al insurrecto cada vez más.

─¿Es que acaso no lo ven? ─preguntó nuevamente buscando los ojos cerúleos de Miguel.

Los ojos de Lucifer relampagueaban y sus manos hacían puños una y otra vez enfatizando su aversión a la devoción y lealtad que muchos de los allí presentes aún tenían hacia el Creador. Especialmente la de Miguel.

─¡Yo he estado aquí desde el principio del tiempo! ─expuso señalando hacia el norte; hacía nueve mundos que flotaban en el palio fosco del universo y luego miró en torno una vez más para dirigirse a los nueve sabios que conformaban al Gran Magistrado Celestial─.

Cuando Él nació, yo nací. Yo he escrito la mayoría de los manuscritos sagrados que hoy en día, ustedes ancianos, protegen y alaban con tanta devoción. ─Se cruzó de brazos y los apoyó sobre su peto rúbeo recamado de pedrería fina; orlado en cada extremo por borlas negras─. Yo he sido tanto un padre como él ─dijo encolerizado y señalando nuevamente al infinito ─. Pero yo sí hablo con ustedes ─habló con voz sosegada a sabiendas de que debía mantener la calma si quería ser escuchado y tomado en cuenta como adalid.

─¡Pues sí, mis hijos! ─expresó dulcemente mientras le acariciaba el mentón a un querubín que le escuchaba y seguía apasionadamente─. Todos ustedes son tan hijos míos como de Él, pero a diferencia de al que tanto le imploran volver, yo nunca los he abandonado. Siempre he estado aquí con ustedes, por lo tanto, no tengo por qué mentirles con respecto a esto. Lo que digo, no lo digo por mí, lo digo porque me preocupo por el amor mal correspondido al que ustedes lamentablemente se encuentran sometidos y esclavizados. Yo he sufrido demasiado y aún lo hago cuando los veo llorar y rogar por él.

Lucifer caminó entonces hasta donde otro hermoso querubín dejaba escapar una lágrima para luego, con su dedo, recogerla y mostrarla a todos los presentes.

─Yo no quiero esto ─señaló mientras giraba en torno para exponer la gota derramada─. Yo he presenciado el nacimiento de cada uno de los aquí presentes. Yo te vi nacer, querubín ─le susurró al oído y luego lo besó en la frente─, y por eso les digo que mi amor para con ustedes es verdadero. Así que, ¿quién de ustedes puede decir que ha visto al Padre más que a mí? ─preguntó a uno de los sabios. Pero en vista de que ninguno le respondió, giró su rostro para dirigirse nuevamente a la miríada de ángeles que le seguían.

─¡Nadie! ─respondió con voz tonante─ ¡Nadie puede decir que lo ha visto más que yo, pues ni yo mismo me acuerdo de cómo es Él!
Y mientras el ángel de cabello negro y sedoso hasta la cintura proseguía con sus argumentos, Miguel sufría la impotencia de no poder enfrentarlo. De antemano sabía que ni con la ayuda de los otros arcángeles podría vencerlo. Para él, Lucifer era una constante irritación que había tenido que soportar por eones, pensando que solo se trataba de malcriadeces y ego sobrevalorado del hijo primigenio del creador de todos los universos.

─¡Serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles, ángeles y ancianos, todos ustedes son amados por mí! ─enumeró Lucifer dirigiéndose nuevamente al Gran Magistrado Celestial─, por eso y para evitar esta tortuosa y egoísta actitud de nuestro querido Padre, de ir y venir cuando le plazca, de atendernos y desatendernos cuando quiere ─y aquí hizo una leve pausa. Luego prosiguió─, yo he decidido llevar a cabo un cambio.

Y habiendo dicho aquellas palabras, un silencio agobiante asoló a todo el reino celestial que preocupó en gran manera a los sabios y a los seis arcángeles.

─En vista de las constantes ausencias y falta de preocupación e interés de nuestro querido Padre, yo he decidido tomar el mando de todos los universos existentes y autoproclamarme el nuevo rey.

Los ancianos, que habían sido dispuestos en sus venerables lugares por el Padre mismo para salvaguardar el orden en el reino de los cielos y tomar decisiones importantes durante su ausencia, se pusieron de pie ante aquella osadía y los arcángeles desenvainaron sus espadas y se plantaron frente al traidor para impedirle el paso al trono.

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