Enterrar un crimen
Opinión

Enterrar un crimen

Ninguno de los criminales que han tratado hasta la saciedad de justificarse podrá superar al ficticio de Dostoievski: Rodia Romanovich Raskolnikov. Una lección

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diciembre 11, 2018
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Posiblemente el asunto moral más inmediato de cualquier criminal es la justificación de su crimen. Por supuesto, la justificación es solo una forma de ocultamiento; un criminal será solo tan exitoso como su capacidad de justificar su conducta. De esta forma y en principio, podrá garantizar no ser sometido -y paralizado- por los remordimientos personales y así evitar la primera y más puntual condena: una conciencia incendiada. Aunque la búsqueda de justificación a nuestras conductas nos es común a todos, en el criminal opera de una forma más sofisticada y funcional: es su deber explicarse las razones que lo apartan del contrato social invisible; por eso le resulta tan atractivo -y necesario-, tergiversar la ley -al interpretarla de manera interesada- o inventar -para sí y para sus víctimas- su propia legislación; un mundo sometido a su voluntad.

A pesar de que en nuestra cotidianidad sobran los ejemplos de criminales que han tratado hasta la saciedad de justificarse, quizás ninguno podrá superar al dolorido criminal ficticio inventado por el magnífico escritor ruso del siglo XIX Fiódor M. Dostoievski: Rodia Romanovich Raskolnikov, en la magistral obra literaria Crimen y Castigo, es un joven estudiante apurado por sus deudas y  mortificado por su herida condición social y familiar, quien decide matar a una anciana usurera (para encontrar algo de solaz económico y remediar su imaginado porvenir) de una forma tan perversa como contundente: el golpe brutal y repetido de una afilada hacha.

No obstante, la trayectoria criminal de Raskolnikov no comienza con la perpetración del crimen. Años atrás, el ávido estudiante ya había escrito un curioso texto publicado en un periódico de San Petersburgo, en el cual sugería -al parecer de forma profética y calculada- que existen dos tipos de seres: los vulgares u ordinarios, a quienes les era obligado, sin excusa o reparo, obedecer la ley dada su normalidad e irrelevancia y los “elegidos” o extraordinarios, aquellos a quienes la historia les deparaba un lugar especial y a quienes les estaba permitido, en aras del progreso de la humanidad, darse su propia ley. Es evidente, que en su delirio, Raskolnikov pensaba que pertenecía a esta última categoría.

 

 

En nuestros días, es común encontrar este tipo de “seres” extraordinarios,
quienes creen que su protagonismo histórico
los excluye del cumplimiento de la ley y los blinda ante la justicia de los demás

 

 

La teoría criminal de Raskolnikov, siglo y medio después, parece estar más vigente que nunca. En nuestros días, es común encontrar este tipo de “seres” extraordinarios, quienes creen que su protagonismo histórico -y el de su séquito-, los excluye del cumplimiento de la ley y los blinda ante la justicia de los demás. En sus palabras de defensa -escojan ustedes el ejemplo- ante cualquier sospecha o acusación, parecieran regodearse  en la vanidosa idea de una impunidad inagotada, originada por el simple hecho de ser ellos y no otros. Ellos. La justificación y ocultamiento del crimen, inicia en una versión desproporcionada que tienen de sí mismos, alimentada tristemente, por cientos de miles de crédulos que confunden criminales con mesías.

Los días de Raskolnikov se convirtieron en un infierno, los rastros dejados por su imprudencia y delirio, empiezan a perseguirlo hasta cercarlo y mancillarlo. Entre más próximo estaba a ser descubierto, más echaba mano de su aparatoso mecanismo de defensa: la justificación. No obstante, es la aparición de un ser reclamado de pureza genuina y ruinosa pobreza -la menuda y bella Sonia- quien lo convence de la única alternativa posible y justa: la confesión del crimen. Raskolnikov no era un buen criminal, algo le quedaba de ordinario, de común y de mundano y esa -y no otra- fue su salvación. Los buenos criminales jamás confiesan.

Una probable lección que trae la obra de Dostoievski, es que la anticipación posible de un criminal y de sus crímenes, es la peligrosa y desdichada percepción que un hombre tiene de sí mismo. Debemos entonces todos prestar atención a esos hombres convencidos de ser todopoderosos e intocables, que buscan a toda costa incrustarse en la historia de nuestra sociedad, incluso a pesar de las evidencias de sus crímenes. Seres desdichados a quienes la conciencia dejó de funcionar y a quienes debemos, de vez en cuando, susurrarles al oído su más ominosa verdad: ¡fuiste tú, criminal!

@CamiloFidel

 

 

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