En los toques de queda en Bello se toca Beethoven y Vivaldi

En los toques de queda en Bello se toca Beethoven y Vivaldi

En medio de la realidad del municipio se escuchan voces de niños y jóvenes resilientes que ya sueñan con ser contrabajistas, violinistas y cantantes profesionales

Por: Daniela Ocampo Sánchez
septiembre 02, 2019
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En los toques de queda en Bello se toca Beethoven y Vivaldi
Foto: Luis Fernando Ramírez - @luismile_photo

Son tal vez las 8:00 de la noche. Voy en un bus camino a Bello. Me pregunto cómo llegaremos y qué tan seguro será regresar. Sentada al lado de la ventanilla, me distraigo por un rato viendo las calles, la gente y los lugares oscuros que se perciben en nuestro paso por esta ciudad.

Regreso poco a poco al interior del bus y me van envolviendo las voces y risas de los chicos. Escucho cómo se ríen y cómo hablan entre sí. Algunos están tan felices que gritan y tratan de pararse de sus asientos. Soy la única persona adulta aparte del conductor; debo ser responsable y exigirles que se comporten, tomen asiento y se calmen. Sin embargo, decido quedarme quieta, sólo por un momento.

Algo llama mi atención, es inevitable no escuchar, es inevitable no dejarse cautivar por lo que allí está pasando:

—¿Les gusta más la solista de Luisa Fernanda o la de hoy?

—¡A mí me gustó más la de Carmen!

—¡Sí! ¡A mí también!

—¡A mí no!

—¡Tú no puedes decir nada porque no estuviste en ese montaje!

Me volteo disimulada para reírme entre dientes. ¡Están hablando de ópera! Son niños, no superan los 16 años, el más pequeño tiene 8 y es el que más habla. Me sonrío y pienso ¡increíble! Es sábado en la noche, estos chicos vienen de una semana fuerte de ensayos, mañana deben madrugar para la función y solo hablan de música.

Mientras siguen en su discusión sobre las óperas y zarzuelas en las que han cantado y cuáles son sus cantantes favoritos, miro hacia atrás y veo a las dos niñas más juiciosas del grupo. Están calladitas y una de ellas tiene dolor de cabeza porque sus otros compañeros están hablando un poco fuerte.

Me acerco y le pregunto si está bien, me dice que efectivamente está aturdida. Le pido al grupo que se calme y baje el volumen para que ella se recupere. Me siento a su lado y comenzamos a conversar. Ella con su vocecita diminuta, me cuenta que ya su mano ha crecido un poco y que ahora sí está lista para tocar con su viola 4/4. Me mira con sus ojos brillantes y orgullosos.

En medio de tantas emociones miro un poco más atrás y me encuentro con uno de los chicos más grandes. Ya es todo un líder. Le hago una seña con los ojos para que me ayude a manejar al grupo y lo primero que recuerdo es su emoción al contarme ese mismo día en la tarde, que su profesor de contrabajo le puso el reto de tocar el L'estro Armonico opus 3, número 9 de Vivaldi. En noviembre debutará como solista. Es un niño como cualquier otro, pero él habla de Vivaldi.

El bus sigue andando. Me siento en una pequeña burbuja llena de niños, siendo niños. Cuando por fin se calman y puedo pensar, me doy cuenta que eso de lo que tanto hablan, no sólo lo hablan con conocimiento del tema sino como si ya hiciera parte de su cotidianidad, como si fuera lo más normal del mundo. Algo está pasando.

Nos adentramos cada vez más en la vereda. Las calles se vuelven más pequeñas y cada vez se hace más tarde. Mientras voy entregando los niños a sus padres, otros me van contando que deben preparar sus vestuarios para el día siguiente y que no saben si los nervios los van a dejar dormir.

Yo solo me sonrió, les hago más preguntas para que me cuenten más. Escucharlos con tanta emoción y expectativa me hace sentir que estamos en otra dimensión que se transporta en medio de una de las ciudades más peligrosas de Colombia, en la que cada día mueren personas inocentes, de bien, y a quienes tal vez se les negó la oportunidad de descubrir nuevos mundos y posibilidades.

Entre los toques de queda y las balaceras, hay un rinconcito, entre las montañas, donde se habla de Beethoven y se toca Vivaldi, donde ya se ven violines al hombro y dónde la música ya está haciendo de las suyas. 

Sí, sigue siendo normal escuchar que los jóvenes en Bello quieran ser como los jefes de las bandas, pero en medio de esa triste realidad también se escuchan voces de niños y jóvenes resilientes que ya sueñan con ser contrabajistas, violinistas y cantantes profesionales. Es difícil creer que el estigma bellanita se esté transformando y es tal vez más difícil imaginar que los protagonistas de este cambio no tengan más de 16 años.

Pero es cierto. Los referentes sociales están cambiando, poco a poco, los niños y niñas se están empoderando con la hermosa excusa del violín. Los “duros” son realmente sus maestros y los músicos de las orquestas de su ciudad, de Colombia y las más importantes orquestas en el mundo, no los muchachos de las motos. El sueño de ser la novia del jefe se apaga cada vez más, pues es más grande el ideal de invertir en sí mismas, en su talento y en sus capacidades para crear sus propios proyectos de vida, ya sea en la música o en otras áreas de trabajo.

Quizás tú has pasado a su lado o los has visto en concierto. Puede que uno de ellos sea tu amigo, vecina, primo, sobrina, nieto o compañera del colegio. Si los conoces, tienes la fortuna de ser testigo de una nueva generación de pequeños grandes héroes que están cambiando la historia de Bello con sus propias manos y voces. Para ellos los imposibles no existen.

El recorrido va llegando a su fin. No quiero bajarme de este bus. Quiero ser niña otra vez.

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