En Hollywood el suicidio se ha convertido en muerte natural

En Hollywood el suicidio se ha convertido en muerte natural

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agosto 12, 2014
En Hollywood el suicidio se ha convertido en muerte natural

La historia de los suicidios de las estrellas de Hollywood empieza el 20 de septiembre de 1920 cuando un despreocupado botones de un prestigioso hotel parisino, cansado de tocar en la Suite Real sin que nadie le abriera, tomó su llave maestra, abrió la puerta y encontró, sobre una cama de plumas de ganso, el cuerpo sin vida de Olive Thomas, una de las actrices más importantes de la época y catalogada por el pintor Harrison Fisher, quien hiciera un retrato suyo completamente desnuda, como “La mujer más bella del mundo”.  Tenía 26 años y estaba en el pináculo de su carrera. Tenía dinero, fama, prestigio y el corazón del codiciado galán Jack Pickford, con el que se había casado recientemente  ¿Qué podría haber motivado el suicidio de esta mujer, consentida por la vida, justo el día de su luna de miel?

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Olive y Jack, la pareja ideal de luna de miel en París.

Hurgando entre las sábanas de seda se encuentra la ropa sucia. Olive se había tomado ese frasco de bicloro de mercurio que aún aferraba entre sus manos cuando fue encontrada muerta, después de durar dos días buscando, en el underworld  parisino, un jíbaro que le vendiera la dosis mínima de heroína que necesitaba su adicto marido para poder vivir. Desesperada, al no encontrar la droga, prefiere quitarse la vida a tener que darle la mala noticia a Jack; ella sabía lo rudo que podía ponerse si no encontraba la aguja hipodérmica llena en su mesita de noche.

En aquel septiembre infausto otra estrella comete suicidio: se trata de Bobby Harron, el sensible muchacho que había deslumbrado al mundo entero en Intolerancia, la obra maestra de D.W. Griffith y que al verse desplazado por su mentor y maestro decide pegarse un tiro. Tenía 23 años.

Con unas tijeras de oro y haciéndose un particular harakiri, acabaría sus días el cómico Max Linder, cansado de que la fama de Chaplin,Buster Keaton y Harold Lloyd eclipsara su estrellato. Era 1925 y Hollywood se bañaba en piscinas de champaña. La coca circulaba en las fiestas como la arena en una tormenta en el desierto. No había límites para las estrellas quienes alumbraban con fulgor incandescente los desquiciados años 20. Pero llegó el infausto 1928 y dos cataclismos destrozarían al viejo Hollywood: uno, el menos grave, fue la caída de la bolsa de Nueva York. El otro significó un pequeño apocalipsis: Se crea el cine sonoro.

Entonces  galanes indiscutibles como John Gilbert se ven desplazados ante el nuevo invento. Gilbert era el Brad Pitt de la época, las mujeres se volvían locas por él y había poseído a esa Hécate llamada Greta Garbo. Pero llegó el sonido en las películas y su sueño terminó. Verlo hablar sobre el lienzo de plata con esa voz chillona, afeada por los técnicos que se prestaron por el sabotaje perpetrado por Louis Mayer, productor y Dios de Hollywood, hicieron que en un par de años su carrera estuviera en el tacho de la basura. Sin el alma en el cuerpo decide iniciar una larga y terrible carrera hacia la muerte bebiéndose hasta los caros perfumes que alguna vez había comprado.  Fue encontrado muerto el nueve de enero de 1936 por una deliberada intoxicación alcohólica.

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John Gilbert: beber hasta que se acaben los días.

Gilbert no sería el único que optaría por tomar la salida de emergencia ante el advenimiento del sonoro. Se cuentan por docenas las estrellas del cine mudo  matarse antes de enfrentarse con el rechazo y el olvido de su público. Entre 1930 y 1945 35 estrellas del silente cometen suicidio ante la mirada indiferente de los judíos dueños de las grandes productoras quienes se atenían a encogerse de hombros y a murmurar entre dientes “Quien los manda a tener voces tan chillonas”.

 Hubo actrices, entre las que se cuenta la hoy completamente olvidada Peg Entwistle, otrora vampiresa del celuloide y objeto del deseo de todo un país, que con la amargura empozándosele en el estómago decide subir hasta el legendario letrero de HOLLYWOOD y saltar desde la letra D. La recordamos hoy porque fue la primera que comenzó con esta modalidad de suicidio. Seis actrices más se vengarían del Star System lanzándose al vacío desde uno de sus símbolos más representativos.

Lupe Vélez fue la primera actriz latina que consiguió el éxito en esta Babilonia. Su papel en El gaucho junto a Douglas Fairbanks, la consagraría como una Femme fatale. Lupe, atrevida y salvajemente sexi, se entregó con desenfreno a los placeres de la carne. Sus amantes se cuentan por centenas y en la larga lista de famosos que pasaron por su lecho están  Gary Cooper y  Johnny Weismuller, campeón olímpico de natación y convertido, por obra y gracia de Hollywood, en el Tarzán más famoso de todos los tiempos. El caso es que el brillo de Lupe se apagaría en un par de años y súbitamente pasó de protagonizar películas clase A, a hacer pequeños papeles en películitas de monstruos por las que nadie pagaba una entrada. Sus conquistas también bajaron de caché, ahora se conformaba con cualquier actor de reparto, extra o mensajero; eso sí, siempre se las apañó para mantener su camita llena.

Un día, a sus 35 años, Lupe descubre que está embarazada. Como buena mexicana era una fervorosa católica a la que le horrorizaba la idea de abortar ni traer o traer al mundo un niño sin padre. Le propone a su novio, un gigoló profesional 12 años menor que ella, que contraigan nupcias, el tipo no le hace caso y le dice que él no va a perder su vida uniéndose a una sensual abuelita.

Así que Lupe, agobiada por las deudas y el olvido, decide hacer un festín de comida mexicana y tequila en su decadente mansión. Llegan los invitados y después de tres días de rumba desenfrenada Lupe le ordena a su mayordomo que despache a los gorrones. Se queda sola en la casa e ingiere la caicediana dosis de 70 seconales.  Se acuesta en su cama, se queda dormida y a la mitad de la noche se despierta. Los irritantes chilaquiles no combinan muy bien con los somníferos, así que vomitando corre hasta el baño  con el firme propósito de salvarse, con tan mala suerte que resbala y se pega en la cabeza contra la bañera.  Privada por el golpe se ahogaría en su propio vómito.

Con pastillas también murió, en 1962, Marilyn Monroe, la rubia de insultante belleza que estaba cansada ya de los oropeles del Hollywood Babilonia, como bien definiría ese antro el satanista Kenneth Anger. Un año después de la muerte de la Diva, el que decide partir es el actor mexicano, compinche de John Wayne y hombre de confianza de John Ford, Pedro Armendariz. Aquejado por los múltiples dolores que le proporcionaba un cáncer terminal se pega un tiro en la sien. Tenía 47 años.

En los años setenta, década feliz para los directores, los famosos estaban muy ocupados entregándose de lleno a la coca, los ácidos y la heroína. Sin embargo no hubo suicidios significativos, ni tampoco en los años ochenta y noventa en donde sólo deciden morirse los actores de reparto y una que otra estrellita de televisión.

Pero el nuevo milenio entraría con fuerza cargando la desesperanza del fin de la era del acuario a cuestas. El primer remesón duro ocurre en el 2008 cuando el joven Heath Ledger se deja seducir por la diosa de la muerte e ingiere una dosis mortal de barbitúricos. El actor venía aquejado de una larga depresión producto del dolor que le supuso el divorcio de su esposa, la hermosísima actriz Michelle Williams y según declaraciones de su padre, la investigación en la que se sumió para darle vida al mejor guasón de la historia (Y por el que a la postre terminaría ganando un Óscar, aunque póstumo), terminó devastando su salud mental, hasta el punto de que Ledger llevaba semanas sin poder dormir antes de su muerte. Tenía 28 años y la gloria por delante.

El inmortal Guasón

El inmortal Guasón

Trágica también resultó la muerte del gran Tony Scott ocurrida en el 2012. Disminuido por un cáncer, el genio detrás de The anger, tomó la agria decisión de saltar desde un puente en Los Ángeles antes de verse reducido a una cama en un hospital.

Y ayer nos enteramos del camino que emprendió Robin Williams después de no soportar más a los demonios que lo devoraban por dentro. Como Pagliacci, su alegría sólo era para el público. Tenía que estar muy mal nuestro marciano favorito para emprender el viaje a la eternidad de la manera más dolorosa y siniestra: asfixiándose.
Lo que queda comprobado con esta historia es que la fama es una codiciada y traicionera Diosa que si no se sabe tratar termina devorando a sus propios hijos

Otros nombres de famosos que se quitaron la vida:

Jean Seberg

Romy Schneider

Hervé Villechaize

Wyatt Knight

Marilyn Monroe

Jean Seberg

Judy Garland

Margaux Hemingway

Pedro Armendáriz

Alan Ladd

Tony Scott

Heath Ledger

Lupe Vélez

George Sanders

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