En Boyacá clases sí, pero no así

En Boyacá clases sí, pero no así

"Privilegiar la salud y el bienestar de toda la comunidad educativa no indica otra cosa sino respeto por la vida de cada uno y de todos"

Por: MAURICIO TOLOSA SOLANO
julio 28, 2020
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En Boyacá clases sí, pero no así

La mayoría de rectores y docentes exigen a las alcaldías y secretarías de educación, a las uniones temporales y las ARL, al Ministerio de Educación Nacional y al gobierno que para retomar las clases presenciales y en alternancia deben cumplirse sin atenuantes todos los protocolos de bioseguridad y ofrecerse, por y para la comunidad, las suficientes garantías que permitan reducir los riesgos. Un acto de responsabilidad, coherencia y dignidad.

El privilegiar la salud y bienestar de la población estudiantil, de los padres de familia, de los docentes, del personal de servicios generales, de administrativos y demás no indica otra cosa sino respeto por la vida, de cada uno y de todos. Un acto de unión. Un hecho contrario al cruel y delirante manejo de la pandemia que ha dado el gobierno nacional, obsesionado por sostener lo insostenible, esto es un Estado fallido al rescate del Grupo Aval y de las empresas privadas subsidiarias de dicho conglomerado económico y de sus corruptos electores regionales.

Y es que los altos índices de desempleo, la crisis sanitaria, los efectos de la catastrófica Ley 100 y el consciente y sistemático desmedro de la prestación de servicios de salud al magisterio no son efectos del COVID-19. Son males que acumulan décadas. Y que estallan en la cara, en especial, de la población más vulnerable. Aquella que por más décadas aún ha soportado y visto calladamente el desfile de personalismos, caudillismos y particularismo desvergonzados.

Colombia es sorprendente porque sus ciudadanos buscamos a como dé lugar escapar de la dura realidad. En especial en las situaciones más decisorias: fue nuestra cobardía la que nos llevó a tener los representantes que tenemos, a rechazar solapadamente y promover viralmente los días sin IVA o a criminalizar la desobediencia civil. Escapamos con nuestra ínfima imaginación, la que nos da para volver a lo mismo: lo importante soy yo, y los demás sálvense como puedan.

Este mismo particularismo es el que se refleja en las opiniones de algunos directivos y docentes del sector público, el mismo que atiende a los estratos bajos y más golpeados del país. Más papistas que el papa, defienden como suya la “exploración” de la alternancia en los municipios sin casos de COVID-19, por el simple hecho de ser, curiosamente, en su mayoría rurales y atender, casualmente, la población más expuesta a la deserción. Entonces sacan sus capas, la defienden como acción necesaria de contención y personalizan la luz parcial sobre el oscuro presente de la educación pública, e indirectamente sobre el aparato productivo de las zonas rurales (sistemáticamente destruidos desde los años 90).

En efecto, la deserción escolar ha aumentado progresivamente, en especial en las instituciones de las zonas rurales, a la par de la informalidad laboral. Esto es debido a que la inversión en tiempos recientes, tanto en infraestructura como en docentes y su formación, se ha determinado a los desempeños en las pruebas Saber, el mejoramiento del ISCE (índice sintético de calidad de la educación) y la implementación de la jornada única, por solo mencionar algunas formas de coacción: en conjunto, una estrategia sistemática para generar en las instituciones rurales (que en los últimos 5 años obtuvieron los más bajos resultados en los dos primeros a nivel nacional) serios problemas, que festivamente el gobierno y algunos directivos prescriben a los docentes.

Debido a que los jóvenes ven frustrados y constantemente atacados sus sueños y aspiraciones de vida en ese ambiente adverso a la imaginación y la curiosidad terminan entregándose a la inmediatez de los trabajos informales que les den una renta diaria y les ofrezcan el bienestar que tanto se propaga: el que da el consumo de bienes innecesarios aquí y ahora.

Pero más dramático y definitivo, por tanto menos explorado y abordado, es ver la decisión desde la perspectiva de la compleja necesidad. Los jóvenes tienen que decidir entre un enrarecido y hasta contradictorio, pero aun así esperanzador, ambiente de la educación escolar y la obtención de un dinero que apenas cubra algunas de las necesidades básicas, pero al final dinero. Sí. En las instituciones se ofrece lo que apenas llega a ser un refrigerio escolar, pero no el dinero con el cual asegurar desayuno y cena y arriendo y servicios y medicamentos y ropa y materiales de trabajo y hasta de aseo. Entonces los sistemas económicos rurales, junto a los aparatos productivos locales, reventados luego de años de persecución nacional en favor de la importación y la protección de los tratados de libre comercio, reciben sin contemplaciones mano de obra no calificada y por calificar a muy bajo costo (sin seguridad social, sin cotización, sin salud, sin contratos escritos y legales, etcétera).

Pero estos ámbitos, al estar más allá de las funciones y responsabilidades de los docentes y directivos, y más acá de la voluntad política, se dejan de lado. Volviendo al particularismo de unos pocos directivos y docentes, la luz sobre el fantasma de la deserción escolar es su acción honorable y plausible, por lo demás lógica y sensata, que impera por encima de los otros, que solo critican, que hacen responsable al gobierno y al banco mundial y al fondo monetario y a cuanto organismo les dé la gana; con todo, por encima de los que no hacen nada por cambiar las cosas. Puede que en parte razonen dentro del tiesto. Pero, ¿así, regaladamente, sin obligar, así sea un poco, a que esos gobiernos clientelistas y corruptos, cedan en algo tan elemental como la protección de la vida de los jóvenes y docentes colombianos?, ¿así, tan fácil, sin recordarles nuevamente las responsabilidades históricas que tienen con la educación? ¿Y así, tan fácil, demostrando el poco valor que dan por la dignidad del magisterio, y de sí mismos, a mediano y largo plazo? Tal profesionalismo solo es consecuente de los mismos que se oponen a un cambio social, que impiden un sistema educativo de calidad bajo el argumento falaz de cumplir la ley, el deber, sus obligaciones y las órdenes. ¿Cuántas vidas pueden estar llevando por delante, privilegiando sus imaginarios de soy importante y la solución está en mis manos? ¿Alguien recuerda las razones de Adolf Eichmann en Jerusalén?

El gremio docente es como cualquier gremio, como cualquier sociedad humana, pero con el agravante, particularidad o privilegio de no solo contactar, sino crear, orientar, formar y transformar conciencias, no materias primas. Recuerdo al docente que siempre me decía que al colegio él también iba a aprender, y al profesor que, con soterrados fundamentos del incólume darwinismo social, sostenía que los estudiantes campesinos eran resueltamente futuros maestros de construcción, pero, al final, maestros. Ni siquiera campesinos. No me atrevo a dar una cifra de cuántos de unos y de otros hay en el país.

Lo único cierto es que de los segundos hay quienes se prestan para poner en riesgo la integridad de toda una comunidad. Y eso puede funcionar, en tanto que si no la soledad, el rechazo y la ley estarán a su acecho.

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