El viento en la puerta

El viento en la puerta

Una mirada

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
octubre 31, 2019
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El viento en la puerta
Foto: Pixabay

Encuentro en la revista Crisol (dos hojas tamaño 30x30 plegadas) un poema de Alex Támara Garay, a quien doy a ojos cerrados como pariente mío, sin saber en qué grado de consanguinidad remota, que comentaré por inquietante y trémulo; intitulado Poética; transcritas de forma prosaica, un tanto como se escriben las partidas de ajedrez, sus dos estrofas. Poética:

Un poeta/Es en resumidas cuentas/ El ser más terco/Que pisa la tierra/Sabe de antemano/ Que todo está perdido/ Y sin embargo/ Todo se lo apuesta al mundo/ —su pelea es de burro amarrado/con tigre suelto—/¿Por qué cree tanto en la poesía? 

El viento en la puerta/ Y toco dos o tres/La puerta sellada para siempre/Y abro las ventanas/ Tres o dos/ Y una voz como la mía/ —Quizás la que fue mía/Canta y se estaciona/ Muy adentro/ Cerradura dejando pasar/ Solo silencio. 

En un principio nadie sabe cómo devino esta forma de escribir la poesía, un tanto ajedrecística y sobre todo cómo se evitan, o transgreden impunemente, las formas de escribir la frase. Siempre con letras mayúsculas empezando cada verso, sin puntos ni comas, apenas unos simples guiones, que bien pudieron ser omitidos y nada hubiera, quizás, importado, salvo que en tamaña economía, resaltan como explicativos.

En efecto, nada tiene de raro ni deja de ser elegante, ni mucho menos perder cadencia, si de eso se tratara, escribir algo como: Un poeta es en resumidas cuentas el ser más terco que pisa la tierra. Sabe de antemano que todo está perdido y sin embargo todo se lo apuesta al mundo. Su pelea es de burro amarrado con tigre suelto. ¿Por qué cree tanto en la poesía? 

Es más, luego del título en mayúscula, uno podría escribir eso en cursiva e incluso entre paréntesis y con tamaño de letra menor como si se tratara de una nota al margen, tal frase como haciéndola pasar por un enunciado o, si se quiere matemáticamente, un axioma que no necesita demostración; y a continuación seguir con lo que podría denominarse la parte poética propiamente dicha. Es decir, como si lo primero no fuere poesía también.

Aquí, indudablemente el poeta arriesga un juego que es fruto de su intuitiva perversidad. Es indudable que escribe todo eso para llamarnos la atención sobre algo que le mortifica y no quiere sufrirlo solo, quizás le sea insoportable.  

Porque la segunda parte indudablemente aparece como una demostración de la insidiosa y también intonsa capacidad de la poesía y del poeta para dar una demostración que ya averiguaremos del postulado anterior.

El poeta se enfrenta a: el viento en la puerta

Recuerdo que Giovanni Quessep se ha enfrentado a: en el aire hay un pájaro muerto.

Y Vicente Huidobro a: el pájaro olvidado en la noche

Resulta por lo menos inexplicable que un pájaro haya escogido ese sitio, ¿cuál sitio?, para morirse; o para quedarse olvidado; cuando casi siempre lo usa para volar. Ahora bien, un pájaro muerto en el aire no dura. No es duración. No puede ser una leyenda...a no ser que se empecine más allá de las leyes de la gravedad. No puede permanecer allí, ni siquiera por habilidades cuánticas, ni vivo ni muerto, como el Gato de Schrödinger.  

Tal cual, como si tuviera y gestara su propio poder de presentarse, un viento en la puerta parecería ser algo inesperado, algo así como un golpe de suerte, tanto como una tragedia, pero mucho más que eso, algo inaprensible que revela su naturaleza conspicua solo por haber escogido la puerta, mi puerta, la puerta del poeta para demostrar su presencia. Viento con mayúscula y Puerta con mayúscula. ¿Qué vino a hacer aquí? ¿Qué es esta Puerta? Porque el poeta es importante para él. Acaso no hay mejores sitios, la montaña, un valle, para acampar o hacer sus gracias.

Se trata de un hecho fenomenológico y, aparentemente trascendental. Es un lugar fabricado si y solo si por el lenguaje. Se sabe que los algoritmos son metafísicos. Se trataría, más que de una presencia, de una presciencia, de algo que ataca la conciencia ontológica: es casi un ser de carne y hueso que se cierne sobre alguien, quizás un pobre diablo obnubilado y terco. Gilles Deluze y Félix Guattari hablan de haecceidades de estos objetos del lenguaje y la conciencia con tal propiedad que les auguran padecer de tener latitud y longitud, es decir coordenadas geodésicas de pertenencia. 

¿Pero cuál presciencia? Cómo puede pretenderlo si un viento en la puerta es lo más anodino que pueda ser posible. Al parecer es tan terco como el poeta pero nada más. Ha escogido esta puerta y nada lo detendrá. Pero…es algo tan común que pasa a diario; entonces por qué, o qué es importante ahora. Nunca esperemos que el poeta te vaya a explicar, menos el tal viento, semejante asunto. 

Bueno, bueno, hubiera sido así si no estuviera siendo antecedido por un prefacio. El prefacio anuncia una demostración y por tanto hay que ponerle sentido a la ecuación de partida. Es como en el ajedrez adelantar peón cuatro rey, dirigido a ocupar amenazador el centro del tablero. Se ha presentado un viento para tratar de demostrar algo.

¡Okey! Ya tenemos el viento en la puerta y ahora qué.

Y te parece poco, de todos los vientos que hay en la Tierra, este te ha escogido. Te va la vida en ello. Más te vale.

Y toco dos o tres

Atención. La frase anuncia un cambio de sujeto; o es el viento que habla y dice; o es el poeta quien toca dos o tres. ¿Quién toca?  

La puerta sellada para siempre.

Es decir, por allí no hay entrada quien quiera sea el sujeto. El viento en la puerta se equivocó de morada y encontró algo infranqueable. No es una puerta un muro, es imposible que el viento logre cualquier cometido. Es como el poeta, a sabiendas que todo está perdido decide enrumbarse y perseguir lo que, se sabe, no tiene remedio. Cómo es que el viento en la puerta ha devenido en mensajero fenomenológico de una verdad tan sangrienta como insoslayable.

Y abro la ventana.

Quien abre la ventana, es el mismo ser que ha tocado la puerta. ¿O seguirá siendo el viento que medra? Y, de quién serán las palabras subsiguientes que presagia el avance inconcluso del poema; pues la ventana está abierta y se espera que haya alguien en alguna parte de lo que parece cierto lugar habitado, o inhabitado, del mundo. Todavía no se sabe, eh. Sin embargo, ya hay una atmósfera tal de desolación que cabe esperar lo peor. A pesar de la pesarosa admonición de la primera estrofa, usted debe mantenerse al margen, adicto a averiguar qué es lo que le trae el viento. Manténgase despabilado; por ejemplo, ¿todavía estará el viento en la puerta?

Tres o dos

¿Tres o dos qué?

Pueden ser tres o dos ventanas las abiertas, pero ya no importa. De todas maneras hay una poderosa duda en qué significa esto. De todas maneras, lo que sí es claro es que este verso no se le puede atribuir a nadie pues no es una oración. No es un enunciado de nada. Es como el viento en la puerta, que no es precisamente una frase tampoco. No le asiste un verbo, no se pretende que genere una acción, reversible o irreversible, transitiva o intransitiva; es una simple potencia aparente de algo, aunque ya esto sea mucho decir. De todas maneras el viento en la puerta poco escapa a ser algo necesariamente ominoso. No necesariamente por su potencia si no por haberme escogido a mí, al poeta o al poema para hacer de las suyas. Nadie sospecha y sin embargo se teme su poder agresivo o saludable. ¡Vaya a saberse!

Entonces, es que la sola presencia de el viento en la puerta, ya no anuncia que todo está perdido por el solo hecho subsiguiente de haberse abierto una ventana.

Atención: después de toco dos o tres, se anuncia:

Y una voz como la mía 

Todavía aquí no hay un verbo, luego no es un enunciado. Pero hay algo quizás cavernoso que se aproxima; al menos se presagia algo. Obsérvese ahora que no se sabe en qué tiempo y espacio el viento se ha estacionado. No parece un lugar y, sin embargo, la existencia de supuestas puertas y ventanas podría sugerirlo. Existe la configuración de, al menos, un entorno ubicuo del mundo. Eso es lo que cabe esperar, a eso se refiere la admonición primera.

—Quizás la que fue mía—

Aquí hay indudablemente el esbozo de una duda y, más que eso, augura una desolación, algo perdido irremisiblemente, pero como todavía no hay verbo, nada se sabe.

Canta y se estaciona.

Una voz que cante es admisible pero estacionada es algo que no teníamos como admisible. Una voz estacionada casi es como un Viento en la Puerta. Quizás es una reiteración, una sobreabundancia de la situación, de la haecceidad.  

Y hay dos verbos, ya se suponen las acciones de aquella voz que nunca se sabe de quién es. Por qué no se sabe a quién pertenece esa voz.

¿Es la voz del destino manifiesto de auténtica perdición anunciada? El asunto es que no parece haber pasado algo trascendental, más allá de la presencia de un Viento, como para que pueda decirse algo tan lamentable y prolijo acerca del malestar impenitente del mundo.

Sin embargo, hay una pérdida que aparece como proindivisa pues al parecer no pertenece a nadie en especial, es indiferenciada; salvo del mundo mismo: tiene indudablemente esa ubicuidad.

Bueno, la tenía, porque ahora está, nada menos que estacionada esperando en alguna parte.

Muy adentro

Cerradura dejando pasar

Entendemos que la voz estacionada funge como cerradura. Pero eso es una suposición arbitraria y, si se quiere, atrevida. El verso no nos dice, ni autoriza a que la voz se haya convertido en eso, o eso se dice de la voz.

Los versos no son conexos, no están en el mismo plano de averiguación. Yo sospecho que sí. Ofrece un salto cuántico de comprensión.  

Arriba se ha hablado de una puerta sellada para siempre. Ahora se menciona una cerradura que es algo parecido.

Al decir que se ha estacionado muy adentro, lo que revela es una convicción profunda, quizás tanto más indemostrable que un axioma pues su profundidad es inasible.  

Solo silencio

A esto quizás se reduce la desolación del mundo: un silencio atronador.

Este silencio es increíble. Ante él, el poeta nada tiene que decir. Es sintomático del poder perverso de la perdición como anatema del mundo.

Para mi tengo que detrás de esta percepción trágica del mundo subyacen las raíces del romanticismo. Y el romanticismo en sus variadas pertinencias es algo letal casi macabro. Algo como torear un toro con un pañuelo en una corraleja, borracho. Recuerdo que en algunas épocas incluso se deseaba sufrir de tuberculosis como una enfermedad taciturna, (¿de labios violetas en Tolú, Giovanni?) de compromiso con la letalidad pues a la sazón era incurable.

Cómo es que subsiste todavía tal grado de existencialismo como si fuera un problema moral del hombre cargar con la muerte que es la única causa insoslayable de la perdida irremisible del mundo. Que además es falsa pues el futuro no pertenece al hombre sino a sus genes. El gen es el encargado de vencer la muerte y está tan bien dotado que muta, se acomoda: la muerte no ha podido acabar con ningún gen desde que éstos aparecieron segregados de alguna evolución de la materia...o del espíritu. ¡Vaya a saberse!

Ahora, si es la vida del poeta, ya se sabe que el León de Greiff:

Cambio mi vida, juego mi vida, de todas maneras la llevo perdida.       

Es otra forma de decirlo.

Aunque sospecho que el viento en la puerta tiene mayor poder de síntesis.  

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0
Nota Ciudadana
La afamada escritora Irene Vallejo quedó grabada para siempre en el corazón del pueblo chocoano

La afamada escritora Irene Vallejo quedó grabada para siempre en el corazón del pueblo chocoano

Nota Ciudadana
El terapeuta que se le midió al teatro y creó una reveladora obra sobre las relaciones de pareja

El terapeuta que se le midió al teatro y creó una reveladora obra sobre las relaciones de pareja

Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--