El vecino Salvador
Opinión

El vecino Salvador

No sabemos en qué lugar del tiempo está El Salvador respecto de Colombia

Por:
septiembre 12, 2022
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Luego de haber participado en la creación de diecisiete murales, quince en Centros Educativos  de la capital y dos en espacio público, se asoma una sensación de cariño y parentesco con un país cercano y vecino como es El Salvador. Sus gentes, amables, dispuestas y pausadas, siempre nos recordaron algo tan nuestro, tan común, que con frecuencia se esconde desapercibido: el paisaje humano definitivo de la identidad colombiana: esa multitud llena de relieves que personifica su esencia y su sustancia.

Por supuesto, haber pasado tan solo un mes en este país centroamericano no nos habilita para explicar y profundizar toda la complejidad de una sociedad que aún queda por revelarse ante nosotros. No obstante, no se trata de defender la autoridad o legitimación de nuestras percepciones. Más bien, esas primeras respuestas que obtuvimos se relacionan con eventos, circunstancias y personas que nos provocaron una sensación de familiaridad y de abrigo. Tal y como anticipábamos antes del la primera visita, en el mes de marzo pasado, cada país latinoamericano es una fotografía del presente, pasado o futuro de otro país latinoamericano.

Por lo pronto, no sabemos en qué lugar del tiempo está El Salvador respecto de Colombia. Muchas veces pareciera parte de nuestra actualidad, otras, un hecho de la nostalgia, y algunas, una apuesta del porvenir. Lo que sabemos es que, de forma reiterada, ambas naciones prefieren castigarse con el menosprecio propio que aceptarse en su bondad, aptitud y belleza. Ese sesgo doloroso, sin duda, lo compartimos y también, sin duda, nos entierra en un lodo imaginario creado desde los complejos de la voluntad. Un soplido de sensatez bastará para esfumarlo.

 

LLoremos juntos, mural

Estas experiencias de creación no fueron la excepción para corroborar ese planteamiento. Y es que a pesar de las breves distancias históricas y originarias de El Salvador y Colombia, sus recursos emocionales son estrechos y próximos; y también sus carencias. La hermanad y su dolor florecen sin apuro ni esfuerzo. Como mencionábamos, la amabilidad, calidez e inteligencia de niños, jóvenes, artistas, docentes, mecánicos, vendedores ambulantes y transeúntes, con los que trabajamos en cada momento (también sus tristezas y sus resignaciones) fueron definitivas y determinantes en los resultados obtenidos.

Llevamos años convencidos de que el relato detona la imagen. Esa invención próspera que son, ni mas ni menos,  las gentes que se cruzan y siguen su camino. Así hemos trabajado en espacio público los últimos trece años y esperamos seguir haciéndolo. En esa medida, fueron las horas de conversaciones francas con todos las personas involucradas las que nos llevaron a reconocer hallazgos que quedaron plasmados en las paredes de colegios, puentes y avenidas. Las imágenes se elevaron para representar la historia propicia: un ejercicio que pretendió fijar escenarios de memoria, reconocimiento y conversación. Una excusa para el bienestar que acarrea propiciar el diálogo entre las comunidades.

Sin embargo, nos equivocaríamos si no reconociéramos las charlas con los niños y jóvenes de los centros educativos como parte fundamental y constitutiva de toda la experiencia de los últimos meses. Fueron ellos quienes marcaron el camino con sus palabras, sus confesiones y sus silencios.

Un primer paso es que estas nuevas generaciones salvadoreñas (de nuevo el parentesco con Colombia brota de la tierra) podrán transformar sus vidas solo en la medida que el mundo de los adultos reconozca de forma enfática su derecho al afecto, a la consideración y a la confianza. Y de esta forma se transforme categóricamente la relación entre todos y cada uno. Solo con la decidida voluntad de cambiar de tajo la representación (el ejercicio más natural de la imaginación) que se tiene de los niños y jóvenes de El Salvador y Colombia, los países podrán cambiar.

En todo caso esperamos que las obras artísticas creadas con nuestra participación evidencien las palabras que hoy escribimos y las conclusiones que apenas empiezan a asomarse. Antes de sonar definitivos en los efectos tangibles de los murales, se les debe dar el tiempo de echar raíces y florecer. Ya llegará el momento de preguntase por las conversaciones que se causaron, los pactos que se provocaron y las emociones que retuvieron las miradas. Todos estos elementos son fundamentales para evaluar cualquier actividad de esta naturaleza en el espacio público. Por lo pronto solo nos quedan las ganas de regresar a El Salvador para seguir sintiendo que muchas veces Colombia se encuentra más allá de sus propias fronteras, las reales y las inventadas: las que nos hacen crecer y las que nos condenan.

 

 

 

 

El Salvador, Colombia, murales, espacio público

 

 

 

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0
Los adultos-niños

Los adultos-niños

El asunto de lo sagrado

El asunto de lo sagrado

Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--