El vallenato no es Patrimonio de la Humanidad
Opinión

El vallenato no es Patrimonio de la Humanidad

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diciembre 23, 2015
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Aunque tal calificación debe entenderse como un honor y el propósito es el de hacer un reconocimiento especial, toca aclarar algunos puntos al respecto.

Uno es que hablar de ‘vallenato’ tal como se usa en la actualidad es de una amplitud demasiado grande, luego se requiere una definición y una clasificación más precisa —y en ese sentido se ha hecho un gran favor—.

Una cosa son los cantos que, acompañados de una caja, un acordeón (a veces una guitarra) y la guacharaca, narran alguna anécdota (el 039 o la Custodia de Badillo); lanzan un desafío (qué más conocido que La gota fría, que le dedicó el viejo Emiliano a Lorenzo Morales, o El gallo viejo del mismo Emiliano a su hermano Toño Salas; se le dedican a algo afecto al corazón (como Tobías Enrique a su caballo el Alazanito, o Alejo Durán a su ‘pedazo de acordeón’); o se utilizan para una conquista (la Paloma Urumitera), o se coquetea con un amor (‘ponéte mi Maye ese trajecito… ese que tiene flores pintadas , dos mariposas y un pajarito’), pero siempre con una letra que lleva un mensaje, compuestos para ser escuchados y por eso no para bailar; sirven para repetirlos compartiendo una parranda debajo de un palo de mango y brotaban principalmente de quien simultáneamente escribe la letra, compone la música e interpreta la canción; lo que llaman el vallenato ‘tradicional’. Y otra muy diferente, que nada tiene que ver con lo anterior, una música destinada a venderse masivamente a través de emisoras y CD, o a llevarse a un estadio lleno para que las masas agiten los brazos sin que tenga importancia alguna nada diferente del carisma —o en el mejor de los casos, la voz— del cantante; ritmos que por lo demás ya no son puya, merengue, paseo o son , sino ‘música de rumba’, que es lo que sería el vallenato ‘moderno’.

Si fuera por la cantidad de discos vendidos —que es lo que hoy determina la importancia de una canción, un intérprete o un género musical— ya habrían recibido esa distinción el hip hop, o el reguetón o cualquier éxito de una temporada o un Justin Beaver o un DJ Balbin, y el vallenato no tendría más merito que ellos para ser declarado patrimonio de nada.

El que mereció ese honor es el tradicional
que tiene una identidad propia
porque es fruto autóctono de una región

El que mereció ese honor es el tradicional que tiene una identidad propia porque es fruto autóctono de una región, expresión de una época y una cultura que enriqueció el mundo musical y el mundo folklórico. Fue la voz de una sociedad reducida que encontraba en esos trovadores o juglares la información y el chisme para alrededor de ellos expresar su sentido de comunidad. Porque lo que da importancia al vallenato, al verdadero vallenato, es el aspecto costumbrista, un mundo algo más que mítico porque existió de verdad. Algo más que música pues es poesía (donde un ciego nos cuenta que cuando su pretendida camina hasta sonríe la sabana) y picardía (La celosa). Un mundo al cual el mismo Gabo se enorgullecía de pertenecer y del cual se reconocía solo como una parte al afirmar que Cien años de soledad era solo un vallenato de mil páginas.

Como conjunto es una gigantesca obra literaria que cuenta una saga más rica y más real que las inspiraciones de las grandes obras literarias como A la búsqueda del tiempo perdido o Los Buddenbrook. Una gran familia o mejor una red de familias donde el negrito Villa es hijo de Abel Antonio y sobrino de Luis Enrique, Escalona padrino de Colacho, Emiliano medio hermano de Toño Salas; donde en canciones se mandan razones “Díganle a Leandro Díaz, díganle si lo encuentran que si no fui a su fiesta fue por Nicolas Elías”. Una red de dinastías: los Zuleta, los López que incluye a Alfredo Gutiérrez, los Salas, los Durán (Nafer y Alejo).

Como los corridos de la Revolución Mexicana corresponden un periodo histórico que ya pasó; e igual se le pueden hacer homenajes recordándolos, y con el sabor de nostalgia las composiciones más apreciadas cuando tienen ese sabor cumplen esa función: Nació mi poesía o las casitas de bahareque de Fernando Dangond, Almas Felices (¿O Parranda en el cielo?) del tocayo y nieto de Poncho Cotes, o Ausencia Sentimental de Silvio Brito; y por eso cuando cantan Pocho Zuleta o Iván Villazón siente uno que se acerca a lo auténtico del ‘valle’.

Pero por lo mismo ese vallenato más que de la humanidad es de aquellos que forman parte de ese mundo; o por lo menos de aquellos a quienes ha interesado lo suficiente para entender eso y familiarizarse algo con su contenido. No puede considerarlo parte de su patrimonio quien no lo conoce, quien no sabe que la vieja Sara fue la raíz de dos estirpes, los Zuleta y los Salas; o que la historia del cachaquito que nació en Mariangola se repitió en El Copei, o que Escalona llamó el cucarachero a Lorenzo por sacarle el cuerpo a un encuentro musical, o que quien era la brasilera acabó siendo un tema tan debatido o misterioso como a quién le dedicó Tobías Enrique Mírame fijamente.

En resumen: igual que no hay parranda sin vallenato, no es vallenato de verdad aquel que no sirve para la parranda (aplica igual al canto que a la persona).

 

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