El terrible día en el que la violencia llegó a Tamalameque, Cesar (I)

El terrible día en el que la violencia llegó a Tamalameque, Cesar (I)

Hasta 1989 fue la aldea más pacífica de todo el sur del departamento. Un día, así sin más, la guerra de la que tanto habían escuchado finalmente tocó la puerta

Por: WLADIMIR PINO SANJUR
junio 13, 2019
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El terrible día en el que la violencia llegó a Tamalameque, Cesar (I)
Foto: Pexels

Un día del año 1989, mientras veíamos El programa del millón (que transmitía Canal Uno y era conducido por Fernando González Pacheco), el fluido eléctrico falló. Al poco tiempo se escucharon los estruendos.

Ese día dormimos en el suelo todos los de la casa. Yo, a mis 10 años, traté de levantar la cabeza y pregunté “¿qué ocurre?". Mi madre respondió: “Está lloviendo, hijo, duérmete, hay mucha centella”. Yo me dormí.

Al día siguiente se me hizo raro que no me levantaran para ir al colegio. Y fue mayor mi sorpresa cuando me asomé a la calle y no vi ningún vestigio de agua: la tierra de las calles sin pavimento estaba totalmente seca. En vez de agua y charcos, había muchos soldados y carros de guerras, o cascabeles como le escuché a un grande decir.

Hasta ese día mi pueblo era la aldea más pacífica de todo el sur del departamento del Cesar: el repicar de los galanes en los patios era el más violento de los sonidos. Cuatro policías armados con carabinas eran suficientes para imponer el orden público, orden que en ocasiones se sentía amenazado por las peleas callejeras de los pelaos de la cuadra, bochinches que nosotros llamábamos curumutera, un forcejeo de puños que no pasaba a mayores.

Para esa época escuchábamos hablar de la guerrilla como un fenómeno violento que ocurría lejos de nosotros, pero con el pasar del tiempo nos rodeó el anómalo efecto y pronto nuestros vecinos comenzaron a sufrir el horror de la guerra. Sin embargo, Tamalameque se mantenía incólume ante estas muertes que llenaban de miedo la zona.

Ya no estábamos tranquilos, pues los carros que transportaban los pasajeros venían con la noticia de las tomas guerrilleras a los municipios de Pelaya y Pailitas, además veíamos a las mulas con letreros enormes de la Farc-Ep, ELN y M19. Ello nos llenó de zozobra y miedo, hasta que ese sábado un frente del ELN cortó el fluido eléctrico y se tomó la población de Tamalameque, hostigó el puesto de Policía por muchas horas, trayendo como resultado la muerte violenta de un policía y un guerrillero.

Ese día tomé mi bicicleta y al llegar a la casa cural, donde tenía catequesis, pude ver los cartuchos de las balas disparadas regadas desde el restaurante escolar hasta el edificio de Telecom. Al frente de la casa cural estaba el puesto de policías lleno de soldados. Al mirarlo pude ver la primera imagen horrorosa de la guerra: estaba totalmente destruido, parecía que lo hubieran demolido a martillo y luego lo hubieran quemado. Entonces, muy a pesar de mi edad, pude entender que sí había llovido, pero no un aguacero normal, sino una tormenta de balas y bombas que había terminado por destruir el puesto de Policía.

En la tarde en mi casa se hizo una viuda de pescado, la cual comimos en una troja que para el efecto se había hecho de madera debajo del árbol de mango del patio. Mientras disfrutábamos de la viuda de pescado que estaba servida en hoja de plátano, los amigos de mi padre que estaban invitados a la comida comentaron los pormenores de lo que ellos llamaron “la toma guerrillera”.

Supe que la guerrilla llegó por los lados del río y cortó el fluido eléctrico, luego atravesó el viejo volteo del municipio en la calle de la Policía y empezó la “plomacera”, esa fue la palabra que utilizó el amigo de mi padre.

También escuché que una guerrillera era la que más disparaba, que apostada desde el segundo piso del edificio de Telecom dio de baja al Policía. Entonces otro de los amigos de mi papá interrumpió y dijo: “El guerrillero muerto se mató solo. Cuando los policías se introdujeron en el túnel y escaparon por el Consejo Municipal, este fue a tirar una granada a la boca del túnel, pero se le estalló antes de tirarla y esta le voló el brazo y parte de la cara"

Mi madre preguntó angustiada: “Compadre, ¿usted dónde estaba cuando sonaron los primeros disparos?". Él, aún con cara de susto, dijo: “Yo estaba tomando cerveza en el bar, ahí estábamos un poco, cuando llegó la guerrilla preguntando por la gente con nombres completos”. Todos al unísono preguntaron: “¿Eche y por quién preguntaban?".

Esta historia continuará.

 

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