El tercer mundo: Latinoamérica en el limbo
Opinión

El tercer mundo: Latinoamérica en el limbo

Permanecemos anclados en pequeñas discusiones, ajenos a la integración que sería la única manera de ser algo de peso en un mundo que tenderá a aislarse regionalmente

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agosto 09, 2020
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Después de la Segunda Guerra Mundial, vino la Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos y a la Unión Soviética, dos países que representaban la vanguardia de dos mundos. El primer mundo, liderado por Estados Unidos, era el mundo más desarrollado, capitalista y con democracias liberales. El segundo mundo, liderado por la Unión Soviética, era un mundo que venía con el impulso de haber sido definitivo en la derrota del nazismo, con economías comunistas y con diversos tipos de dictaduras. La confrontación era fría porque nunca pasó realmente a un encuentro militar y se manejó por canales diplomáticos. En ese encuentro entre dos mundos, todo lo demás quedó en lo que sobraba, el tercer mundo le pusieron. Principalmente era América Latina, África, partes del Medio Oriente e India. Ese tercer mundo, los restos, venía usualmente con un pasado colonial y, en la guerra fría, naufragaba en la pobreza. Mientras los dos primeros mundos competían por llegar a la luna, tener mayor desarrollo industrial y, sobre todo, influir ideológicamente a los demás, el tercer mundo – en la periferia mundial según la teoría de la dependencia- jugaba un papel marginal, de provisión de mano de obra barata, materias primas, y no mucho más.

Quizás el mayor aporte latinoamericano durante esa época vino del sector cultural, con el conocido “Boom Latinoamericano” de García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes y unos pocos más que pusieron a la literatura latinoamericana en la vanguardia mundial. El tercer mundo era de países ni capitalistas ni comunistas, que combinaban lo peor del capitalismo estadounidense y lo peor del comunismo soviético. Políticamente, había democracias mínimas– por ejemplo, ¿qué clase de democracia fue esa del Frente Nacional colombiano?-, o las tradicionales dictaduras militares y represivas. Quizás ideológicamente, algo de la Revolución Cubana parecía innovador, o la propuesta de Allende de llegar a una organización comunista por medios democráticos, que sus copartidarios en la internacional socialista habrían juzgado como bastante burgueses. En África, Kwame Nkrumah – en Ghana- y Julius Nyerere – en Tanzania- intentaron proponer una unidad política y económica con particularidades africanas. La verdad, todos esos proyectos, tenían de una forma u otra el influjo del marxismo, leninismo o maoísmo y todos fracasaron en su implementación.

El tercer mundo ya no se usa porque es políticamente incorrecto. Claro, el tres viene después del uno y del dos, y en estos días no se suele admitir jerarquías en la descripción de ningún tipo de orden social. Decimos entonces, “países en vía de desarrollo”, que es, como tantas ideas políticamente correctas, una manera de suavizar la realidad: muchos de estos países no van camino al desarrollo, están estancados o van al abismo, como Venezuela. El tercer mundo latinoamericano, cerró el período de la guerra fría como entró, como ha estado siempre, en el desorden y la mediocridad, en el potencial no realizado. Llamaron entonces a la década de los 80, la década perdida en América Latina. Realmente, ninguna década había sido realmente ganada, pero esta fue especialmente problemática: el fracaso de la implementación de los modelos de sustitución de importaciones en varios países, la represión total de regímenes como el de Pinochet, la incapacidad colombiana de resolver su conflicto armado, y otras tantas crisis locales con implicaciones regionales, llevaron a que América Latina se alejara más y más de los países más avanzados económica, política y socialmente. Este destino no estaba escrito en piedra: países que empezaron con niveles similares de desarrollo, como los conocidos Tigres Asiáticos, lograron entrar en sendas realmente significativas de desarrollo económico y político. Países ricos en materias primas, en Oriente Medio, encontraron caminos para crear economías sólidas y países que parecían condenados a la pobreza total, como China, diseñaron nuevos sistemas de desarrollo. Más allá del juicio de valor sobre la forma de organización social de esos países, ha habido ahí un trazo de autenticidad, de búsqueda de nuevos caminos.

Nosotros, los latinoamericanos, seguimos intentando copiar modelos ajenos. Ante el fracaso de la década perdida, vino entonces el intento de implementar el Consenso de Washington, diseñado en Estados Unidos por tecnócratas latinoamericanos y profesores estadounidenses, que buscaba mayor apertura económica, mejor manejo fiscal, ampliar la base de impuestos y la privatización de tantas empresas públicas como fuera posible. En el fondo, copiar el modelo de desarrollo de Reagan y Thatcher. Aunque hay intensa controversia, disfrazada de técnica pero política en realidad, el Consenso no fue la panacea: por ejemplo, Argentina, uno de los países más ricos de la región, terminó la década sumida en una crisis profunda y en los últimos años hemos visto como la estructura del sistema de salud y pensional en Chile, probablemente el caso más exitoso de desarrollo en la región asociado a políticas que se podrían enmarcar en la receta del Consenso, llevó a inmensos descontentos sociales. Economistas como Joseph Stiglitz, Dani Rodrik, Mariana Mazzucato han descrito con precisión las limitaciones de una globalización descontrolada y el desastre de pensar que el Estado no debería jugar ningún papel en el desarrollo económico de un país.

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El sueño de Chávez quedó en la mayor pesadilla de la historia de Venezuela, el clan de los Kirchner entregó el poder a su antítesis Macri, la izquierda chilena parió a Piñera

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El comienzo del siglo XXI, después de la década perdida de los 80 y la década estancada de los 90, vino, naturalmente, con inmensa turbulencia social. Una población más educada, más consciente de que la riqueza no está bien repartida, una clase política decadente y confiada en qué gobernaría por siempre, y la aparición de líderes carismáticos, llevaron a un giro hacia la izquierda en buena parte de la región. La historia es ya más conocida: los discursos apasionantes de inclusión social, de lucha contra élites añejas e incapaces y la búsqueda de la unidad latinoamericana, para darle sentido a una visión de desarrollo colectivo, avanzaron con fuerza. Ese grupo, reunido en Unasur, tuvo un intento de encontrar una nueva identidad latinoamericana, se habló entonces de una moneda única regional, de apertura de fronteras, de mayor firmeza antes las potencias del norte y de Europa, y todo eso quedó en la nada, en muy poco. Hoy en día Unasur no existe. El sueño de Chávez quedó en la mayor pesadilla de la historia de Venezuela, el clan de los Kirchner entregó el poder a su antítesis Macri, la izquierda chilena parió a Piñera, Correa a su traidor, y Evo, a lo mejor el más sólido en temas sociales y económicos, fue incapaz de crear una institucionalidad que lo trascendiera.

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¿Será la identidad latinoamericana la de un realismo mágico que invita a soñar en castillos hermosos de arena, el de discursos atractivos y luego la ineficiencia en la implementación?

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¿Será esa la identidad latinoamericana? La de un realismo mágico que invita a soñar en castillos hermosos de arena, el de discursos atractivos y luego la ineficiencia en la implementación. El de la destrucción perpetua de viejas élites para reemplazarlas por otras iguales. El de la incapacidad de integrar realmente la región: Bolívar lo intentó, y murió deprimido por la desintegración de su gran sueño. Viene, desde las Independencias, está incapacidad colectiva. A la región la une hoy solamente, la tragedia de la migración venezolana. De resto, somos islas, que buscan sobrevivir en un mundo que las ignora. La pandemia empezará, muy pronto, a volverse una discusión sobre qué vacuna es mejor y quién la tiene a qué precio. Ahí, no pintamos nada: mientras países que despreciábamos como Emiratos Árabes Unidos va a Marte, mientras países que eran menos desarrollados que los más poderosos de esta región -India, China- están en la vanguardia de la producción de vacunas, mientras tierras heladas en el norte del mundo, en la península escandinava, son ejemplos mundiales en calidad educativa, nosotros permanecemos anclados en las pequeñas discusiones. Que si este insultó a este otro. Que si este es de izquierda o de derecha. No hay ciencia latinoamericana, hay sí científicos latinoamericanos que ejercen en otros países cuando quieren estar en la vanguardia. No hay integración latinoamericana que sería la única manera de ser algo de peso en un mundo que tenderá a aislarse regionalmente. Latinoamérica sigue siendo el tercer mundo, ese limbo que parece ser su condena.

Colombia, por supuesto, no es la excepción a la tragedia del realismo mágico: en sus dos años, el gobierno sacó pecho por haber creado el muy pomposo Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Un papel. Entre tanto, académicos notaron que, de nada vale el papel si el presupuesto se reduce efectivamente un 35 %. La ministra de la Ciencia, entre tanto, es noticia porque no aparece en ninguna discusión sobre las vacunas. Al fin y al cabo, acá eso no tiene que ver con la ciencia, dirá ella, sino con el Ministerio de Comercio que tendrá que resolver en dónde la compra. La ministra estará celebrando que hicimos unas pruebas más de PCR, una técnica relativamente sencilla, que el día anterior.

@afajardoa

 

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