El temible fanatismo político que se vive en Colombia

El temible fanatismo político que se vive en Colombia

"Aunque estamos acostumbrados a un facilismo recargado de cobardía y pereza, debemos intentar liberarnos y asumir la responsabilidad de pensar"

Por: Edwin Tamayo Peña
noviembre 08, 2019
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El temible fanatismo político que se vive en Colombia
Foto: Facebook @AlvaroUribeVel

La capacidad de razonamiento en el fanatismo político, en especial el colombiano, es muy efímera y escasa. Además, es presa de caudillos de toda estirpe y diferentes niveles estatales que buscan que las aglomeraciones defiendan, en la mayoría de casos, tesis sin argumentación e ideas de conflagración.

Por ello es importante recordar en momentos de inestabilidad y pérdida total de empatía y criterio la frase de Voltaire sobre el fanatismo: “Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro la enfermedad es casi incurable”.  Pues es venenoso y enarbola las banderas enemigas de la libertad y es responsable de muchas guerras y circunstancias impúdicas.

El fanático en su burbuja de violencia cree saberlo todo. También cree que todo se debe a esas ideas impuestas por un amo, que todo es él y ellos. Es como si en el fondo, en su incapacidad, fuera el ser portador de la única verdad, de la razón divina y que transporta en su entendimiento y expresión política la llave para todos los problemas, para lo justo y para el castigo.

El fanatismo político en Colombia ha llegado a diversos extremos y posee infinidad de encuentros ideológicos: desde la calle hasta la virtualidad y muchos de ellos han terminado en el asesinato, el silencio, la tortura del otro. El otro, siempre el otro, el condenado, el deconstruido a un simple objeto de guerra, donde los que dicen comprenderla desde la comodidad de los hogares, desde el plato lleno de comida, desde la tranquilidad de la educación y la salud asegurada, declaran abiertamente, y sin suspicacia alguna  estar preparados para ver morir al otro.

Siempre en este fanatismo que nos consume vamos atacando al otro, dejándolo por fuera, agobiándolo, excluyéndolo de la vida, del trabajo, conciencia, libertad, igualdad, expresión, honra, circulación, de todo lo fundamental en materia de derechos.

Es muy fácil decir que hay que seguir con la guerra cuando no se vive, que se lo buscaron, o en frases inquisidoras de la alcurnia de Uribe: “Si hay unos niños que están en el campamento de un terrorista, ¿qué supone uno?, ¿llegarían allá por su curiosidad a jugar fútbol o fueron reclutados por el terrorista?”.

Mienten, obstruyen la tranquilidad, nada puede justificar la muerte del otro y mucho menos cuando el Estado le ha fallado a la sociedad en reiteradas ocasiones, cuando la inoperancia ya ha hecho metástasis en  las vulnerabilidades de la sociedad y las ha llevado a la hecatombe social de la desigualdad inmutable.

No puede quedar ante el fanatismo ningún tipo de duda. Se necesita en Colombia un proceso de transformación, replantear estructuras sociales, políticas, económicas y culturales, eliminar las construcciones sociales impuestas que impiden avanzar.

Así mismo, se necesita de manera urgente un pensamiento autónomo, salir de la minoría de edad como planteó Kant, atreverse a pensar por nuestra propia cuenta y usar tal pensamiento sin estar dependiendo de un impostor de ideas. Es difícil porque estamos acostumbrados a un facilismo recargado de cobardía y pereza, pero debemos intentar liberarnos, asumir la responsabilidad de pensar.

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