El suicidio ideológico colectivo

El suicidio ideológico colectivo

El pasado sigue vigente, creemos en abolengos, títulos nobiliarios y poder económico y político. Además, continuamos en un marismo de irracionalidad...

Por: DIEGO MARIO ZULUAGA OSORIO
enero 28, 2021
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El suicidio ideológico colectivo
Foto: Pixabay

La historia de la historia se repite. Una democracia que no funciona, amparada en sesgos de legalidad y difundida a diestra y siniestra por gobernantes, políticos y medios de comunicación que han alterado la historia de la nación, de su pueblo, de su cultura e idiosincrasia.

Un juego de políticas amañadas han permitido que Colombia viva entre ideas e idearios, entre pensamientos y pensadores, y entre vivos y estafadores; vamos entre ideologías de todo tipo, buscando lo bueno de una y de la otra para amalgamar ese pensamiento a lo colombiano, algunos dicen que ya existen una filosofía colombiana, así como existe la argentina y la mexicana.

Jugamos a una revolución de derechos humanos, a una incapacidad de sacar lecciones de nuestro pasado, los políticos de hoy siguen siendo los de antes, los ciudadanos de hoy también. Es decir, olvidamos las prioridades, andamos en un statu quo emocional de la mano con la religiosidad, pues es costumbre escuchar en los miembros de la sociedad, en especial de las fuerzas armadas el “Dios se lo pague”, es decir, el cielo y el infierno van de la mano, claro sin explicación semántica, direccionados hacia un miedo social en donde el norte va de mal en peor.

Andamos sumergidos en una irrealidad pasmosa, en una violencia que no acaba a pesar de los intentos de paz del Caguán y de La Habana, en movimientos políticos desde el Frente Nacional, de asalto en asalto desde el Palacio de Justicia de 1986, ataques a patrullas militares, muertos y más muertos, además de la pseudoprotección a los menores de edad, del consumo de sustancias estupefacientes y licores en vías públicas, enfrentamiento de trenes entre las cortes, los administradores de justicia, es decir, una sociedad en donde no nos hemos podido poner de acuerdo. Una utopía el querer pensar de otra forma y peor aún buscar las soluciones.

El pasado sigue vigente, creemos en abolengos, títulos nobiliarios, poder económico que se ha enfrascado en una lucha de poder para no dejar pensar, para seguir en ese marismo de irracionalidad existencial y de pensamiento, una educación que no evoluciona, esto es un suicidio ideológico colectivo. Basta ver todo lo que se hace en nombre de la paz, de los tratados internacionales sobre derechos humanos y hasta de lo inhumano también; igualmente de un armisticio en donde ni el país ni los beligerantes están de acuerdo, se siguen tiñendo los campos y las ciudades con esa incivilización desmedida y desmesurada, olvidándose de ese propósito mancomunado de condiciones de vida justa, de ese encuentro entre lo social, lo individual y lo colectivo para entender esa multiculturalidad en que se ha convertido ese sueño de libertad.

Ahora bien, la pregunta que surge de todo lo anterior es: las políticas son sobre nosotros, nuestros vecinos u otras personas de nuestra comunidad que se unen para crear una experiencia colectiva (Eric Lui-TED), o si, por el contrario, estas siguen siendo letra muerta frente a la inercia del Estado y sus instituciones. Para ello hay que movilizar no a una parte de la sociedad, sino a todo el conglomerado, crear una cultura de positivismo, de ser parte, experimentar y pertenecer. Para cambiar de paradigma conforme a lo planteado se requiere una revolución de pensamiento, un nuevo entrenamiento desde lo mental hasta lo experiencial, un cambio en el espíritu y en las ideas, como también la política y su participación.

Por último, la crisis en América Latina a raíz del capitalismo salvaje, en cuanto a los gobiernos que no funcionan y se rigen por dictadores, colocan a la democracia y a la justicia social sin conceptos vitales para el progreso de las sociedades modernas, en especial la colombiana. Hay que restaurar entonces, por un lado, la historiología del país y, por el otro, la participación consciente en la modificación del ideario construido por valores como la verdad, la honra y la honestidad, cuestionados desde todo punto de vista.

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