El que solo sabe medicina
Opinión

El que solo sabe medicina

Por:
julio 26, 2013
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La semana anterior escribimos aquí sobre la medicina como misterio no solo secreto y problema, no solo acertijo. Ese texto será parte de la VI edición de Medicina Narrativa revista de la Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad Javeriana-Cali.  En esa universidad se hace un esfuerzo formal de producir un nuevo tipo de médico con más interés en lo humanístico.  No solo se intenta un profesional de la salud más culto sino además subrayar lo útil de la historia, filosofía y literatura en el más pragmático oficio clínico. Es profunda y fértil la relación de la medicina con las humanidades pero debe ser recordada a nuestros estudiantes y lectores pues es frecuentemente menospreciada en un mundo esclavizado por la tecnología. Los antiguos decían medicina soror philosophiae, medicina hermana de la filosofía, pero aquella medicina clásica y aquella misma filosofía que se ocupaban de pensar para vivir bien (la anhelada vida beata) se han desdibujado en nuestra época. Por todo lo anterior debemos estar recordando constantemente la relación de la medicina con la literatura, la historia y la filosofía. Para ello haremos referencia a tres médicos del pasado.

Primero, John Locke fundador del empirismo inglés y popularizador de aquello de la “tabula rasa” que todos recordamos de nuestra filosofía de bachillerato: nacemos como un tablero limpio, aún el primogénito de los duques de Cambridge que nació esta semana, y todo lo que llegamos a saber es resultado de nuestras experiencias. Esta sencilla proposición fundamenta gran parte del moderno pensamiento social, político y pedagógico de Occidente.  Lo que no se nos enseña es que Locke se graduó de médico en Oxford. Y aunque no ejerció la profesión por mucho tiempo fue amanuense, médico residente se diría en lenguaje contemporáneo, amigo y corresponsal de su gran colega, Thomas Sydenham, llamado el Hipócrates Inglés (Med Hist. 2006 January 1; 50(1): 93–110). Sydenham y Locke aceptaron como médicos la imposibilidad de conocer en muchos casos la causa de las enfermedades. Por lo tanto había que tomar frecuentemente decisiones clínicas con gran incertidumbre.  Cuando Locke años después afirma “no debemos juzgar las cosas por las opiniones de los hombres sino juzgar las opiniones por las cosas” inaugurando así el empirismo como corriente filosófica hace referencia indiscutiblemente a su entrenamiento clínico con Sydenham. Aún hoy el médico debe ejercer su oficio clínico basándose en la experiencia sin ideas preconcebidas y la medicina moderna está lejos de ser un sistema de verdades indiscutibles o milenarias como las medicinas tradicionales. Debemos, como se dice en el budismo, aprender de lo imprevisto.

Todo esto ocurría en el siglo XVII y tendremos que esperar al siglo XIX para conocer un gran maestro, casi un gurú, en el cómo tomar decisiones médicas: Sherlock Holmes. A veces olvidamos que Holmes es un personaje de ficción, muchos lo creyeron una persona real y hasta cartas le escribían solicitando ayuda y consejo, creado por un autor médico Arthur Conan Doyle y calcado sobre uno de sus profesores, el doctor Joseph Bell, famoso diagnosticador en la Universidad de Edimburgo.  Cuando Holmes en El sabueso de los Baskerville dice “mi querido Watson, luego de descartado lo imposible lo que quede por poco probable que sea debe ser la verdad” habla como un médico y algo parecido debe haber aprendido Conan Doyle de Bell en los hospitales de Escocia. Nótese además que Watson el obtuso acompañante de Holmes y narrador de sus aventuras es médico, ilustrando la admirable humildad necesaria a los buenos profesionales de la salud. Algunas de estas observaciones sobre la historia de la medicina se pueden encontrar en una reciente investigación académica de Will Entrekin Just Looking cuyo título completo es Solo mirando o como la revolución en educación médica influyó la vida y obra de Arthur Conan Doyle y William Carlos Williams”.

¿Y quién es ese Williams? Es uno de los poetas norteamericanos más importantes del siglo XX quien durante toda su vida fue médico y pediatra en la prosaica Rutherford New Jersey.  Escribe en su Autobiografía (1951) “La Cosa” —el Ser diría yo— “en toda su gran belleza puede por un momento ser liberada para volar…por la habitación” —por el consultorio diría yo— “En la enfermedad, con el permiso que yo como médico he tenido para estar presente en muertes y nacimientos… precisamente allí por un fragmento de segundo ha aleteado ante mí”.  Williams acostumbraba tener una máquina de escribir al lado de su escritorio en el consultorio para no perder esas aéreas y precisas ideas poéticas.

Estos tres ejemplos de médicos filósofos, escritores y poetas ilustran la profunda relación de la medicina con las humanidades. La percepción práctica y útil del dato clínico se agudiza y perfecciona con la lectura y escritura de textos con otra perspectiva. Por eso se dice: el que solo sabe medicina ni medicina sabe.

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