El Smartphone del obrero
Opinión

El Smartphone del obrero

Con su mundo de coltán portátil en el bolsillo y los auriculares adheridos a la piel, se siente vivo

Por:
diciembre 18, 2015
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Rubén es uno más de los obreros que se suman a la legión de contratados en la burbuja de la construcción que crece en Colombia, alimentada por un incierto modelo de crecimiento económico sin desarrollo social coherente y mucho menos que contrarreste la rampante desigualdad.

Se levanta a eso de las 5:00 a. m. y desde su lejano barrio en el sur de la ciudad, acomoda todas las cosas en su morral chino de imitación a una marca reconocida; incluso su precario almuerzo desbalanceado pero hecho con infinito amor por su madre.

La alarma del celular (móvil) sonó con un reguetón de los que se repiten a diario en las emisoras populares y en los buses que circulan por las caóticas calles. Después entre sueños chequeó en el aparato la hora para decidir levantarse y convencerse que su mundo de silencio había terminado.

El celular también hecho en la China y de imitación a los Smartphone de alta gama que se anuncian en vallas luminosas y de modelos despampanantes que el primer mundo civilizado nos vende, fue dejado a un lado de su cama y terminó de despertarse en el baño contiguo.

Se miró desnudo en el espejo y comprobó que no estaba tan cerca del arquetipo de los modelos que anuncian los Smartphone de sus sueños y que ha visto en vallas y anuncios de TV. Labios perfectos. Cara de revista Vogue. Cabellos de ángeles con códigos de barra en las alas. Poses desafiantes a todo la fealdad que hay en las afueras del mundo. Y una tranquilidad pasmosa que solo la cámara fotográfica logra aislar del resto del convulsionado mundo. Él cargaba su propio huracán atrapado entre las fuerzas del destino y una mala jugada social que las ciencias llamaban excluidos o marginados.

A las 5:45 a. m. Rubén con su morral, el Smartphone con los auriculares adheridos a su cuerpo como un alienígena recién llegado y sus escasos 22 años, aborda el bus de línea que lo remontará hacia el norte de la ciudad donde lo espera su turno de ingreso en la constructora a eso de las 7:00 a. m. en el nuevo complejo comercial y residencial que se edifica para devorarse los cielos y alimentar sueños de nuevos ricos que el país está procreando a expensas de unas confusas locomotoras.

Rubén no escucha noticias desde su Smartphone que lleva adherido a su cuerpo como una rémora futurista. No. El prefiere encontrar en las letras desabridas y torpes (para nosotros) de los reguetones, vallenatos de nueva ola y champetas, un refugio para su sórdido trayecto; mientras se cabecea en el asiento y recorre con la mirada al montón de avisos comerciales que enturbian la vista de la neblina de la madrugada.

Al llegar a la constructora del nuevo complejo comercial y residencial donde ofrece sus brazos y su fuerza bruta para organizar materiales y moverse por el vaivén de los caprichos del supervisor de turno, agota el ritual de buenas mañanas y saludos; los comentarios de doble sentido que salpimientan a los diálogos francos en el Caribe y los minutos de comentarios a los aburridos equipos del torneo local de futbol rentado.

Mientras le llega el turno de ingreso al trabajo,
se refugia en su Smartphone comprado a plazos
y pagado en infinitas cuotas

Mientras le llega el turno de ingreso al trabajo, se refugia en su Smartphone comprado a plazos y pagado en infinitas cuotas que lo hacen aplazar gustos fisiológicos y básicos; desliza su dedo en la pantalla del aparato como por un clítoris de coltán y cilicio y es embargado por un éxtasis de disfrute audiovisual que lo hace llegar a un orgasmo de risas y entretenimiento que lo desconecta del mundo de cemento, varilla y arena que le espera por más de ocho horas extenuantes.

Esos minutos aferrado al Smartphone se van entre videos de música favorita, varios chat de whatsapp con su novia distante que lo extraña como a un sol en un largo invierno; descarga fotos gratis de sus reguetoneros preferidos, repasa los últimos goles de su club de fútbol y graba audios para pasar por el chat con su contactos.

Con su mundo de coltán portátil en el bolsillo y los auriculares adheridos a la piel, se siente vivo, que por fin pertenece al mundo del consumo, ese que divisa distante y sofisticado; en el que vivirán los nuevos inquilinos del centro comercial y residencial donde deja parte de su juventud por un salario. Su biología y emociones están ligado a ese aparato de imitación a los de última generación, de esos que llaman de alta gama. Él con su perfil de baja gama, de obrero bachiller, con pocas salidas y oportunidades, construye su mundo dentro de los diámetros que el aparato le ofrece para conectarse con un océano de cosas en donde él sólo tiene las boletas marcadas del naufragio.

Coda: En un Smartphone el 58 % es plástico, el 17 % es vidrio y el 25 % son metales como hierro, cobre, plata e incluso oro. Creo que esos mismos datos se transmutan hacia los usuarios… no la inteligencia.

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