El rigor contra Andrés Felipe Arias

El rigor contra Andrés Felipe Arias

"La severidad aplicada al exministro fue traducida en una de las sentencias más sui generis que he conocido: desproporcionada. Absurda. Con halo vengativo"

Por: David Fernández
julio 16, 2019
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El rigor contra Andrés Felipe Arias

Hay momentos en la vida en la que un viento de rigor aparece en la vida de una persona o de una sociedad. Y el rigor puede ser provocado por un particular, una organización privada, un funcionario público o por un régimen  político. El rigor es la ausencia total de misericordia. O como dice la Real Academia de la Lengua: “excesiva y escrupulosa severidad”.

Ejemplos: un vecino furioso decide pegarle a un niño porque se metió en su patio y se robó dos mangos (particular). Una compañía de electricidad decide quitarle la luz a todo un barrio porque el 70% de lo vecinos tiene una mora en el pago de dos meses (organización privada). Un policía decide poner un comparendo a una persona que iba a 35 kilómetros por hora (en una zona no escolar) cuando lo permitido es 30 KM/H (agente público). El gobierno venezolano en connivencia con la justicia y los organismos de inteligencia arrestan a un contradictor político que lidera una marcha(Leopoldo López) y le ponen una pena privativa de la libertad de 14 años (aparato estatal).

El rigor se vuelve un monstruo cuando en la sociedad existen signos elocuentes de polarización. Y puede ser usado para aplicarse, incluso, contra los que lo exigen como castigo ejemplar. El nazi Adolf Eichman se encargaba fríamente de mandar judíos a los hornos crematorios y después fue llevado a la horca con la misma frialdad. Rigor contra rigor.

Un rigor de menor escala puede hacer metástasis y convertirse en un Leviatán. El escupitajo de un vecino contra un judío en Alemania por el simple hecho de ser hebreo, pasó luego por el caso de la famosa niña de 10 años que gritaba ¡fuera! a los judíos que pasaban en fila custodiados por los soldados del Reich. Y de ese escupitajo terminamos en el holocausto.

Cuando las Farc cometían toda suerte de atrocidades, la sociedad pedía negociación y justicia. Cuando negociaban en La Habana, la sociedad continuaba con la exigencia, pero el gobierno olvidaba la justicia. Cuando se conocieron los verdaderos acuerdos, la sociedad puso el grito en el cielo, y dijo no. Si bien es cierto que había una minoría ínfima que pedía cadena perpetua, que se pudrieran en la cárcel, que les dieran agua y pan, y que fueran confinados en una prisión de 1.80 cms de largo con 1.00 cm de ancho, el pueblo sensato pedía simplemente que pudieran pagar algo de cárcel. El gobierno decidió entonces irse por el atajo y se fueron al extremo de la misericordia: la alcahuetería. Ganó el no y comenzó Troya.

No soy uribista ni duquista ni santista ni andrefelipista. Pero el rigor aplicado al exministro de agricultura fue traducido en una de las sentencias más sui generis que he conocido: desproporcionada. Absurda. Con halo vengativo. Casi que con sevicia. Recordemos que quien juzgó a Andrés Felipe Arias fue la Corte Suprema de Justicia, la misma que no le dio ninguna validez a las pruebas elocuentes y reveladoras encontradas en el campamento de Raúl Reyes,  y fue esa misma Corte que pidió juzgar a Diego Palacio, exministro de Salud de Uribe, con los siguientes términos utilizados en una de sus sesiones antes de dictar sentencia: votemos “por consenso”, “sin salvamentos de voto, por conveniencia política”, “actuar como cuerpo” y “en legítima defensa”. El típico ajuste de cuentas.

Cuando el procurador Alejandro Ordóñez sacó a Petro de la alcaldía también fue un acto de rigor extremo, como extrema fue la forma como sacaron a Dilma Rousseff de la presidencia de Brasil. Y con rigor fue condenado el exdirector del IDU, Andrés Camargo, un hombre honesto a quien le dañaron su vida, simplemente porque su caso se mediatizó de tal manera que terminó en la cárcel. Santofimio fue condenado con el testimonio de un criminal que se contradijo en el proceso, pero que luego la sociedad lo convirtió en una celebridad.

El rigor es un espíritu que se mueve en sociedades divididas, polarizadas, con ganas de venganza y no de justicia, en sociedades que justifican los medios para alcanzar los fines, y logra penetrar el alma colectiva. Los alemanes se dieron cuenta tarde en el berenjenal en que los metió Hitler

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