El relato político, la posverdad y los nuevos liderazgos

El relato político, la posverdad y los nuevos liderazgos

Resulta fácil asimilar que cada sujeto comprende el mundo de una manera diferente, lo que no es recordarlo al momento de interactuar, especialmente con quien nos contradice

Por: Martín Zamudio Espinel
noviembre 17, 2020
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El relato político, la posverdad y los nuevos liderazgos
Foto: Flickr www.audio-luci-store.it - CC BY 2.0.

Vivimos inmersos en medio de relatos. Desde nuestras experiencias pasadas hasta los acontecimientos históricos de nuestras naciones no son más que relatos de una realidad. Esta realidad (objetiva) es traducida al lenguaje (subjetivo) de nuestro cerebro, y es luego escupida al mundo a través de nuestra oralidad o, por qué no, a través de nuestra astucia artística: de la música o la imagen. A través de su transformación a relato, dicha realidad está mutada, no solamente a razón de nuestras limitaciones lingüísticas y mentales (en donde la memoria juega un rol fundamental), sino también por nuestros sesgos: intrínsecamente vinculados a nuestros recuerdos, perspectivas, dolencias, alegrías y sentimientos en general.

En el mundo de la política las cosas no son diferentes. Nuestras posturas políticas también son determinadas por diferentes factores, entre ellos: nuestro lugar de nacimiento, nuestra cultura, nuestro nivel de estudio o nuestro papel dentro de la sociedad. A partir de estos y otros numerosos factores se determina, en muy buena medida, la manera en la cual comprendemos la realidad, la manera en la cual la traducimos, la asimilamos y la devolvemos masticada al mundo. Resulta claro, partiendo de este postulado, que todo lo que nos rodea nos dota de perspectivas y son ellas quienes componen nuestro entendimiento. Esta relación entre sujeto y objeto se vuelve simbiótica y nos va modificando en la medida que nosotros lo modificamos también.

Dicho de esta manera, resulta fácil asimilar que cada sujeto comprende el mundo de una manera diferente. Lo que no resulta fácil es recordarlo al momento de interactuar con la otredad, especialmente cuando nos topamos con alguien que contradice y cuestiona nuestras posturas, sobre todo aquellas políticas (que si no son todas, son una amplia mayoría). Desconocemos tanto esta “condición relacional” que llegamos incluso a preguntarnos cómo dicho interlocutor puede ser tan ciego, tan crédulo, tan irreverente y, en ocasiones, tan estúpido. Estamos olvidando la simpleza de la respuesta: el relato que le ha sido contado es otro y, por ende, su realidad también.

Trayendolo a ejemplos más prácticos y más reales no resulta extraño que las personas más ricas encuentren mayor afinidad en las posturas de derecha, las cuales resaltan la importancia de la propiedad privada y, en países como Colombia, garantizan la continuidad de un statu quo que garantiza la permanencia de sus privilegios. Por el otro lado, personas nacidas en estratos bajos, y que logran adquirir cierto nivel cultural, son más partidarios de la izquierda, debido a sus políticas de redistribución económica y caracterizadas por la generación de Estados garantistas que prometen subsanar las necesidades básicas para el grueso de la población. A la larga todos queremos lo mejor para nosotros y para los nuestros solo que, dependiendo del lugar de enunciación, esto se consigue de maneras diferentes: o conservamos el orden, o lo cambiamos de manera drástica.

Ahora, necesitamos más ejemplos para comprender el entramado de lo que se está trayendo a colación, pues la política no solo se basa en este tipo de cuestiones materiales. Como bien lo dice el profesor D’adamo, especialista en comunicación política, nuestro presente está cada vez más plagado de liderazgos quienes fortalecen su imagen y llegan al poder a través de la instrumentalización de dicho relato político. Los relatos ya no se crean únicamente como parte de un ejercicio social “espontáneo” sino que este se manipulan para generar así una reacción social específica. Este fenómeno es el que ha dado origen a la popularmente llamada “posverdad”, la cual se ha visto impulsada y reforzada por las nuevas tecnologías, las redes sociales y las ampliamente cuestionadas fake news.

Un ejemplo claro, traído de nuestra propia realidad nacional, es la manera de comprender la guerra en Colombia. Inicialmente la guerra en Colombia fue declarada como “conflicto armado interno” y esto fue avalado así por autoridades nacionales, por analistas y por los mismísimos Convenios de Ginebra (de los cuales Colombia firmante). Durante mucho tiempo esta realidad social, política y jurídica, fue la que determinó la manera de actuar del Estado frente a sus contrapartes armadas. El relato que creaba al enemigo era una cuestión política vinculada a maneras de actuar por parte de los agentes del Estado que responsabilizaba a la misma institucionalidad por el nacimiento de estos grupos insurgentes. Después de más de cincuenta años de guerra, en el año 2006, José Obdulio Gaviria (ideólogo del uribismo) decidió escribir un pequeño libro llamado Los sofismas del terrorismo en Colombia, en el cual se niega, de manera rotunda, que lo que hubo y hay actualmente en Colombia es un conflicto armado, y lo reduce, simple y llanamente, a bandas terroristas vinculadas al narcotráfico. No fue esta, sin embargo, tarea fácil, pues tuvo que recrear de inicio a fin el relato político de la guerra, así como cada uno de los conceptos que se utilizaban para dar origen al mismo. Es por eso que hoy en día el grueso del uribismo considera un ultraje realizar tratados de paz con quienes no son más que terroristas. Esto es aquello que se ha construido en su imaginario colectivo y aquello que salen a defender en las urnas, año tras año.

Lo que parece evidenciarse cada vez más es que liderazgos como el de Donald Trump, Álvaro Uribe o Nicolás Maduro requieren, para seguir en pie, una manipulación de la realidad, y esto lo han logrado, justamente, a través de la utilización de un relato prefabricado. El anteriormente citado profesor D’adamo, junto a su colega García Beaudoux, lograron determinar de manera sistemática aquello que se requiere para la formulación de una “novela política”. Entre los factores más importantes se encuentran: el conflicto y el antagonismo (creación de un enemigo), los valores (que determinan quien es bueno y quién es malo), la visión premonitoria del líder (quien parece poder anticipar el futuro), la utilización de mitos y símbolos, la emocionalidad, las moralejas. Es tal vez esta la razón por la cual este tipo de líderes realizan actos tan similares: de la misma manera en que Nicolás Maduro desprestigia a la Organización de Estados Americanos (OEA) y la entiende como una organización penetrada por “el imperio”, Álvaro Uribe habla de la infiltración del “castrochavismo” en la ONU y en las altas cortes nacionales, así como a su vez Trump desconoce los resultados de las últimas elecciones hablando de un complot orquestado por el partido demócrata. Los tres han decidido crear un enemigo el cual comparte ciertas cualidades: siempre es un enemigo abstracto, siempre es ultrapoderoso y parece estar en todos lados. Su llegada es inminente y son ellos, como líderes, los únicos quienes pueden detenerlo.

Lo que se busca con lo anteriormente expuesto no es generar una opinión partidista ni criticar a quienes detentan posiciones particulares sobre ciertos líderes, sino reflexionar acerca de la manera en la cual se hace política en nuestros tiempos. Los líderes de hoy parecen no estar interesados en lo más mínimo en generar acuerdos con sus contrapartes; porque ello les restaría poder. La verdad se ha vuelto un nuevo escenario de disputa y por eso mismo el llegar a acuerdos o puntos medios se vuelve un ejercicio obstaculizado, que va en contravía de ciertos intereses. La verdad se pierde porque “la verdad” perjudica el relato, y perjudicar el relato perjudica a la vez su liderazgo. Lo que queda entonces por preguntarse es: ¿dónde hallamos la tan anhelada verdad? Esto es sin duda una pregunta difícil de responder, pero al menos podemos decir con certeza: ¡en los políticos no!

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