Algunos llamados analistas o politólogos al comentar las elecciones que se acaban de realizar en Rusia han centrado su atención o puesto sus miradas en el camino que buscó abrirse o asegurarse Vladimir Putin para ser reelegido en la presidencia de la Federación Rusa por unos años más, sin profundizar o detallar el contexto en que fuera convocado el referendo para hacerle enmiendas a la constitución de ese país. Buena parte del tiempo lo han dedicado al examen del punto que abre futura puerta a la reelección del actual mandatario.
Los rusos, que históricamente le han apostado a los liderazgos fuertes, ven en Putin el hombre que puede hacer de nuevo grande a Rusia, colocándola como jugadora fuerte en el concierto de las naciones, tanto desde el punto de vista económico como político en la disputa geopolítica en la que está enfrascado con Donald Trump. El mandatario ruso es un hombre frío, calculador, audaz e inteligente, que además parece tiene el convencimiento que solo él y nadie más que él puede ponerle límites al ambicioso y codicioso presidente de los Estados Unidos en su afán por controlar el mundo.
Vladimir Putin, con aliados como China e Irán, está librando una batalla por la globalización, la apertura de mercados y por un mundo no unipolar, sino multipolar. Hay que decir que las dos grandes potencias están desequilibradas desde el punto de vista económico, pero no así tratándose del armamento o como potencias nucleares. La confrontación entre estos dos colosos internacionales no para, al punto de que en medio de la mortífera pandemia siguen midiéndose el pulso en la geopolítica mundial, más concretamente en Siria y en Venezuela. Para hacerle frente a la arrogancia de Trump, Putin tiene dos aliados muy poderosos que también están, a su manera, enfrentando la política hegemónica de Estados Unidos.
El mayor éxito de la política exterior de Vladimir Putin es el de estarle ganando el pulso a Donald Trump en Siria, al conseguir mantener en el poder a Bahsar Háfez al-Ásad y a Nicolás Maduro en Venezuela. Trump puso todo su empeño por derrocar a estos dos gobiernos, no porque estuviera a favor de sus pueblos, sino por apoderarse de las abundantes riquezas naturales de los dos países y por la importancia geopolítica: uno en el medio oriente y el otro en lo que siempre ha considerado Estados Unidos que es su cuarto trasero, América Latina y el Caribe. Como están hoy las cosas, cae más fácil Donald Trump que Bahsar Háfez al-Ásad o Nicolás Maduro, pues Vladimir Putin tiene su reelección asegurada, mientras que la del lunático mandatario de los Estados Unidos está bien embolatada, por la falta de resultados en su política internacional y por cuenta de la COVID-19.
Mirando bien las cosas, tal parece que la inteligencia de los organismos de seguridad de un país está asociada con la inteligencia de sus presidentes. La inteligencia norteamericana hoy es tan torpe como su presidente, mientras que la de Rusia es tan eficaz como la de Putin. La inteligencia rusa se ha puesto a toda prueba en Venezuela, consiguiendo abortar todos los ataques contra el mandatario venezolano. Nicolás Maduro, para burlarse de Trump y sus aliados, ha llegado a decir que un pajarito con frecuencia le da vueltas y le informa cosas, sin decir que esa virtuosa ave se la envía Putin.