El pueblo se lleva como la ropa, para todas partes

El pueblo se lleva como la ropa, para todas partes

Es difícil zafarse de los orígenes, de las costumbres, de aquello que se lleva en el alma y conecta con nuestras raíces...

Por: WLADIMIR PINO SANJUR
enero 25, 2019
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El pueblo se lleva como la ropa, para todas partes

Recuerdo aún el sonido de las carcajadas en el patio de aquella casa del barrio Aluminio en Tamalameque (Cesar). Era una parranda como todas las que solíamos hacer en tiempos de la mocedad la mayoría de estudiantes que llegábamos a Tamalameque en el mes de diciembre a disfrutar de familiares y amigos en las fiestas de fin de año. En aquella oportunidad se compartía trago, mientras en el fogón de leña hervía un sancocho de gallina criolla.

En aquella parranda estaba Gian Carlos Machuca, un joven tamalamequero, amigo de mi infancia, que estudiaba Técnica Dental en Chinú (Córdoba) y que en aquella ocasión nos deleitaba con cuentos de la sabana. Ahí, al son del porro, había borrachos corneados por los toros en las corralejas de Sahagún, Planeta y San Pelayo. Papo y May contaban anécdotas de su estancia en Pamplona (Norte de Santander) y hacían remembranzas de los tiempos vividos por los costeños en esas lomas frías, abandonadas del humor de nuestra tierra.

Habíamos llegado ese día al pueblo Ricardo Armesto y yo, que veníamos de Cartagena (él estudiaba ingeniería y yo, derecho). También estaba Armando, quien ya era abogado y disfrutaba de las parrandas del pueblo. A su lado estaba Kennedy Vargas Sabella, quien como cosa rara ese día solo escuchaba y reía de las ocurrencias de los jóvenes estudiantes que tenían la vocería de la parranda.

La parranda era amenizada por un parlante semidestruido de donde salía la voz del cacique de la junta “Yo quisiera volver al pasado y a mis ilusiones y encontrarme de nuevo tan cerca estrechando tus manos, y sentir tu mirada, tu voz, las cosas que hablamos cuando te confesaba que yo moría por tus amores…”.

Ricardo Armesto conversaba de cómo se lleva el pueblo en los oídos. “Nosotros en la heroica nos toca en ocasiones parrandear con champeta, salsa, merengue y hasta música jíbara, pero siempre en nuestros oídos esta la melodía de un buen vallenato y de una tambora alegre” aseguraba Ricardo Armesto mientras servía el trago.

Mi hermano May decía que no solo en los oídos, “también se lleva en la boca, ustedes saben que es comer teniendo como jugo masato, no joda, esa vaina es desagradable, había que beberla imaginando la limonada fría de casa”.

“El pueblo se lleva en el alma” aseguró el primo Ricardo Ávila que vivía en Bogotá. “Mi hermano, vivir en una mole como la capital lo pone a uno extrañar esta tierra, el ruido de los buses y la premura de la gente, lo hace a uno meditar sobre el silencio de las mañanas de nuestra tierra, la tranquilidad y paciencia de nuestra gente. El olor a humo y contaminación, contrasta con este aire puro debajo de este palo de mango”.

Armando Mier toma la palabra: “El pueblo son las costumbres, yo en Barranquilla me levantaba a las 5 de la mañana a tomar café negro, nunca me faltaba el queso, ni el bollo calungo en el desayuno. No joda ahora que recuerdo a mi apartamento en Barranquilla llegó un tío a consultas médicas, pero se tuvo que quedar un tiempo largo. Él es de la vereda del Lagarto de Dibulla, arriba en la Guajira. Compadre, ese man era criollo criollo, no conocía ni los carros, todo lo sorprendía. A mí me tocó guiarlo por toda Curramba. El man tenía una costumbre: todos los días se levantaba temprano y regresaba a la hora, pero yo no sabía dónde iba, hasta que un día la empleada de servicio me alertó de que en el baño en la caneca habían hojas, virutas y pedazos de matas sucias de materia fecal, indagando yo a mi tío es que me doy cuenta de que el hombre caminaba un kilómetro diario para conseguir ramas para limpiarse el culo, como era la costumbre en el lugar de donde él era”.

En ese momento Kennedy rompe el silencio y pregunta “Ñero, ¿cómo se llamaba su tío?”. Contesta Armando: "se llama Enrique, le dicen el Pollo Mier”. Kennedy con la sonrisa sostenida en el rostro anota su conclusión lapidaria: “Definitivamente, el pueblo se lleva como la ropa, para todas partes. Armesto lo lleva en los oídos; May, en la boca; Ricardo, en el alma y el tío de Armando, en el culo. Cada quien lo mete donde le cabe”…

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