En el abanico de candidatos y precandidatos presidenciales existen muchos que deberían tener el visto bueno del presidente Santos, entre ellos su exministro de defensa, su exvicepresidente, dos negociadores de paz y una exministra de trabajo, entre muchos. Aún así se nota la intención de cada uno de estos por alejarse lo más posible de la imagen desfavorable que tiene el presidente y de la cual él mismo ha dicho que lo tiene sin cuidado porque él no está como candidato, algo más que obvio y que hoy le permite, en cierta forma, nadar con frescura en las aguas agitadas de las próximas elecciones y de paso le da la tranquilidad de no tener la responsabilidad de tener en su cabeza un problema más por resolver.
Si a lo anterior le sumo que, en mi muy humilde opinión, la posibilidad de que “el que diga Uribe” se alce con el triunfo de estas elecciones es cada vez menos probable, dado el bajo carisma que cada uno de sus precandidatos ofrece y la cada vez menor imagen positiva del expresidente, así sea de las más altas del país, hará que hayan solo dos bandos: el de Uribe y los demás.
En ese orden de ideas, es seguro que de no ganar el candidato de Centro Democrático, lo más seguro es que todos los seguidores del expresidente Uribe terminen diciendo que quien ganó fue ni más ni menos que el que escogieron las Farc y el presidente, algo que terminará polarizando nuevamente al país en dos mitades irreconciliables, lo que conlleva a seguir en ese espiral de odio entre colombianos y que trae como consecuencia que no se dinamice la economía, que no despegue el turismo y no nos enfoquemos en sacar el país adelante.
En resumidas cuentas, para algunas personas, Santos seguirá gobernando tras bambalinas, así el presidente se la pase de país en país dando conferencias sobre cómo acabó con el conflicto armado más viejo del continente.
Es por eso que muchos han tildado a Santos como un jugador de poker, que aún con las cartas destapadas sobre la mesa, tiene la certeza de que va a ganar la partida.
