El plan del uribismo para las próximas elecciones
Opinión

El plan del uribismo para las próximas elecciones

Resulta paradójico que en este gobierno de discurso guerrerista se hayan dejado florecer todas las organizaciones violentas

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septiembre 17, 2021
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Hace unas noches se produjo un incendio en el Centro de Producción de Ecopetrol en Barrancabermeja, presentado en los medios como el más antiguo de Colombia, trayendo a la memoria nombres como La Cira y Las Infantas, ligados a historias casi épicas de hace un siglo, cuando la Tropical Oil Company comenzó sus actividades de explotación en el país, dando origen a la respuesta organizada y valerosa de los obreros y su continua represión.

El incendio, al parecer sin mayores elementos de prueba, fue atribuido en forma inmediata por el alto mando militar de la región a guerrilleros del ELN, que habrían hecho explotar diferentes artefactos destructivos dentro de algún macabro plan de ofensiva militar. La acusación caía apenas a la medida, dado que un par de días antes habían muerto 5 militares y resultado heridos otros tantos en Arauca, en una acción atribuida a la misma organización.

La declaración militar resulto desmentida al poco tiempo por el propio alcalde de Barrancabermeja, quien públicamente aseguró que no era cierta. No existía ni la más mínima evidencia de intervención de manos criminales en el hecho, y por tanto constituía una ligereza afirmar lo dicho. El incendio, según la respuesta del alcalde, tuvo origen en fallas de índole técnica que estaban por ser precisadas. La contradicción de las versiones saltó a la vista.

Y resultó llamativa. En las últimas semanas los medios registraron acciones de esa organización en el nororiente del país, es decir en Norte de Santander y Arauca, a las que se suma la actividad de las denominadas disidencias de las Farc en la misma región. No puede desconocerse la capacidad de perturbación que tales grupos tienen, en efecto, y desde luego que debe ser informada. Sin embargo deja cierto sinsabor lo que se viene difundiendo.

Hace cinco años fue firmado el Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las Farc, el que desde su negociación recibió virulentos ataques por parte de sectores políticos extremos. El uribismo ha proclamado en forma reiterada que ese Acuerdo carece de legitimidad, pese a que goza del reconocimiento de las más altas instancias universales en materia de derecho internacional, internacional humanitario, internacional penal y de derechos humanos.

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A la luz de los más avanzados conocimientos en materia jurídica, el Acuerdo Final de Paz carece de la menor grieta. Ha sido aplaudido y puesto como ejemplo a escala mundial

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A la luz de los más avanzados conocimientos en materia jurídica, el Acuerdo Final de Paz carece de la menor grieta. Ha sido aplaudido y puesto como ejemplo a escala mundial, además de valorado como fuente de inspiración para la solución de otros graves conflictos que martirizan países y regiones lejanas. Así que la obcecada actitud de la extrema derecha colombiana implica, pese a sus manifestaciones, un afán porque el conflicto siga.

Recuerdo que cuando estábamos en La Habana, en medio de las conversaciones de paz que señalaban que por fin iba a lograrse la ambicionada solución política, el ELN también se sumó al tren de los diálogos, llegando a firmar con el gobierno de Juan Manuel Santos una especie de ruta hacia otro Acuerdo de Paz. Si bien es verdad que conversar y llegar a consensos con dicha organización resulta supremamente complicado, lo cierto fue que el camino se emprendió.

Y dicho camino fue resultado de un conjunto de aproximaciones que duraron años. De hecho en Venezuela y La Habana, con autorización del gobierno colombiano, se llevaron a cabo reuniones entre las direcciones de las Farc y el ELN, dirigidas a conseguir que estos últimos se sentaran también a tejer la paz por vía de negociaciones. Finalmente se había logrado, se cumplían encuentros formales. Hasta que el nuevo gobierno uribista optó por echar todo en saco roto.

En coincidencia con las perversas jugadas del ex fiscal general Néstor Humberto Martínez, empeñado en destruir el Acuerdo alcanzado con las Farc mediante las más aventuradas maniobras jurídicas, el gobierno de Duque se ocupó en poner trabas a la implementación de lo acordado con ellas, alimentando de esa manera el resentimiento de algunos firmantes de paz y creando el clima para la aparición y propagación de las llamadas disidencias.

Casi podría afirmarse que se trató de un plan. Durante los diez últimos años del conflicto con las Farc, sin duda alguna la más grande, experimentada y capaz fuerza rebelde existente para entonces en el territorio nacional, el Estado colombiano aplicó una enorme dosis de poder militar, con apoyo norteamericano, israelí y británico, para golpearlas sin tregua. Paradójico que en este gobierno de discurso guerrerista se hayan dejado florecer todas las organizaciones violentas.

Generales y medios lucen empeñados en mostrarnos un país tomado por terroristas, sumido de nuevo en el más horroroso conflicto. En otras palabras, que el Acuerdo de Paz fue finalmente un fracaso. Se respira en el aire esa demoníaca estrategia uribista para las próximas elecciones. Romper la loza y luego hacer escándalo con los pedazos. Marica, ya, no vamos a dejar que nos sigan engañando así.

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